Álbum musical destacado por la página web oficial de la Universidad Nacional de Educación Pública Estatal Española (UNED). Apartado dedicado a MIGUEL HERNÁNDEZ, "Poemas musicalizados y discografía". Incluído también en la obra literaria del escritor y colaborador de Radio Nacional de España Fernando González Lucini, "MIGUEL HERNÁNDEZ ...Y su palabra se hizo música".

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martes, 27 de septiembre de 2016

Riada


Leer el testimonio de aquellos que vivieron el pánico y el miedo producido ante la inminente avenida de un desbordamiento fatal del cauce del Río Segura me ha hecho recordar los años de mi niñez en los que hubo ocasiones en las que yo mismo, en mis propias carnes, sentí la emoción y la sensación de inseguridad que nos daba esa incertidumbre.

Recuerdo que sentía curiosidad por ver lo que ocurría, por ver como las aguas lo inundaban todo, las calles que yo solía utilizar para ir a cualquier sitio, inundadas de forma que era imposible pasar a través de ellas sin mojarte los pies.

También llega a mi presencia la gran cantidad de gente que se apostaba en los puentes, sobre todo el de Levante, mirando el indicador de altura de las aguas, con cara de susto y sorprendidos ante esta lamentable situación que parecía pertenecer al pasado y que ya había sido desterrada y olvidada de nuestras memorias.

Así que, animado de esta lectura que me ha parecido tan interesante, se la incluyo aquí para que también ustedes puedan saborearla.


Varios días hacía que no lucía el sol.

Las lluvias caigan sobre la ciudad y su huerta con gran frecuencia llegando últimamente a convertirse en persistente temporal.

Los viejos decían no habían visto desde hacía mucho tiempo un año de lluvias tan continuas y abundantes.

El clarín del pregonero dejó oír su sonido agudo y metálico, y de todas las casas cercanas a donde el pregonero esperaba muy serio con una hoja de papel en la mano, salieron corriendo mujeres, hombres y chiquillos para enterarse de las graves noticias que el pregón traía.

En efecto, las noticias eran importantes; las persistentes lluvias en toda la cuenca del río Segura, habían hecho afluir a él torrentes de agua de todas las ramblas, barrancos y riachuelos, elevando de tal modo el nivel natural de sus aguas que amenazaba en breve plazo con desbordarse.

Todos los agrupados alrededor del pregonero oyeron atentos lo que este decía, quedando de momento silenciosos, para después, prorrumpir en alborotados comentarios sobre los peligros de la riada que se anunciaba, de los grandes perjuicios que traería a la huerta y de mil cosas más dichas y discutidas en un instante nerviosamente, bajo la fuerte impresión producida por las noticias del pregón.

Corría, volaba la noticia de boca en boca produciendo el consiguiente pasmo, mientras la gente se dirigía apresuradamente hacia los puentes para ver lo que el río crecía.

Las aguas, de ordinario mansas y tranquilas del Segura, estaban agitadas por una vertiginosa corriente.

Su nivel se elevaba por minutos, y las bandomeras, envueltas en el agua brava y amenazadora que desde Murcia y parte alta del río venía, anunciaban tristes presagios para la noche que se avecinaba.

El cielo estaba gris.

Entre los muchos hombres que desde el puente de Levante observaban la crecida del río, estaba Antonio, solo, separado de los demás y apoyado en la baranda del puente mirando fijamente el correr de aquellas aguas turbias y amenazadoras como las ideas maliciosas de tantos hombres.

Oía indiferente los comentarios y augurios pesimistas de cuantos cerca de él hablaban.

Estaba abstraído, separado mentalmente de todo lo que le rodeaba, y, miraba, miraba sin pestañear al río bonificador, pero también algunas veces amenazante y destructor, como obedeciendo órdenes supremas cumplidoras de un divino castigo.

De nuevo sonó el clarín en el cruce de dos calles.

