Álbum musical destacado por la página web oficial de la Universidad Nacional de Educación Pública Estatal Española (UNED). Apartado dedicado a MIGUEL HERNÁNDEZ, "Poemas musicalizados y discografía". Incluído también en la obra literaria del escritor y colaborador de Radio Nacional de España Fernando González Lucini, "MIGUEL HERNÁNDEZ ...Y su palabra se hizo música".

Mostrando entradas con la etiqueta Castillo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Castillo. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de agosto de 2018

La tumba del alcaide del Castillo de Orihuela


Tras las investigaciones del mayor experto en el castillo de Orihuela, Juan Ignacio Caballero, se ha conseguido identificar la tumba del que fue alcaide del mismo Don Jofré Gilabert de Cruilles.

"Su cuerpo fue enterrado en la iglesia del convento de San Francisco de Gerona, en un hermoso sarcófago expuestos hoy en día, después de varias traducciones, museo de la ciudad. La escultura presenta detalles arcaicos del período gótico temprano, típico de la escultura funeraria catalana: los ojos cerrados, con los párpados separados por una línea simple y exagerada globosa. Almirante fallecido, vestido con su insignia, una cota de malla que sólo deja descubierto el óvalo de la cara anterior de la barbilla, se representa tumbado con la cabeza apoyada sobre una almohada, con los brazos cruzados sobre el abdomen. Un gran escudo con los brazos de la familia cubre parcialmente las piernas desde la cintura hacia abajo, dejando los pies cubiertos con zapatos de punta alargados que descansan sobre un león descubierto. En el frente de la inscripción tumba flanqueada por dos pares de escudos heráldicos insertados en arcos trilobulados gótico dice el sacrificio de la noble comandante en defensa del cristianismo."



martes, 13 de diciembre de 2016

Lo que debes saber de nuestro castillo



1. Los Vikingos tomaron el Castillo en el año 859.


En la provincia de Alicante y Murcia podemos encontrar más de doscientos restos de esos Castillos que antaño se utilizaron para defender dichos territorios.

Algunos, rehabilitados con pasión por los arqueólogos de determinadas localidades son la envidia del resto de España, como el de Lorca o el de Alicante.

Nosotros en Orihuela, tristemente tenemos que conformarnos con las ruinas del que en la antigüedad fue considerado por todos nuestros amigos y enemigos como el más espectacular e impresionante de la península.

Una fortaleza inexpugnable que muy pocas veces fue tomada por la fuerza. Y que tenía a su alrededor una de las murallas más descomunales que se recuerdan de toda Europa.

Cánticos y Leyendas suenan tras las piedras de esas fabulosas construcciones que se levantaban desafiando incluso la fuerza de los vientos.

Aquí tenemos la Leyenda de la Armengola o la gesta de la mujer que fue capaz de desbaratar los planes de masacre de nuestros enemigos musulmanes.

También el relato publicado en la novela de Los Caballeros de Loyola que narra las peripecias y aventuras de un grupo de niños que permanecían internados en el Colegio Santo Domingo y que en una de sus excursiones vinieron a parar a la zona de los llamados calabozos del Castillo.

Sin olvidarnos por supuesto de la explosión del polvorín que esparció los miembros de casi cien soldados castellanos por la sierra y que a día de hoy aún no hemos sido capaces de encontrar.

Pero no debemos de conformarnos solo con estas bravas gestas.

Cientos de batallas se han librado en ese monte.

Miles de soldados perdieron allí su vida defendiendo unos ideales que les llevaron a la desdicha.

Esas piedras que coronan la cima de monte tienen un valor histórico realmente importante.

Pero, ¿es suficiente para competir con el resto de Castillos, murallas, torres, castillejos y demás que hay repartidos en el interior de la Comunidad Valenciana o la Región de Murcia?

Yo digo que no.

A esto, tenemos que añadirle un hecho que es exclusivo de Orihuela. Alguien muy especial se asentó en nuestro castillo y sólo en nuestro castillo de los tantos que pueblan las dos regiones.

Pero para ello tengo que empezar a hablaros de una serie de televisión que tiene cientos de miles de fans en todo el planeta.

Una de las series más exitosas de estos últimos años, VIKINGS, destaca por su gran fidelidad histórica.

