en Orihuela por el canónigo lectoral Dr. D. Marcelo
Miravete.
Este sacerdote, compadecido de los numerosos infelices que caían en el río
Segura en que perecían sin recibir un eficaz auxilio para recobrar sus sentidos,
decidió usar parte de sus rentas en formar una Junta para socorrer a los ahogados en el
Segura, en las acequias y pozos inmediatos, como también a los sofocados, a los
acometidos de muerte repentina y demás asfícticos.
Se componía la Junta de un cirujano
director, dos médicos, dos ayudantes y un sustituto que tenían a sus órdenes dos
nadadores para sacar del agua a los ahogados y tres «convocadores» conductores que
daban inmediato aviso de la desgracia ocurrida y llevaban a los pacientes al
paraje señalado para la administración de socorros. Todos ellos gozaban de un estipendio
fijo y de gratificaciones complementarias eventuales, según los casos. Todo venía
costeado a expensas del benéfico clérigo así como la Instrucción impresa
que había compuesto para prevenir los lances que podían ocurrir, el modo de operar y las
obligaciones de la Junta.
instrumentos y accesorios (cigarros habanos, aguardiente y
álkali volátil) que cedería
al Ayuntamiento después de su muerte.
El Ayuntamiento aceptó
con gratitud la manda, alabando la humanidad que manifestaba el canónigo
con sus conciudadanos.
Y el Rey, enterado de todo por su Secretario de Estado, conde de Floridablanca, se sirvió
expresar al Dr. Miravete, lo grato que le había sido su rasgo de patriotismo.
Y el Rey, enterado de todo por su Secretario de Estado, conde de Floridablanca, se sirvió
expresar al Dr. Miravete, lo grato que le había sido su rasgo de patriotismo.
Así es como se debía de proceder:
Se sacaba al ahogado del agua y se llevaba en posición de
lado derecho con la cabeza levantada a un lugar en donde había abundancia de
aire libre y puro.
Sin perder el tiempo, se le quitaba la ropa y se posaba el
cuerpo en una cama a la que previamente se la había calentado de manera
moderada.
Se le aplicaba por la nariz un producto conocido como álcali
volátil por medio de una pluma o un papel torcido.
En la boca echaban también 4 o 5 gotas mientras tapaban el
otro orificio de la nariz.
Y después con una máquina especial de la época, introducían humo
en los intestinos con mucho cuidado de no producir la inflación del vientre.
Y de esta forma se aseguraban de su salvación.
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