El pregonero, con voz ronca, leyó el pregón que de orden del Alcalde aconsejaba se previnieran todos, especialmente los huertanos, ante las amenazas que del anuncio de nuevas crecidas podían tener.

Lamentaciones, sollozos de las mujeres, discusiones sobre si resistiría o no el río la gran crecida.

Ya los molinos situados al margen del río estaban completamente inundados, habiendo subido sus dueños la molienda a la parte más alta del molino, cuando una noticia cundió rápidamente por toda la ciudad como reguero de pólvora: el río se había desbordado por el caserío de Molins y por la carretera de Beniel.

Las paredes del río Segura no pudieron resistir la corriente impetuosa de la fuerte avenida, y se abrieron portillos en distintos sitios de su cauce que serpentea caprichosamente por la hermosa huerta orcelitana, inundándola y sembrando el pánico y el dolor en las pobres gentes que con tanto tesón y cariño la cultivan.

Se presentaba la noche triste y de continua zozobra para los oriolanos.

Las autoridades, los señores de fortuna y todos en general, se preparaban a socorrer a los pobres huertanos que, inundados sus bancales plantados de hortalizas, los huertos de naranjos con agua hasta las cruces de sus troncos y las humildes barracas anegadas totalmente, estaban en grave peligro de ahogarse.

A la medianoche, las aguas turbias del Segura inundaron parte de la ciudad.

Los pocos oriolanos que dormían despertaron ante el ruido producido por el ir y venir de la gente por las calles.

La riada estaba en la plenitud de su obra destructora.

Al acercarse a los puentes, se oía el bramido de las aguas encolerizadas.

El amanecer del día siguiente fue de ayes y quejas.

La huerta aparecía inundada casi totalmente.

Incalculables eran las pérdidas.

Mal invierno se presentaba por delante a los huertanos con las cosechas perdidas y las tierras cubiertas de arena.

Había que pedir enseguida al gobierno el envío de dinero para socorrer a estas pobres gentes que lo habían perdido todo quedando en la más completa de las miserias.

Reuniones en el Ayuntamiento, telegramas a Madrid, y el dinero no llegaba, y no llegó.

La inundación fue grande, de las que hacía muchísimos años no se han visto, hasta el extremo de que las tahúllas de García, situadas en un lugar donde en ninguna riada llegó el agua, también se inundaron.

Duró el agua embalsando las tierras bastantes días.

Desde lo alto del Seminario de San Miguel, espacioso edificio situado en mitad de la Sierra del Castillo, se divisa la huerta orcelitana en su totalidad.

¡Hermosa vista de Orihuela y de su huerta la que se ofrece desde las alturas de San Miguel!

Animado estaba aquellos días el empinado camino que en forma de zig zag conduce al Seminario.

Familias enteras subían a contemplar el precioso espectáculo, desconsolador al mismo tiempo,  de la huerta inundada.

Parecía que en la amplia explanada de delante del edificio donde viven los seminaristas estudiando Filosofía, Teología y Sagrada Escritura y la vida de los Santos, se celebraba alguna fiesta.

Concurrida estaba la explanada.

Las jóvenes miraban curiosas al colegio de futuros sacerdotes, mientras los seminaristas se asomaban por las ventanas del Seminario con el bonete puesto, muy contentos de tener aquel día tan buena distracción.

FUENTE: 
JOSÉ MARÍA BALLESTEROS

miércoles, 14 de septiembre de 2016

FICCIÓN: Lugares Malditos de Orihuela: 1. La Llamada


Se hablaba a comienzos del siglo XX, de un lugar maldito de Orihuela en donde habían perecido ahogados en el río una alarmante cantidad de gente.

Aparentemente, un lugar apacible, un hermoso y bonito lugar a orillas del río.

Nadie se explicaba, qué es lo que hacía que en este sitio, varios oriolanos se hubiesen adentrado en las aguas mansas y cristalinas y se hubiesen dejado engullir por la corriente.