Ya que parte de unas fuentes documentadas muy rigurosas y ricas en detalles como la fiel representación antropológica de la sociedad vikinga de la época.

Esta serie narra las aventuras del vikingo Ragnar Lodbrok que fue uno de los héroes más famosos de la cultura nórdica que saqueó Northumbria, Francia y Bretaña.

Arrastrado por las prometedoras leyendas que hablan de tierras al oeste donde aguardan grandes riquezas y harto de su jefe tribal, el conde Harldson, pide a su amigo Floki ayuda para que le construya una embarcación para lanzarse al mar en busca de aventuras.

Le apoyan un número de hombres valerosos como su hermano el despiadado y feroz Rollo que junto a él conspiran hasta destronar a Harldson, transformándose así en la leyenda viviente que vino a Orihuela, a establecerse en lo alto del Monte san Miguel en nuestra fortaleza desde donde organizó la mayor parte de sus asaltos.

Esto ocurrió por el año 859 después de Cristo.

Los oriolanos fuimos testigos de cómo una flota compuesta por 62 embarcaciones vikingas cargadas con cientos de hombres cada una que lucían largas melenas ondeando al viento, atravesaron la desembocadura del río Segura hasta llegar a nuestras puertas.

Armados por el deseo del sabor de la sangre y de suculentas riquezas, consiguieron hacerse con la fortaleza inexpugnable de Orihuela.

Desde nuestro castillo, según documenta el Museo Arqueológico MARQ de Alicante, se diseñaron y ejecutaron las incursiones que se realizaron por tierras mediterráneas que llegaron incluso a Baleares, Provenza, La Toscana y que dejaron devastados pueblos limítrofes pertenecientes a la costa Valenciana.

Todo ello fielmente reflejado en los documentos que se conservan de distintos cronistas musulmanes.

Si quieres conocer el lugar donde Ragnar diseñó los ataques más salvajes y despiadados de la historia de nuestra civilización, no te puedes perder la visita a nuestro castillo.

Apúntate con nosotros a la Ruta del Castillo.

El casi olvidado saqueo de los Vikingos a la antigua ciudad de Orihuela (Alicante) a finales del siglo IX, posiblemente tras remontar el río Segura, recobra protagonismo en la exposición que sobre estos guerreros nórdicos temidos por sus pillajes acoge el Museo Arqueológico de Alicante (MARQ).

Con el título "Vikingos. Señores del Norte. Gigantes del Mar", la muestra incluye 663 piezas cedidas desde el pasado mayo y hasta enero de 2017 por el Museo Nacional de Dinamarca, de Copenhague, y después de exhibirse en el MARQ, dependiente de la Diputación de Alicante, está previsto que recorra varios países hasta 2021.

Una flota de entre sesenta y setenta naves a vela y remo con centenares de estos bárbaros capitaneados por dos de los hijos del rey Ragnar Lodbrok (muy televisivo por la serie "Vikingos"), Bjorn y Hastein, alcanzaron por navegación de cabotaje la desembocadura del Segura, a la altura de Guardamar, a finales del año 858.

Se desconoce si atracaron allí los barcos o si aprovecharon el poco calado de sus entonces innovadoras quillas (que facilitaban la navegación fluvial) para remontar el curso y alcanzar Orihuela, en aquel entonces llamada Uryula y que constituía una de las principales ciudades de la Cora de Tudmir, provincia del reino de Al-Ándalus del omeya Muhammad I, que abarcaba el sur de Alicante y las áreas limítrofes de Murcia y Albacete.

El ataque de estos guerreros de Thor y Odín debió tener como fin hacerse con plata, esclavos y avituallamiento en su largo camino para tratar de tomar la ciudad de Roma (no lo lograron), en lo que se convirtió en la primera oleada vikinga por el Mediterráneo (858-861).

Habían partido de su campamento de Normandía (norte de Francia) y asaltaron A Coruña, Iria Flavia, Cádiz y Algeciras antes de alcanzar el sur de Alicante y hacer lo propio mediante una estrategia que se repetía y que tenía como propósito provocar el máximo pánico en la población local.

