LA LEYENDA URBANA:
Cuando era pequeño me
contaron una historia tenebrosa que según parece había ocurrido en mi colegio
Santo Domingo.
Resulta que una noche de esas
en las que un profesor tiene mucho trabajo se queda hasta tarde en su despacho
y cuando decide marcharse a casa, al pasar por uno de los patios observa una
luz encendida en una de las aulas.
Como está cansado, no tiene
ganas de subir para ver si alguien se las ha dejado encendidas y se marcha con
la decisión de poner al corriente al responsable del colegio.
Al día siguiente, ya que es
una época de mucho trabajo, vuelve a quedarse hasta tarde y repite la misma
operación del día anterior.
Cuando pasa por el mismo
lugar mira hacia la ventana del aula que el día anterior tenía las luces
encendidas y observa con estupor que hoy también permanecen en el mismo estado.
Irritado por la situación,
decide dirigirse hacia las escaleras para subir y echar un vistazo.
Cuando llega a la altura de
la puerta, intenta abrirla pero la encuentra cerrada y no es capaz de entrar
para averiguar lo que ocurre.
Al sentirse decepcionado por toparse con la puerta en las narices, cambia de rumbo y se marcha otra vez del colegio.
Al sentirse decepcionado por toparse con la puerta en las narices, cambia de rumbo y se marcha otra vez del colegio.
Al día siguiente habla con un
responsable de las aulas y lo pone al corriente de la luz que permanece
encendida todas las noches en que ha podido fijarse.
El encargado, se pone a la defensiva
y le dice que eso es imposible porque él se asegura cada día de que ninguna luz
se ha quedado encendida en las aulas y además el acceso es imposible porque las
puertas están cerradas.
Por si acaso, el profesor le
pide una llave del aula en cuestión y le hace la promesa de que esa misma noche
se va a dar un garbeo por ahí y va a ver si las luces se quedan encendidas o
apagadas.
Al llegar la noche, repite el
proceso de las dos noches anteriores y al volver a descubrir por tercera vez la
luz del aula encendida, se dirige hacia ella con paso firme y presuroso para
poner fin al misterio.
Al llegar a la puerta,
introduce la llave en la cerradura y la abre lentamente.
Al fondo, tras una luz
extraña y potente a la vez que no acierta a averiguar de donde viene, cree
visualizar a un joven con los codos sobre la mesa en actitud de estudio.
Sintiéndose mal consigo mismo
por haber juzgado a la ligera toda la situación, cierra la puerta sin hacer
ruido y se marcha a casa dejando tranquilo al chico que parece estar allí ocupado.
Al día siguiente va en busca
del responsable y lo pone al corriente de lo que había descubierto.
Pero el responsable le dice
que eso es imposible, que nadie tiene permiso para estar dentro de las aulas a
partir de una hora determinada.
El profesor se siente una vez
más contrariado y decide que esa misma noche va a ir a hablar con el joven para
intentar conseguir una explicación.
Llega la noche y el profesor
se dirige otra vez en busca del aula misteriosa en donde permanece todas las
noches un alumno estudiando.
Mete la llave en la puerta,
la abre y se encuentra otra vez con esa imagen del joven con los codos sobre la
mesa y actitud de estudio.
El profesor que se siente violentado
por esa situación tan embarazosa, le pregunta por dos veces consecutivas al
chico, ya que la primera apenas logra articular correctamente todas las
palabras de la frase.
El chico gira la cabeza y se
le queda mirándo.
Hay algo en sus ojos que
atraviesan el corazón del profesor, una mirada tan profunda que hasta duele el
tan solo recordarlo.
El chico responde y el profesor
cree haber escuchado la palabra “estudio”.
El profesor siente que tiene
que marcharse de ahí cuanto antes y lo último que sale por sus labios es una
pregunta, interroga al chico sobre su nombre.
Apenas un murmullo, una suave
brisa forman las letras del nombre y el apellido que el chico acaba de
mencionar.
El profesor memoriza aquellas
letras y se aferra a ellas como si estuviese en juego su propia vida.
Hay algo en ese muchacho que
da escalofríos.
