A falta de unos pocos días de la típica Feria de San Antón de Orihuela, uno de los protagonistas de dicha fiesta, el cerdo, se movía libremente por las calles en donde las familias de vecinos lo cuidaban y alimentaban antes de que llegara el día de la celebración en donde el animalico era sorteado.
Era costumbre en aquellos tiempos dejar al marranico que disfrutase de sus últimos momentos de libertad antes de que pasara a manos de algún agraciado que hubiese apuntado su nombre en los pliegos de papel que permanecían colocados sobre las mesas que estaban dispuestas para recoger la limosna que entregaban los interesados en participar en la rifa.
El animal que había sido expuesto con anterioridad en el mercado de los martes o algún domingo en alguna que otra calle céntrica de nuestra ciudad había atraído las miradas curiosas y algunas perversas de ciertos personajes que entre las sombras tramaban su fechoría.
Así, un día cualquiera, el aroma de los romeros y tomillos del monte de San Antón acompañaba las vibrantes y melodiosas notas de una guitarra.
En este idílico ambiente se produjo un hecho extraordinario.
Una serie de personajes de muy malas intenciones aprovecharon un descuido para sustraer al animalico y llevárselo lejos, al monte para matarlo.
Como si de un ángel guardián se tratase, una estrella brillante y poderosa apareció en el cielo emitiendo un gran resplandor.
Los criminales, asustados apretaron el paso sin comprender lo que estaba sucediendo. Ya que allá por dónde iban, aquella misteriosa luz les seguía.
Llegados a un lugar que consideraron seguro finalizaron su macabra obra dando muerte al cerdo y salieron por pies de allí.
Poco después, los vecinos enterados del asunto, corrieron al rescate del animal sustraído y se dirigieron a la sierra para constatar que ya no se podía hacer nada por el animalico.
Su conversación se centró en la aparición de aquella misteriosa estrella que algunos decían haber visto sin que nadie encontrara una explicación.
Un susto más sufrieron cuando encontraron una piedra en la montaña con una enorme mancha negra en forma de estrella y muy cerca de esta, otra piedra con una mancha similar pero con forma de cochino.
A su lado, las pruebas de la barbarie, la sangre del cerdo que aún goteaba caliente.
Cuentan algunos ancianos que todavía puede localizarse este lugar en la sierra de San Antón, las dos piedras con tan curiosas manchas que aparecieron de la nada en aquella no olvidada velada de San Antón en la que nunca pudieron consumar la rifa del cochino.
FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)
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