Aunque del ataque a Orihuela no queda constancia arqueológica, sí se conocen datos por escritos posteriores del historiador andalusí Ibn Hayyan y por varias menciones en las Sagas Islandesas del siglo XII, según ha relatado a Efe una de las comisarias de la exposición del MARQ, Teresa Ximénez.

Una vez que desembarcaban para tomar una ciudad, estos rubios guerreros hacían sonar a golpes sus escudos y quemaban todo a su paso para crear miedo y facilitar una rápida rendición, lo que les permitía volver cuanto antes a sus naves con el botín.
El arma predilecta de estos gigantes vikingos (tenían una estatura media de 1,70 metros por 1,50 de aquellos hispanos) era el hacha danesa, de mango largo y que cogían a doble mano, y también usaban espadas, lanzas y arcos, al tiempo que se protegían con escudos.

Apreciaban sobremanera la plata porque era su metal predilecto para las joyas y amuletos, muchos de ellos con la representación del martillo de Thor (Dios de la guerra), ya que era un pueblo de marcado carácter supersticioso.

El temor que despertaron estos ataques en el imaginario colectivo, unido a otros peligros del mar por los piratas y corsarios, provocó la creación de la primera flota naval por Abderramán II y una cierta militarización de la costa.

De esto último es ejemplo, según Ximénez, la rábita de Guardamar, fortaleza religioso-militar musulmana de entre finales del siglo IX y principios del X formada por pequeños espacios oratorios.

La falta de restos arqueológicos de lo ocurrido en Orihuela ha hecho que los responsables de la exposición hayan pedido algunas piezas coetáneas al Museo Arqueológico de Córdoba, como una celosía de mármol blanco, un capitel y diversas monedas de dirham de plata, las preferidas de los vikingos para fundir el metal y elaborar sus amuletos.

El apartado sobre el ataque oriolano ocupa la parte final de la tercera sala que compone la muestra, que está dedicada a la religión y las creencias, donde destaca una réplica de la famosa piedra de Jelling, a la que muchos ven como el símbolo del nacimiento de Dinamarca y que fue erigida en 965 por el vikingo Harald Bluetooth, cuya trascendencia ha servido para bautizar el conocido dispositivo actual de los teléfonos móviles.

FUENTE:
http://www.efe.com/…/el-olvidado-saqueo-de-or…/10005-2993935



2. Durante la Guerra de los Dos Pedros, entre las Coronas de Castilla y Aragón, los oriolanos tuvieron que recurrir al canibalismo para sobrevivir durante el sitio al que fueron sometidos.


El río Segura fue el escenario escogido para albergar los restos de aquellos soldados oriolanos que fueron degollados y descuartizados tras sobrevivir a una de las luchas más salvajes y sangrientas acontecidas en la Vega Baja en la llamada Guerra de los Dos Pedros.

Cuentan las crónicas que de 7000 habitantes tan sólo quedaron 500 y encima sus mujeres fueron entregadas a la soldadesca castellana que fue la que se alzó con la victoria comandada por Pedro el Cruel.

Pero en este episodio tan sangriento de nuestra historia es donde se demostró el valor y la fidelidad que los oriolanos tuvieron para el que ellos consideraban su monarca Pedro IV el Ceremonioso.

Dicho soberano, reconociendo la resistencia que los oriolanos opusimos al rey Pedro el Cruel nos concedió en el año 1380 el privilegio de la fidelidad.

Y gracias a él y a este relato de su mano conocemos de lo que los oriolanos tuvimos que hacer para sobrevivir:

Nos ni los nuestros pudiéramos ni pudieran en modo alguno
socorreros; empero, no por ello desmayó vuestro valor,
sino que haciendo de la necesidad virtud, después de haberos comido
para sostener la vida, los cueros de las bestias y perros y ratones y,
lo que es más repugnante a la humanidad,
los cadáveres de los enemigos que podíais coger.

De estas palabras que el rey nos dedicó para ensalzar nuestro honor como defensores salió uno de los lemas que orlan nuestro escudo y que acompaña al pájaro del Oriol:

Semper prevaluit ensis vester
(Siempre prevaleció vuestra espada)



3. El Rey castellano, Pedro II el Cruel, tomó el castillo de Orihuela a traición asaeteando a su alcaide Juan Martínez de Eslava, cuando volvía a la fortaleza después de un parlamento.