De vuelta en el colegio a la
mañana siguiente se pone a preguntar al resto de profesores sobre el nombre que
le ha dado el alumno.
Pero nadie parece tener
conocimiento sobre esa persona en concreto.
Como si se tratase de un
alumno invisible al que nadie le ha prestado jamás la minima atención. Tanto
que ni el recuerdo de su nombre se hace presente en las mentes de los que
imparten allí sus clases.
En un último intento por
descubrir quien es ese chico, se marcha al archivo y en la sección de antiguos
alumnos se pone a escarbar entre cientos de miles de nombres de chicos que han
pasado por las aulas del colegio de Santo Domingo.
Al final logra encontrar un
nombre que coincide con el que le ha dicho el joven misterioso.
Pero algo no cuadra, ese
nombre no puede ser porque ese chico… ese chico hace mucho tiempo que estudió
allí y además…
Sumido en sus pensamientos no
se da cuenta de que ha perdido medio día buscando entre los archivos. Se marcha
al despacho y una vez allí no consigue quitarse de la cabeza el misterio.
Cuando llega de nuevo la
noche, se dirige con paso decidido al aula y abre la puerta.
El joven vuelve a mirarlo con
esos ojos que parecen vacíos, más oscuros de lo normal.
El profesor suelta todo el
discurso que mentalmente había preparado para la ocasión y por último le
pregunta si su nombre correcto es P.F.
El chico le responde
afirmativamente y el profesor se siente ofendido porque cree que el muchacho está
haciendo una gamberradada al intentar suplantar la identidad de un alumno que
pertenece al siglo pasado.
Entonces el profesor le dice
al joven:
Sabes que eso no puede ser
porque ese chico murió en el año 1909.
El silencio se apodera de la
habitación en donde permanecen los dos sujetos.
El niño abre la boca y como
un gélido golpe de viento que golpea bruscamente su cara el profesor escucha
las palabras que sabe jamás podrá olvidar el resto de su vida.
-
Sí, soy yo. Estoy
muerto.
El profesor entra en cólera
por que cree de veras que aquel joven está suplantando la identidad de una
persona fallecida y se dirige a él con la intención de echarle un puro y
mandarlo a casa acompañado de un soberano castigo.
Conforme va llegando al
muchacho, observa para su espanto que lo que de lejos parecía un cuerpo sólido,
no es más que algo incorpóreo y que al mismo tiempo está rodeado de una luz
imposible que no parece ser emitida por objeto humano alguno.
El profesor no llegó a
acercarse hasta donde se encontraba el muchacho.
Al día siguiente lo
encontraron petrificado en estado de shock en el mismo lugar en donde había
detenido su avance hacia al chico.
No volvió a recuperarse de
aquello y fue internado en un psiquiátrico.
La leyenda de este hecho
corrió como la pólvora por todos los colegios e institutos de España e imagino
que del mundo convirtiéndose en leyenda urbana y fue transmitida de boca en
boca y de generación en generación por los siglos de los siglos.
*Célebres fueron las pesadillas que el maestro de la narrativa,
Gabriel Miró, tuvo en sus interminables horas cuando desde los ocho años de
edad fue internado en el Colegio Santo Domingo.
Una de las causas que tanto pesar le imprimieron al carácter
de nuestro novelista fue la que él mismo relató en una de sus obras y que
casualmente coincide con algunos detalles del origen de la Leyenda del alumno
fantasma del Colegio Santo Domingo.
Este es el relato:
-¡Si hubiese conocido
usted al señor Cuenca!
-¿Quién es ese señor?