Algunos lo llamaban la playa del río.

Imponente y como queriendo dejar una eterna advertencia que permaneciera para siempre, se erguía no hace mucho tiempo, una cruz conocida como La Cruz del Río que resaltaba sobre el entorno como aviso de peligro para todas aquellas futuras víctimas.

Curiosamente, junto a ella, acudían las lavanderas para lavar la ropa.

Este sitio sigue siendo actualmente un lugar que todo el que pasa y se le ocurre echar un vistazo fijamente, es impulsado a cometer un acto terrible.

Como hipnotizados, los que se han atrevido a mirar a esta parte de la orilla, y han sobrevivido, me comentan que sintieron un extraño impulso de dejarse llevar, de saltar hacia las aguas.

“También sentí eso, como si el rio en esa zona me atrajera y era como si me dijeran tírate al agua venga. En vez de sentir vértigo.” (18/10/2016)

A partir de ahora lo llamaremos La Llamada. Y les advierto que es muy peligroso dejarse llevar por sus encantos.

Para que nadie cometa el error de acercarse y echar un vistazo, les diré por donde está.

Jamás deberán acercarse a la parte del río que transcurre junto a Ociopía.

Toda esa zona está encantada y prueba de ello es este relato que a continuación les voy a transmitir.

Un caso bien documentado por la prensa oriolana de principios de siglo que he recogido literalmente:

...

Habían salido de Lubrín (Almería) e iban por esos caminos aguantando las horas del estío, animosos de encontrar, al término de la jornada, en Jumilla o Yecla, ocupación en las faenas de la próxima vendimia.

Eran pobres y no podían permitirse el lujo de viajar en ferrocarril.

El matrimonio, con los pequeños, emprendieron su penosa peregrinación, procurándose el alimento para ellos y para los hijos con la limosna que solicitaban en las casa de labor y en las ciudades del tránsito.

Así llegaron a las proximidades de Orihuela en las últimas horas de la mañana.

Acamparon a orillas del río cobijados a la sombra de un árbol.

Se proponían comer para seguir después la interrumpida marcha.

¡¡¡Nunca que lo hubieran hecho!!!

La tierra caldeada despedía un polvillo que ahogaba.

El marido bajó a la orilla a buscar unas cañas secas para hacer fuego.

Vio el río deslizarse manso, fresco, incitante…

Al poco rato bajó la mujer temerosa por la tardanza de su compañero.

Aterrorizada vio las ropas extendidas por el suelo y, en la misma arena, se conservaban impresas las pisadas de aquel que se perdían en el agua.

No había duda, la gran desgracia se había consumado.

Gritó la mujer, y sus gritos se perdieron con lo suaves murmullos de las hojas de los árboles y de la corriente del río.

Nos hacemos cargo de la desesperación de aquella joven madre, sola con dos pedazos de sus entrañas a su lado, en país desconocido; por casa, el camino; por techo, el cielo; por consuelo, el lloro desgarrador de los niños reclamando pan, y allí bajo, las aguas verduzcas, el sostén único, el fuerte derribado para siempre.

Después… lo previsto: se busca y se encuentra al ahogado por manos hábiles de nadadores prácticos en el terreno, la justicia que se lleva el cadáver al depósito de autopsias; y la desconsolada familia quedó sola, con su dolor, junto al árbol, a la vista del río que les enviaba los ecos de su lúgubre y eterna cantata.

José María Sarabia, el periodista, llegó allí por sus deberes de información.

El triste cuadro, llenó de compasión su alma.

Hizo una obra de caridad muy grande, sin medida.

Ofrecioles y aceptaron albergue los desdichados por aquella noche.

Aún hizo más:

Al día siguiente fue pidiendo limosna para la viuda y para los huerfanitos de puerta en puerta por la ciudad.

Las mujeres del pueblo acudían en grupos entregándole a la joven dinero y otras dádivas.