Emulando el heroísmo de Sagunto y Numancia, Orihuela se personifica y se inmortaliza en la insigne figura de D. Juan Martínez de Eslava, alcaide del Castillo que murió asesinado cobardemente por la felonía e inhumanidad del rey Castellano.

Pues supo estar al frente de la ciudad de Orihuela ante el cerco al que fuimos sometidos por las tropas de Pedro El Cruel, proclamando Pedro IV de Aragón la pura fidelidad y la extrema valentía de aquellos oriolanos que resistieron por largos años el asedio del terrible invasor.

Nombran las crónicas de los tiempos del Rey don Pedro IV de Aragón a Juan Martínez de Eslava, que siguió fielmente la voz y causa de ese monarca en la unión de Aragón y Valencia, por lo que el citado don Pedro IV le hizo merced de la gobernación de Orihuela, donde pronto fue menester su valor para defender la plaza contra el ataque del Rey de Castilla don Pedro I, “el Cruel”, que la combatió infructuosamente.

Volvió, sin embargo, el Monarca castellano por segunda vez, y con un poderoso ejército, a sitiar la ciudad y castillo de Orihuela, pero comprendiendo que mientras defendiese la plaza Juan Martínez e Eslava no conseguiría conquistarla, hizo llegar a sus puertas “un trompeta con bandera de seguro, y que en su nombre se dijese al gobernador quisiese venir a parlamento con él en su tienda, que tenía que practicar cosas del beneficio común. Aseguráronle mucho la salida a Juan Martínez de Eslava unos caballeros vasallos del Rey de Castilla, y con eso salió a ver qué le quería; mas como era (don Pedro I) de ánimo cruel, tenía puestos dos ballesteros en cierto puesto y dada orden que en llegando el gobernador cerca de su tienda, le tirasen y matasen, como en efecto lo hicieron, por donde hubo de rendirse el castillo”.

Dio el combate á Origuela Jueves á 30 del mes de Mayo de este año, y los de la Villa se defendían muy bien; y fue muerto en aquel combate un gran Cavallero de la Andalucía, que se decía Don Alonso Perez de Guzmán.
Dentro de ocho días se dieron los de la Villa , y combatiose el Castillo con toda furia, y al fin se hubo de rendir á partido.

Por cuanto durante el cerco de doce años , recibisteis inmunerables daños , por haberos talados los campos, guertas y árboles, y arruinado todo el término, y haberos muerto los mas de vosotros, que de seis, ó siete mil que érades, parte murieron peleando,  y otros en poder del mismo Rey presos, con ásperos, y nefandos linajes de muerte los acabó, de manera, que apenas quedaron seiscientos; y aunque no fue menor el daño que les hicistes, en fin huvo de venir en poder de ellos la Villa, y los que quedastes en ella; por ende. Fué dado este privilegio en Barcelona á á 18 de Julio, año 1380.

Tomada la Villa; combatiose el castillo, que era uno de los mejores y mas bien labrados que había en España. Estaba en su defensa Juan Martinez de Eslava, un caballero muy principal, y valiente, y rico hombre de Aragon. Entendiendo el Rey de Castilla, que de solo su valor, y consejo dependía la defensa de aquella fuerza, hízole llamar á trato para hablar con él; y sieno asegurado por algunos Cavalleros, saliendo fuera á la había, estando el Rey en una estrada encubierta, dos Ballesteros que tenía consigo le tiraron dos saetas, y fue herido en el rostro malamente. Viendo la gente del Castillo, su Alcaide, sin esperanza de vida, confusos, y tristes, en efecto rindieron el Castillo á partido, y á pocos días murió Juan Martinez de Eslava de la herida; y aun huvo sospecha , que cohechados los Cirujanos por el Rey de Castilla, echaron ponzoña en la llaga, con que muriese. El Rey Don Pedro de Castilla reparaba tan poco en el modo, que como él se pudiese señorear de sus enemigos, no consideraba si el trato era honesto. Ó no; solo quería hacer menos sus contrarios, sin tener respecto a justicia, ni razón; causa del odio general con que era aborrecido.