-En los colegios de
los Jesuitas hablan de «usted» y tratan de «señor» a todos los educandos,
aunque sean muy chiquitines. Ya sé que lo sabe. Yo entré a los ocho años en
Santo Domingo, y me pasmaba tanto «usted» y tanto «señor» en boca de aquellos
sabios sacerdotes gravísimos con gafas relucientes, cuando en mi casa me
tuteaban las criadas; pero todavía me maravillaba más que se lo dijesen a un
rapazuelo que estaba a mi lado; yo traía pantalones largos, pero los de mi
vecino eran cortos y llevaba medias. Es que era mucho menor que yo: delgadito,
pálido, muy triste, distraído; las manitas siempre manchadas de tinta; las
cintas del calzoncillo y los cordones de las botas desceñidos y colgando. Se
llamaba Cuenca. Pero ya sabe que allí se le decía señor Cuenca. «¡Señor Cuenca,
señor Cuenca!», pronunciaba seco, imponente, el Hermano Inspector. Yo miraba a
mi compañero, que tenía la cabecita hundida entre sus brazos, cruzados sobre el
pupitre. Y el Inspector murmuraba: «Señor Sigüenza, sacuda al señor Cuenca, que
está durmiendo». Yo le despertaba. El señor Cuenca abría sus grandes ojos,
velados de tristeza y de sueño; mirábame pasmado, se desperezaba y sonreía,
perdonándome. Tronaba la voz del Hermano. Y el señor Cuenca alzaba los hombros
y me preguntaba: «Pero ¿qué dice el Hermano?».- «Pues dice que te pongas de
rodillas».- «¡De rodillas! ¿Para qué?».
El señor Cuenca se
arrodillaba.- «Señor Cuenca, señor Cuenca, tendrá usted una mala nota en aliño;
¿no ve usted que se le caen las medias?».
Casi siempre había yo
de subírselas; eran unas calzas de lana gorda y blanca, hechas en su casa
manchega por las manos del ama del señor Cuenca; y había yo de ceñírselas, que
el señor Cuenca no sabía hacerse la lazada de las ataderas. Al lado del señor
Cuenca creíame yo un hombre grande, protector, y le sonreía paternalmente...
Vino la semana de
Ejercicios Espirituales. La pasábamos sin hablar, haciendo examen de
conciencia, oyendo pláticas sobre el Pecado, la Muerte, el Infierno, el
Purgatorio, la Salvación... Las ventanas de la capilla estaban entonces casi
cerradas; el altar, todo colgado de negro. Cuando cantábamos el «¡Perdón...
oh... oh, Dios mío!», gritábamos desesperadamente, no sólo porque implorásemos
la gracia con encendido ahínco, sino también por vengarnos de nuestro silencio...
Y el señor Cuenca no cantaba; cerraba los ojos y doblaba su cabecita,
descansándola en mi hombro izquierdo. Yo le decía: -«¡Te advierto que nos van a
castigar a los dos!».- Y el señor Cuenca sonreía sin mirarme. Estaba muy
blanco, con dos arruguitas junto a los labios, como si fuese a sollozar, y
murmuraba: -«¡Me duele más la frente!».
El último día de
Ejercicios, en vez del señor Cuenca se puso a mi lado otro niño gordo,
colorado, quieto y muy devoto. Yo le pregunté: «¿Y Cuenca? Tú, ¿dónde está
Cuenca?». Pero esa criatura ni me contestó. En el recreo le pedí permiso al
Hermano para hablarle, y no quiso otorgármelo. Y acabada la semana de silencio,
cuando todos los colegiales prorrumpieron en su primer grito libre, expansivo,
gozoso, corrí al lado del Inspector y le pregunté por el señor Cuenca.
«¿Todavía no sabe que preguntar es una grave falta? No lo vuelva a hacer», me
dijo.
Me aparté mohíno y
humillado, pensando en el señor Cuenca. ¿Por qué no estaba ya con nosotros
aquel niño pálido, chiquitín, dulce y mustio que cuando sonreía daba más
lástima que si llorase?... ¿Dónde estaría mi camarada con sus pantaloncitos
color de oliva y sus medias blancas, flojas, rugosas, que no sabía atarse y
estaban implorando las manos de la madre, o siquiera las del ama del señor
Cuenca?
...Pasados dos días,
después del primer recreo de la tarde, no fuimos a los estudios, sino al
dormitorio, y al entrar en las camarillas ordenó el Inspector: -«Uniforme de
gala, abrigos y gorra».
Nos vestimos pasmados.
¿Dónde iríamos con ese traje siendo miércoles?
Bajamos a los
claustros. ¡Señor, qué pasaría! ¿Es que llegaría el Reverendo Padre Provincial?
