Cuenta la historia que, allá por el año 613, época cercana y
posterior a la abjuración del arrianismo por Recaredo y consiguiente
declaración del cristianismo como religión del Estado en España, fue traída por
los cristianos perseguidos por diversas sectas y que se refugiaban en nuestra Península
una imagen de la Virgen, de origen griego, al parecer por los rasgos de su
fisonomía.
Esta imagen, esculpida en un pedazo de tronco de olivo de 42
centímetros de altura, está sentada en una silla, tiene un niño en su mano
izquierda, y se veneraba en la iglesia parroquial de San Julián con el nombre
de Madre de Dios de la Puerta.
Durante la dominación árabe, poco después de la muerte del
primer rey de Orihuela, fueron castigados nuestros antepasados con fuertes
tributos, quedando reducida la libertad de vivir en la ciudad y practicar el
culto católico, al Arrabal.
Mandaron los invasores más tarde quitar las cruces de las
puertas de las iglesias, y temiendo que algún día los sectarios del falso
profeta profanaran las imágenes, decidieron los oriolanos del Arrabal Roig
ocultar la imagen de la Virgen, de la Madre de Dios de la Puerta bajo la
campana de la iglesia parroquial de San Julián, colocada en el hueco de una
peña que había dentro del recinto de la referida iglesia.
La imagen estuvo perdida, oculta bajo la campana y escondida
dentro de la peña más de quinientos años, hasta que, al venir la epopeya del 17
de julio de 1242 arrojando a los moros de nuestra ciudad y estableciéndose en
ella los cristianos, decidieron los oriolanos buscar la imagen que la tradición
les transmitiera había sido ocultada por sus antepasados, olvidando el sitio
donde las escondieron.
Mucho tiempo pasaron buscando la imagen, hasta que por fin,
según opinan los cronistas locales, en el año 1306 tuvo lugar el feliz hallazgo
de la Virgen.
Según la tradición, el milagroso hallazgo de la Virgen se
atribuye al subterráneo sonido de una campana oída durante tres noches
continuadamente al pie del monte del castillo.
El misterioso sonido llamó la atención de los oriolanos, que
acudieron presurosos al lugar de donde salían las vibraciones de la campana
milagrosa.
Buscaron ansiosos y, al agujerear la peña, encontraron el
celestial tesoro escondido durante tantos siglos.
Grande fue el entusiasmo y regocijo con que se recibió el
hallazgo de la preciosa Virgen.
Pero en seguida suscitáronse acaloradas discusiones acerca
del nombre que había de dársele entre aragoneses, valencianos y catalanes que
por aquel entonces poblaban la ciudad.
Los aragoneses querían se llamara Virgen del Pilar; los
valencianos, de Orito y los catalanes, de Monserrate.
Por fin acordaron poner los tres nombres escritos en tres
papeles y que la suerte decidiera, saliendo el de Monserrate, bajo cuyo título
ha sido desde entonces venerada en nuestra ciudad.
Aumentaba de día en día en la ciudad y su huerta la devoción
por la Virgen de Montserrate, por lo cual, y después de las necesarias
tramitaciones, fue reconocida el 1 de septiembre del año 1633 como Patrona de
Orihuela, celebrándose el día 8 del mismo mes, festividad de la Virgen, la
primera procesión general.
La campana que un día anunció a los vecinos del Arrabal Roig
el portentoso hallazgo de la Virgen tuvieron el mal acierto los oriolanos de
antaño de fundirla, aplicando porciones del precioso metal, según reza la
tradición, a todas las campanas de todas las torres de la ciudad.
Y aquella campana prodigiosa que sonó en los oídos de los
oriolanos embargándolos de singular alegría al encontrarla protegiendo a la
imagen de la Virgen, de la Madre de Dios de la Puerta, y que anteriormente
llamaba a los fieles a la iglesia parroquial de San Julián, volteando desde lo
alto de su torre, no se conserva hoy por la ligera decisión de nuestros
antepasados, como preciosa reliquia que, en unión de la imagen, recuerde el
milagroso hallazgo de la Virgen.