Viendo inútiles sus ataques, pidió y obtuvo una entrevista con el gobernador Eslava,a guisa de tratar unas treguas, ofreciéndole las seguridades que reclamó para llegar al campamento. El bravo valenciano, confiando en la palabra del rey, salió con efecto de Orihuela; pero al entrar en el punto señalado para la conferencia, fue herido a traición por dos ballesteros que el rey había hecho apostar con este objeto. Eslava no murió en el acto, porque las heridas que había recibido no ofrecía gravedad; pero falleció, sin embargo, á pocos días, con sospechas de que el mismo rey mandó a los cirujanos, que las envenenasen.



4. En 1707, cayó un rayo en el polvorín del castillo, muriendo en la explosión más de 80 soldados del Regimiento de Madrid que formaban parte de la guarnición borbónica.

Cómo hemos ido a parar de tener uno de los castillos más bellos y esplendorosos de la Península Ibérica (según cuenta el cronista Jerónimo Zurita en el siglo XV) y del que destacaba también su inexpugnabilidad, amplitud y grandeza a las pocas ruinas que nos quedan hoy.

Una fortaleza que se batía con los cielos y que ofrecía una visibilidad estratégica absoluta desde donde estaba erigido.

Durante la Guerra de Sucesión en la que Orihuela era en principio partidaria de Felipe V pero luego de Carlos III por el apoyo del Marqués de Rafal , después del saqueo del cardenal Belluga, concretamente el 28 de mayo de 1707 a las 8 y media de la mañana un siniestro rayo cayó en el lugar en donde antaño se retenía y torturaba a los prisioneros, la mazmorra, pero que en esos tiempos albergaba unos cuantos barriles de pólvora.

La explosión fue espectacular y parte del castillo voló por los aires.

De los 90 hombres del regimiento de Madrid que estaba de guarnición sólo se encontraron 23 cuerpos completos.

El resto, los 67 restantes en forma de almas en pena aun vagan por la sierra de Orihuela buscando las partes de su cuerpo que perdieron en la explosión.



5. A principios de los años 60 del siglo XX se propuso un proyecto para erigir un Sagrado Corazón de Jesús en el castillo, a imitación del de Monteagudo.


lunes, 10 de octubre de 2016

Juegos de niños. Relato en el Castillo de los Moros



En cuanto salieron de Orihuela y empezaron a subir la cuesta zigzagueante que lleva al Seminario Mayor, magníficamente emplazado en una altura, se rompieron las ternas y cada cual campó por sus respetos. Con todo, Serra, Alburquerque y Ferreira continuaron juntos, aumentando su grupo por el infeliz de Benito Garrigós, a quien nadie quería detrás.


-¿Me dejáis que vaya con vosotros? Ese soplón de “doña Peca-cura” no quiere que me ajunte con él. ¿sabéis?-

-No te apures, hombre, ven -le invitó el campechano Víctor Serra.

-Cuando venga a verme mi mamá, que me traerá caramelos, os daré la mitad del cucurucho -prometió agradecido el huérfano.

-Y sin caramelos, hombre; nosotros no lo hacemos por eso -dijo Ferreiro.

Desde el seminario, la vista era esplendorosa. Días antes se había desbordado el Segura, saltando por encima de los puentes e inundando a Orihuela con oleadas de un color lechoso que ponía pasmo en la faz tranquila de la población. Aún ofrecía el centro de la ciudad un aspecto muy parecido al de Venecia, con sus calles convertidas en canales, por los que navegaban pequeños botes, evocadores de las elegantes góndolas. El sol rielaba sobre las plateadas aguas con fúlgidos destellos de cuento de brujas: eran chorros de oro y piedras preciosas lo que surgía al contacto de sus áureos rayos con las aguas de plata, y era una esmeralda gigante la arboleda de la frondosa vega emergiendo sus copas, vestidas ya por la primavera gentil, entre el lodazal agualoso, semejante a un engarce de platino.

Los ojos de artista de Ferreiro, pintor en embrión, bebieron deslumbrados la gama del color, el brillo de la luz y los primores incopiables de la perspectiva; las oscuras pupilas de Víctor, hecho a los paisajes deliciosos y bravos de la Isla de la Calma, reposaron con delectación en el espectáculo, saboreándolo como buen catador de bellezas, y el alma entera de Gonzalo se desbordó entusiasmo ante el aspecto sin igual de esta vega riente que traía para él reminiscencias del panorama de su pueblo.