¡Sí, sí; el Padre Provincial sería, que acaso nos concediese en memoria de su
visita alguna fiesta, una comida extraordinaria en el campo!... ¡Y el señor
Cuenca que no estaba! ¡Tanto como nos divertiríamos! Pero ¿dónde estaba Cuenca?
Entramos en la
iglesia. Y me estremecí angustiadamente. El cabello y las sienes me sudaban un
hielo derretido.
En el presbiterio
había un ataúd estrecho, blanco, rodeado de cirios, y dentro de la caja, muy
amarillo y muy largo, vi al pobre señor Cuenca, que me sonrió, ¡a mí me sonrió,
lo juro!, y me sonreía como mostrándome sus pantaloncitos largos del uniforme
de gala.
LA LEYENDA IMPROVISADA:
He de decir que me confieso culpable de haber promovido
historias oscuras sobre mi antiguo colegio.
Recuerdo que en una ocasión, cuando era un adolescente, en
unos ejercicios de estudio y convivencia que hice con algunos otros compañeros
de clase en mi colegio durante un fin de semana, me encontraba más animado de
lo habitual y me puse a contar historias de miedo aprovechando el calor que me
proporcionaban el resto de mis compañeros.
Fue durante una de aquellas charlas que nos impartían para
mejorar nuestras dotes de comunicación y convivencia.
Me puse a largar sobre una supuesta leyenda en el colegio de
un visitante que caminaba por la noche por los lugares más recónditos del
colegio.
Mientras yo iba contando, recuerdo a algunos de los otros
compañeros que se hacían señas como queriendo indicarse entre ellos que esa
misma noche debían de quedar para pasar una experiencia que jamás pudieran
olvidar.
Recuerdo a Pablo Vidal, nuestro ex-concejal y a su cuñado Vicente el Yuyu que escuchaban sin parpadear mirándose los unos a los otros con aire de complicidad.
Luego me enteré de que aquella misma noche habían quedado
para meterse dentro de la
Iglesia para curiosear un poco entre las sombras bajo la
oscuridad de la noche,.
Sé que huyeron despavoridos al producirse de repente un brusco
ruido que ninguno supo explicar.
Aún así me contaron que había sido el padre Andréu el que
había querido gastarles una broma para que volvieran todos a sus respectivas
habitaciones y se estuvieran quietos el resto de la noche.
Y eso es lo que todavía hoy día siguen asegurándome los
testigos de lo que ocurrió aquella noche.
Es gracioso que ellos no saben que poco tiempo después
interrogué al mencionado sacerdote y me aseguró que el no había tenido nada que
ver.
Por tanto, lo que provocó el susto de aquella noche quedará
para siempre dentro del campo del misterio.
Otra de las cosas que hizo que la leyenda del monje errante
creciera fue otra de esas noches que nos quedamos en el colegio también de
ejercicios de convivencia (por aquel entonces era algo que hacíamos muy a
menudo) estábamos esperando en la puerta de lo que llamábamos la sala de
estudio a que el resto de compañeros fueran llegando.
De repente, oímos un alarido de terror y corrimos hacia el
lugar de donde partía la voz de la chica que no paraba de temblar de nombre
Natalia. (Sí, la amiga íntima de Consuelo).
Aquella noche nos aseguró que había visto un par de luces de
color naranja bajando por las escaleras como dos ojos que te observan y se
acercan a ti sin pestañear.
Así que con un poco de allí y otro poco de allá se fue
forjando una leyenda de fantasmas en el colegio de la que me declaro culpable.
Y claro, uno se hace mayor y tiene que abandonar los lugares
en donde se ha criado y en donde ha estudiado desde pequeño.
Pero resulta que poco tiempo después me entero de que la
leyenda del monje errante sigue más viva que nunca entre los nuevos alumnos de
Santo Domingo y que incluso en una ocasión varios de ellos se juntan para formar
un grupo con el que rodaron un cortometraje que tiene por título: LA
NOCHE DEL MONJE.