Fue un espectáculo emocionante, que puso muy alta la fama bien ganada de caritativa que tenía Orihuela.

La desdichada lloraba, llegando a querer besar las manos a nuestro compañero.

Dijo que el nombre de Orihuela, no se borraría de su memoria y que se lo haría recordar a sus hijos.

El hombre ahogado se llamaba Antonio Andreu, de 25 años, y su esposa, que por cierto muy agraciada, Isabel López Muñoz, de 20 años.

Antonio recibió sepultura en este cementerio a la caída de la tarde del sábado, ante nuestro referido compañero José María Sarabia.

Isabel, abrazó y besó locamente a su infortunado esposo antes de que cayera la primera paletada de la tierra que lo cubriría.

Terminado el acto, la viuda y sus hijitos, regresaron en tren a su pueblo natal.

Ocurrió el 3 de agosto de 1909.


Antes


Después


FUENTE:

EL DIARIO nº 402, 6 Agosto de 1906.

IMPORTANTE:Por favor. Todos los lugares que aparecen en mi Blog son muy peligrosos. Están en ruinas y a punto de desplomarse o tienen un acceso con mucho peligro. No quiero que nadie se acerque nunca a uno de ellos. Podéis ver las fotos que acompañan cada entrada. Y si algún día pasáis junto alguno de los sitios mentados, miradlo de lejos. POR VUESTRA SEGURIDAD.

domingo, 24 de julio de 2016

Los héroes oriolanos olvidados: 4. Ramón Torres Gálvez



Era un viernes como otro cualquiera de un mes de noviembre de 1928.

Un grupo de niños jugaba junto a la orilla del río Segura cuando resulta que uno de ellos perdió pie y cayó a las aguas.

El infante, de nombre Francisco Martínez Aguirre chapoteaba en el agua para no perder la vida. Pero su pequeño cuerpecito ya mostraba los signos de agotamiento al estar tanto tiempo intentando mantenerse a flote.

Todos los de alrededor comenzaron a gritar.

Pasaba por allí un oriolano que quiso el señor tuviera la habilidad de nadar y no lo dudó un instante y se echó al agua.

Cuando llegó a la altura del niño, el cuerpo de este ya se encontraba sumergido.

Pero con un arrojo de valor, Ramón se capuzó para buscarlo por debajo del líquido con tan buena fortuna que pronto lo localizó.

Lo sujetó fuertemente como pudo y lo sacó a la superficie.

Tras unas difíciles maniobras de auxilio el niño empezó a toser ante los vítores de alegría de los que estaban a su lado.

La ciudad de Orihuela, agradecida y con la insistencia de los familiares del niño, preparó el oportuno expediente para que se le concediera a Ramón, La Cruz de Beneficencia como premio a la caridad y a la virtud de su buen gesto.

viernes, 22 de julio de 2016

Leyendas de Rojales y Formentera del Segura: El Carretero y el Borrego


No hay razón de que yo te diga que siendo niño contaba mi madre que había aquí en el pueblo un hombre al que le gustaba viajar a Torrevieja con su carro de melones.

Al llegar a Rojales, enfrente del cementerio, se distrajo con un borreguico que estaba en medio del camino.

Bajó del carro, miró a cada lado y como no lo veía nadie subió al animalico al carro.

Caminaron un buen trecho y el borrego, quien sabe si juguetón, tiró la alfalfa que iba comiendo.

El carretero se agachó para cogerla del suelo y dársela otra vez al animalico.

Pero como un niño con rabieta, el borrego repetía la operación una y otra vez, y así obligaba al carretero a detenerse, bajar de la carreta y recoger la mata para dársela otra vez al borrego.

-         Es la última vez, voy a subir ahí arriba y te voy a matar por todas las veces que me has hecho bajar.

El borrego parecía que se le reía pues unos dientes largos le enseñaba.

El hombre que ya estaba muy molesto, subió al carro y cuando ya tenía cogido al borrego para matarlo, el animal se puso a chillar y a escupir fuego por todos lados.