Los cuatro, desde las murallas del viejo castillo, embaídos y rezagados, contemplaban absortos la película de aquel trozo de mundo, sin cambiar palabra. Habían cogido un sendero que por detrás del seminario conduce hasta el primer reducto amurallado, con almenas y torreones, circundando a la derruida fortaleza, evocadora siempre de la historia de la ciudad, en cuyas heroicas páginas ponía el airón de leyendas y tradiciones, algunas de ellas veneradas amorosamente por los oriolanos. ¡Oh, la fiesta de la Reconquista con su perfume legendario, presidida por el histórico “Oriol” prócer y señorial y envuelta con los fantásticos cendales de la Armengola…! Hasta el corazón de Garrigós, tan poco dado a la sensiblería y a los romances viejos, latía desmesuradamente al mentar los episodios de la vida heroica de su pueblo, imaginándose la escena de aquella mujer subiendo al castillo como el hecho intrépido y audaz de la más célebre epopeya. Era la única ráfaga de idealidad que solía anidar en su pecho en el curso de todo el año.

Más allá de la vega, el mar era azul e infinito, y, como el cielo, sereno y diáfano en la quietud del día mansurrón; entre los bancales de la vega, algunos huertos de palmas parecían islotes que sobresalieron del inmenso mar de esmeralda manchado por las rojizas charcas de la inundación en las proximidades del río, y blancos casalicios y gentiles barracas esparcidas por la huerta ponían la nota alegre de su nitidez sobre la verde severidad del arbolado multiforme. Un auto corría veloz sobre una carretera blanca y llana. El tren que sale de Alicante para Murcia entraba en la estación de Callosa del Segura, imponiéndose a todos los ruidos y cánticos con sus agudas estridencias. Del lado de Murcia, la torre de la catedral descollaba con aire de dominio y de gracia, y sobre el picacho del fenecido castillo de Monteagudo, la estatua del Corazón de Jesús se erguía acogedora bendiciendo amorosamente a todos los pueblos y terrenos que le fueron consagrados al entronizarle.

Al bueno de Benito Garrigós, fuera del Oriol y la Armengola, que le hicieron vibrar un poquito el alma, todo aquello no le decía nada, y así, mientras sus tres compañeros se extasiaban mirando el paisaje, él se deshizo en busca de una especie de cisterna vacía que hay en el centro del castillejo, donde es tradición que encerraban los moros a sus prisioneros cristianos como en una mazmorra. Como quiera que la cisterna estaba descubierta, los chiquillos se entretenían en descolgarse hasta el fondo y volver a subir ayudándose mutuamente, mientras algunos descansaban sentados cerca de los inspectores. No quiso Garrigós ser menos que Cánovas, ni Saura, ni Cervantes, que le estaban amotinado desde las honduras de la cisterna diciéndole que no era hombre si no bajaba, y allá fue de un salto con toda su corpulenta humanidad, cayendo como una bola encima de los pequeños, que comenzaron a chillidos y a denuestos…

- ¡Burro!

-¡Ay mi brazo!

-¡Cuidado que eres, che…!

-¡Animalote! ¡Campero!


El pobre Garrigós estaba anonadado. Siempre le tenían que pasar aquellas cosas a él. Le amenazaban con denunciarle al Padre Castaños, pero no era ésta la mayor pena que él tenía, sino que, con el batacazo y el lío, su merienda había desaparecido, y ése sí que era un dolor sin nombre para el huertano comilón. Púsose a buscarla por entre las piedras, que abundaban en el fondo de la mazmorra, con tal ahínco, que no se dio cuenta de que todos los compañeros habían echado a correr, dejándole solo. Cuando los inspectores dieron la señal de marcha hacia el colegio, ocupados cada cual en despachar la merienda, nadie advirtió que Benito seguía en el fondo de la cisterna.


Los tres amigos, Serra, Ferreiro y Alburquerque, creyeron que se había ido con otro grupo, cansado de ir con ellos, y nadie le echo de menos hasta el momento de formar las ternas para entrar en la ciudad, cuando la Brigada se encontraba aún en la plazoleta del Seminario.

-¿Y Garrigós? ¿Dónde está Garrigós? -preguntó el padre Sáez todo inquieto.

