Hace mucho tiempo, en la misteriosa isla de Mallorca y en los pueblos de las comarcas centrales valencianas, existían seres temidos y venerados por igual. Eran conocidos como las bubotas, o bubotes en catalán. Según la antigua mitología mallorquina y valenciana, estas criaturas eran fantasmas que acechaban a los niños y niñas desobedientes, dejando un rastro de miedo y terror a su paso.
Las bubotas, envueltas en misterio y misticismo, encontraban refugio en los cementerios de Mallorca. Allí, entre las tumbas y los suspiros del viento, tramaban sus travesuras nocturnas. Su apariencia era tan aterradora como fascinante: seres incorpóreos y semitransparentes, ocultos bajo grandes telas que cubrían su cabeza y brazos.
Por lo general, permanecían invisibles, inmóviles en lugares específicos, esperando el momento adecuado para hacer sentir su presencia. Pero cuando se movían, lo hacían con una gracia macabra, flotando en el aire y dejando tras de sí un rastro helado que erizaba la piel de los seres vivos.
En aquellos pueblos de la Comunitat Valenciana, se contaban historias de bubotes que raptaban a los niños desobedientes. Estos pequeños, tentados por la curiosidad o la travesura, desafiaban las advertencias de sus padres. Pero la oscuridad de la noche les guardaba un destino incierto, pues las bubotas acechaban en las sombras, esperando el momento propicio para llevarse a aquellos que habían desafiado las reglas.
Se decía que aquellos que tuvieron la desgracia de encontrarse cara a cara con una bubota, experimentaban un terror tan profundo que sus corazones no lo soportaban. Algunos incluso perecían por el susto, y se rumoreaba que sus almas se reencarnaban en nuevas bubotas, condenadas a vagar eternamente.
La leyenda no daba una fecha precisa para el origen de las bubotas, pero se pensaba que surgieron en los oscuros siglos XIII y XIV, cuando el miedo y la superstición se entrelazaban en el tejido de la vida cotidiana. Estos seres enigmáticos eran un recordatorio constante de la importancia de la obediencia y el respeto a las normas establecidas.
Aunque el paso del tiempo ha difuminado las fronteras entre la realidad y la fantasía, la presencia de las bubotas continúa acechando en los rincones más oscuros de la memoria colectiva. Las historias se transmiten de generación en generación, y aquellos que escuchan con atención pueden sentir el frío aliento de las bubotas en el viento de la noche, recordándoles que, en un mundo lleno de sombras y misterios, es mejor no desafiar a los secretos que yacen más allá de nuestra comprensión.
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