El carretero sólo acertó a empujarlo y echarlo del carro.

Cuando el hombre llegó a Torrevieja tuvieron que ayudarlo pues desde ese día dicen que enfermó.

Y que de su boca sólo salían estas palabras:


No has de coger
lo que no es tuyo
pues castigo yo intuyo:
que tendrás que correr.


domingo, 4 de octubre de 2015

Orihuela curiosa: La preocupación de los oriolanos por los ahogados en el río Segura


La Gaceta de Madrid de 19 de abril de 1791 relata la generosa iniciativa tomada
en Orihuela por el canónigo lectoral Dr. D. Marcelo Miravete. 

Este sacerdote, compadecido de los numerosos infelices que caían en el río Segura en que perecían sin recibir un eficaz auxilio para recobrar sus sentidos, decidió usar parte de sus rentas en formar una Junta para socorrer a los ahogados en el Segura, en las acequias y pozos inmediatos, como también a los sofocados, a los acometidos de muerte repentina y demás asfícticos. 

Se componía la Junta de un cirujano director, dos médicos, dos ayudantes y un sustituto que tenían a sus órdenes dos nadadores para sacar del agua a los ahogados y tres «convocadores» conductores que daban inmediato aviso de la desgracia ocurrida y llevaban a los pacientes al paraje señalado para la administración de socorros. Todos ellos gozaban de un estipendio fijo y de gratificaciones complementarias eventuales, según los casos. Todo venía costeado a expensas del benéfico clérigo así como la Instrucción impresa que había compuesto para prevenir los lances que podían ocurrir, el modo de operar y las obligaciones de la Junta. 

Además, había encargado en Cádiz una excelente máquina fumigatoria con todos sus
instrumentos y accesorios (cigarros habanos, aguardiente y álkali volátil) que cedería
al Ayuntamiento después de su muerte. 

El Ayuntamiento aceptó con gratitud la manda, alabando la humanidad que manifestaba el canónigo con sus conciudadanos.

Y el Rey, enterado de todo por su Secretario de Estado, conde de Floridablanca, se sirvió
expresar al Dr. Miravete, lo grato que le había sido su rasgo de patriotismo.


Así es como se debía de proceder:

Se sacaba al ahogado del agua y se llevaba en posición de lado derecho con la cabeza levantada a un lugar en donde había abundancia de aire libre y puro.

Sin perder el tiempo, se le quitaba la ropa y se posaba el cuerpo en una cama a la que previamente se la había calentado de manera moderada.

Se le aplicaba por la nariz un producto conocido como álcali volátil por medio de una pluma o un papel torcido.

En la boca echaban también 4 o 5 gotas mientras tapaban el otro orificio de la nariz.

Y después con una máquina especial de la época, introducían humo en los intestinos con mucho cuidado de no producir la inflación del vientre.


Y de esta forma se aseguraban de su salvación.

domingo, 30 de agosto de 2015

Orihuela Misteriosa: La profecía de San Vicente Ferrer.


San Vicente Ferrer llegó a estos Lares en el año 1411 a petición del Consejo de la ciudad.

Se hablaba entonces de un hombre santo cuya voz tenía tanto vigor que con un simple grito hacía caer como muertas a millares de personas o curaba a enfermos. 

Conocida su obra como apaciguador de males, son desconocidas sus otras cualidades de entre las cuales hay a destacar la de su supuesto poder para predecir males futuros.

Resulta que un día, al terminar de predicar, caminaba  cerca de las frondosas aguas del río Segura acompañado de cientos de personas cuando de golpe y porrazo se detuvo ante las aguas mirándolas desde el puente y dijo:

-         Este lobo se comerá a esa oveja -.

Y por desgracia, efectivamente, durante siglos y en diversas ocasiones, el lobo ha devorado cosechas, viviendas e incluso las vidas de sus moradores.

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