Nadie le había visto durante el descenso del castillo.

-En la cisterna… Estaba en la cisterna, Padre –Afirmó Cánovas.

-¿Quiere usted ver si se ha quedado allá? –exclamó el Padre Castaños, contrariado.

El padre Sáez, hombre de acción, solucionó pronto el asunto.

-Márchese su reverencia con la brigada al colegio; yo me vuelvo a subir a buscar a Garrigós -dijo al otro inspector.

-No se marche su reverencia solo; llévese siquiera un chico para que lo acompañe.

-¡No faltaba más! -contestó el vasco con acento busco-. Para traer a Garrigós me basto yo solo.

Cuando el Padre Sáez llegó al castillo, no oyó ni lamentos ni gritos de socorro; nada. Tuvo un repentino sobresalto. ¿Sería posible que le hubiese ocurrido al muchacho algo desagradable?

Con su agilidad de hombre fuerte, hecho a la ruda vida de la montaña vasca, se encaramó en el borde de la mazmorra.

-¡Señor Garrigós! –llamó.

Nada… Un cuervo pasó rozando por encima de su cabeza, asustado del grito que lanzara el religioso con todos sus bríos.

-¡Benito! -repitió con angustia.

Tampoco obtuvo respuesta. Se inclinó sobre el borde, con peligro de perder el equilibrio, y le pareció ver una sombra acurrucada entre dos grandes piedras. Comenzaba a iniciarse el anochecer. El jesuita se descolgó por el muro lleno de agujeros y tocó tierra con la punta de los pies. Un leve ronquido llegó entonces a sus oídos; luego otro más acentuado; después el característico bufido que le valió a Garrigós el remoquete de “Ballena” en la brigada. El Padre Sáez se inclinó a tientas hacia el lugar donde sonaba la respiración entrecortada y palpó en derredor, encontrando la corteza del queso y las mondaduras de la naranja, restos de la merienda de Benito indudablemente porque los demás colegiales no merendaron hasta que comenzaron a descender. Corriendo más la mano hacia la derecha, el Padre Sáez tocó una cabellera hirsuta, y más abajo una nariz como una porra y luego el belfo entreabierto de “Ballena” dando paso a un bufido descomunal. Todo lo descubrió al tacto, porque la escasa luz del crepúsculo no penetraba en aquella cueva.

-¡Eh…! ¡Garrigós! -gritó nuevamente el Padre Sáez poseído de honda alegría pero con el más brusco de sus tonos, sacudiéndole hasta despertarle.

-¡Deo Gratias! -contestó entre dientes Garrigós desperezándose.

-¡Vamos, hombre, no está mal! -Gruñó el Padre Sáez-. ¿Es que se cree usted que está en su camarilla? Levántese pronto y vamos para abajo a escape si no quiere llegar al comedor cuando ya se hayan comido la tortilla.

El beatífico “Ballena” se despabiló totalmente al oír la mágica palabra “tortilla”, que fue de un efecto maravilloso, con lo cual el Padre Sáez demostró no ser tan mal psicólogo como el Padre Castaños creía, puesto que supo hallar derechamente la cuerda sensible del corpulento y obeso zagal.

-¿Pero dónde estoy yo? ¿Qué eses esto? -murmuró “Ballena”, despavorido.

-¿Qué ha de ser, alma de Dios? Que se ha dormido usted como un bienaventurado mientras toda la brigada bajaba al colegio. Salga usted enseguida de aquí.

-Si no puedo, Padre; si ya no salí antes, cuando todos se fueron, porque ese perro de Cánovas no me quiso ayudar por más que le llamé, ¿sabe usted? Y como estoy tan gordo y el muro es alto, pues… ¿cómo quería usted que saliera?

Le sacó el fuerte jesuita vasco y aún le acaricio como a un pródigo hallado de milagro y le condujo al comedor en el preciso momento en que comenzaba la cena. El Padre Prefecto no se atrevió a reñirlo, ¡pobre muchacho!, y, en celebración del feliz hallazgo de “Ballena”, aún les concedió a todos Deo Gratias aquella noche.

FUENTE: 
LOS CABALLEROS DE LOYOLA de Rafael Pérez Pérez