Sin quererlo, la huella que hemos dejado en el colegio se
hace más grande al haber sido secundados por otros jóvenes alumnos que al igual
que nosotros son amantes de los temas del misterio y que incluso esta vez con
la cámara al hombro y bajo un guión de película se han atrevido a rodar una
pequeña secuencia que no hace otra cosa que acrecentar el legado de nuestros
primeros pasos.
Uno de esos jóvenes que aparece en el cortometraje como
actor es Pablo Riquelme el tan laureado y premiado autor oriolano de
cortometrajes.
Aquí podéis ver el corto:
Nada más que decir al respecto. Lo próximo que contaré será
la terrible verdad que asola las viejísimas paredes de este centro.
LA REALIDAD.
Pongámonos serios ya de una vez y pasemos al meollo de la cuestión.
Como investigador de sucesos extraordinarios y misterios en
la ciudad de Orihuela puedo asegurarles que todo lo escrito anteriormente no es
más que papel mojado comparado con lo que voy a relatarles ahora.
Habiendo iniciado mis investigaciones y partiendo de largas
horas escuchando testimonios y hurgando entre interminables libros me encuentro
preparado para contarles todo lo que he averiguado.
El problema que siempre me encuentro al intentar sondear a
los jóvenes que son testigos de sucesos paranormales en un lugar donde
precisamente abundan los jóvenes es que la juventud goza de una imaginación
impecable.
Y entonces ellos mismos, aún habiendo sido víctimas del
fenómeno no son conscientes del mismo en el momento en el que ocurre.
Por ejemplo, me he topado con niños que recuerdan con tal
naturalidad como jugando en el patio de Lourdes con un balón, han visto como
esa pelota ha iniciado un movimiento fuera de lo normal ajeno a ellos mismos y
moviéndose por el suelo como si alguien con un mando y un control remoto
hubiera tomado posesión de él.
Otros han sido los que me cuentan de ocasiones que
habiéndose caído de grandes alturas desde por ejemplo la montaña han notado
como si una mano invisible hubiera impedido su caída sujetándolos en el último
momento.
Claro, al ser jóvenes, apenas unos días después ya no son
conscientes de lo que les ha sucedido y son pocos los que recuerdan el hecho
con algo de temor y que gracias a Dios han sido con los que he tenido la suerte
de haber hablado.
Uno de los casos más extraños que me han relatado cuenta de
una ocasión que marchando todos hacia clase, subiendo las escaleras de la fotografía sintió como
una fuerza lo empujó hacia arriba golpeándose incluso contra la pared de
enfrente.
Algunos lo han achacado a gamberradas de otros compañeros
pero hay otros que no están tan seguros porque afirman que el que iba justo
detrás de él no habría podido ser capaz al hallarse alejado lo suficiente.
Tengo varios casos de alumnos que aseguran haber sentido
tirones de pelo inexplicables cuando no había habido nadie a su alrededor.
En una ocasión, un pupitre que se encontraba en una posición
durante la última clase, al regresar del recreo se encontró con que estaba en
una posición diferente y lo mismo ocurría con algunos objetos que se habían
quedado en las clases como los libros o los bolígrafos.
Otro caso muy extraño que recuerdo y de esto puedo hablar en
primera persona porque fui testigo directo del hecho fue ver como uno de mis
bolígrafos cayó hacia el suelo pero en vez de caer rápido por la fuerza de la
gravedad, una mano invisible parecía haberlo agarrado en el aire y haberlo
bajado a cámara lenta.
Luego está el caso que ya recogí en este mismo blog de tres hermanos que jugaban junto a las ruinas del patio de Lourdes y sufriendo el espantoso accidente de una roca que se desprendió rompiéndole todos los dientes al hermano más pequeño sintieron como si una fuerza otra vez invisible los ayudaba a levantar la roca que pasaba casi más que los tres juntos.
Tal como fuere, sé de algo que hay en este lugar, por lo que
parece principalmente de nobles intenciones aunque a veces juguetón, si es el
mismo ente, y que quizás podría tratarse del monje que realmente falleció en el
patio de Lourdes de manera inexplicable y que curiosamente es protagonista sin
querer de la historia de miedo que se cuenta en el Cortometraje LA
NOCHE DEL MONJE.
Sin nada más que añadir, les dejo para que lo piensen.
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