Vino a tierra la iglesia de San Julián, y en el mismo sitio,
se edificó el primer templo dedicado a Nuestra Señora de Monserrate.
Más tarde, por estar ruinosa la anterior iglesia, fue
trasladada la imagen a la Catedral, dando comienzo entonces las obras del
santuario que tiene actualmente, donde al ser terminado fue trasladada
solemnemente el 17 de octubre de 1776.
Todos los años, al llegar el 7 de septiembre, previo el
disparo de varias series de morteretes colocados en lo alto de la sierra, junto
a la típica rejuyaera, el recorrido
de la dulzaina por las calles más céntricas y el repique general de las
campanas de todas las iglesias, es traída procesionalmente Nuestra Señora de
Monserrate a la Catedral, donde al toque de oraciones del mismo día da comienzo
el solemne novenario con que los oriolanos obsequian a su Patrona.
La novena termina el domingo, durante el cual, la Virgen es
devuelta en larga y silenciosa procesión a su santuario.
Es esta procesión de vuelta la manifestación de la devoción
del pueblo oriolano a su Patrona.
Voltean las campanas, retumban los morteros al estallar allá
en la sierra, suenan las notas acompasadas de la dulzaina, redoblan los
tamboriles, los gigantes y cabezudos abren paso a la procesión y empiezan a
pasar los interminables filas de devotas mujeres seguidas de otras dos filas no
menos largas de hombres llevando en una de sus manos la vela encendida.
Congregaciones, comunidades religiosas, cleros parroquiales
con cruz alzada, Cabildo Catedral, y el trono de plata sobre el que la
Virgencita morena y bonita se destaca bañada de luz y cubierta por blanco manto
del que van prendidas valiosas alhajas.
A continuación, camareras de la Virgen, electos de la cofradía
y Ayuntamiento seguido de la Banda Municipal, tras de la cual, una muchedumbre
acompaña a la patrona hasta dejarla encerrada en su precioso santuario.
El templo de la Virgen, pequeñita y morena, es espacioso, de
alta nave central.
Su decorado es serio, sencillo: blanco y oro.
Y el precioso altar mayor, donde en su centro aparece,
majestuosa y hermosa, la imagen de Nuestra Señora de Monserrate, es merecedor
de ser contemplado sin prisa.
Al contemplar este altar admirable, lleno de luces y flores,
es muy difícil que, aún el hombre más descreído e indiferente, no sienta al
instante una dulce emoción consoladora.
En las visitas cotidianas de los oriolanos, tristes y
cabizbajos, por una desgracia reciente o un negro presentimiento que les
atormenta, siempre salen después de haber rezado postrados a los pies de la
Virgen bella, aliviados en sus hondos pesares.
Es la visita obligada de todo buen oriolano.
Y la Virgen, risueña, los recibe maternalmente, embargándoles
el alma de una celestial alegría.
A la izquierda de la nave central, hay una capilla
igualmente decorada que el resto de la Iglesia; capilla en la que, en el sitio
correspondiente al altar principal se ve una verja de hierro que cierra el
acceso a una cueva pequeña y sombría, iluminada débilmente por una lámpara de
aceite; en la cueva en plena peña dónde fue encontrada por los oriolanos de
antaño la imagen de la Virgen.
Es esta cueva visitada constantemente por los oriolanos como
uno de los rincones más preciosos del santuario, pues trae a su memoria
recuerdos del milagroso hallazgo de la Virgen, de la brillante historia de
Orihuela y sus heroicos antepasados que poblaban el Arrabal Roig, y es la que
debiera guardar la campana en mal hora fundida.
¡Lástima de campana prodigiosa!
FUENTE:
JOSÉ MARÍA BALLESTEROS
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