Álbum musical destacado por la página web oficial de la Universidad Nacional de Educación Pública Estatal Española (UNED). Apartado dedicado a MIGUEL HERNÁNDEZ, "Poemas musicalizados y discografía". Incluído también en la obra literaria del escritor y colaborador de Radio Nacional de España Fernando González Lucini, "MIGUEL HERNÁNDEZ ...Y su palabra se hizo música".

viernes, 24 de agosto de 2018

Leyendas de Abanilla: La Santa Cruz


Durante la Guerra de los Dos Pedros, la hueste aragonesa del Pedro el Ceremonioso rey de la Corona de Aragón se detuvo junto al río Chícamo, junto al huerto de Mahoya.

Entre sus tropas, había unos extraños personajes conocidos como los Custodios por su labor de protección de las reliquias que transportaban, en este caso, los fragmentos del Lignum Crucis de Nuestro Señor, que eran propiedad del Arzobispo de Zaragoza.

No se sabe si por prisas o por necesidad, los objetos custodiados fueron dejados a su suerte junto a una acequia tras la derrota de la Batalla de La Matanza en la que los de Aragón trataron de poner a salvo sus vidas.

Unos huertanos que las descubrieron se hicieron cargo de ellas y las depositaron a los pies del parróco de la Iglesia de San José que las guardó en el altar mayor del templo.

Pero cuando fueron a buscar las reliquias en su lugar de retiro se toparon con que habían desaparecido, y esto ocurrió hasta en dos ocasiones.

No sabemos por gracia de qué tipo de prodigio, las reliquias volvían de manera inexplicable a su lugar inciial junto a la acequia.

Al final, comprendieron que aquello era una señal divina y entre todos se pusieron de acuerdo en erigir una ermita en ese lugar para que sirviera de refugio a los santos objetos originándose al mismo tiempo La Hermandad de la Santa Cruz. (Se tienen registros desde 1564).

Toda la documentación original de dicha hermandad y la reliquia auténtica fue destruida durante la Guerra Civil.

Hoy día se venera una reproducción que constituye una donación personal del Papa Pío XII realizada en 1939.

miércoles, 15 de agosto de 2018

Una leyenda que nos atañe: La sopa de ajos y el rey


Estando el rey Jaime I, llamado El Conquistador, en la ciudad de Teruel preparando su próxima conquista, cayó en una terrible enfermedad y los médicos de la corte se vieron incapacitados de tratar su mal.

Se buscó entonces el consejo de otros expertos, entre ellos varios de los judíos más sabios del reino de Aragón pero fue en vano ya que cada día que pasaba empeoraba su salud.
Uno de los súbditos del rey, recordando un remedio con el que habían conseguido curar a un pariente suyo, informó de una posible solución explicando a los demás en que consistía dicho remedio y los médicos lo aceptaron por su desesperación aunque lo consideraban un disparate, ya que lo que se propuso era tan simple poner a hervir en una cazuela agua, pan y ajos.

El agua y el pan corrían con abundancia por todo el reino pero el ajo era un producto que no era muy conocido por aquellos lares.

Se indagó sobre dónde podría obtenerse esa pieza tan maravillosa a la que se le atribuían poderes curativos y uno de ellos acertó al manifestar que era en tierras de Valencia, cerca del Mediterráneo, en donde esperaban los moros el ataque inminente.

Se preparó una expedición compuesta por seis audaces caballeros valerosos que no tenían miedo a perder sus vidas entrando en territorio enemigo.

La empresa casi resultó en fracaso ya que de los seis solo consiguió regresar uno y mal herido con cinco cabezas de ajos.


Las hábiles manos de una anciana experta preparó el brebaje conocido como sopa de ajos que fue engullida por el rey no sin disgusto por el sabor tan fuerte o el olor que despedía.

Pero ante los atónitos ojos de los incapaces sanadores, la salud del rey se recobró un muy pocos días

Fue tal el estado del mejoría que le produjo el brebaje que el rey pidió a continuación poder disfrutar de un banquete compuesto por chuletas de ciervo.

Después se retiró a descansar y al despertar llamó a sus consejeros que le informaron de todo lo ocurrido durante su convalecencia, de lo a punto que había estado de perder la vida y de lo caro que había salido el ir a buscar el remedio.

El rey dispuso entonces que se recompensara a las familias de los caballeros fallecidos y se entrevistó con el que había sido malherido otorgándoles ciertos dones además de una gratificante recompensa.
Y por ley se decretó que se cultivaran en todo el reino aquellos productos agrícolas que tan buenos resultados habían dado salvándole incluso de una muerte segura. 


martes, 14 de agosto de 2018

La desconocida de Santa Bárbara


Entre las curiosidades y anécdotas que el investigador puede encontrar en el Archivo del Obispado de Orihuela hay una que tiene un sabor especial y que parece no haber llamado la atención de ninguno de los anteriores cronistas y documentalistas de nuestra ciudad que parecen estar más atareados por dar cifras de dineros y sueldos que de tratar de acercarnos a las verdaderas vidas de las personas que moraron en esas épocas remotas de las que nos hablan siempre con lejanía, con lo que ellos llaman objetividad. (Pequeño guiño desde el respeto y con cariño).

Pues bien, buceando entre miles de documentos de todo tipo y color, un avispado historiador desconocido en Orihuela, encontró un Acta de Bautismo con fecha del 28 de abril de 1709 de una niña llamada Josefa María Felicia cuya extraña aparición sigue siendo un quebradero de cabeza para los estudiosos en la actualidad.

Todo ocurrió durante la época en la que se produjo la llamada guerra de Sucesión.

Después de un terrible sitio a la fortaleza los partidarios borbónicos entraron a tomar posesión en los recintos del castillo de Santa Bárbara de Alicante y entre otras muchas cosas que obtuvieron en su botín se toparon de bruces con el rostro perdido de una niña que caminaba por allí como si con ella no fuera la cosa.

Lo extraño es que nadie reclamó a la pequeña como suya. Ninguno de los dos bandos la conocía, sabía quien era o cómo había aparecido allí. ¿Se trataba quizás de la hija de alguien de tanta importancia que hizo que los que la conocían no dejaran pistas de su origen? y ¿Por qué la niña fue incapaz de dar los nombres de sus familiares?, ¿Por qué no se pudo acceder a ella?

Con la mirada perdida la niña caminaba sobre las ruinas de la fortaleza en un ambiente que se alejaba de lo tranquilo y lo armonioso. Jamás le arrancaron una palabra, un nombre. ¿Es que acaso los niños no hablan?

El vicario de Santa María, Juan Bautista López, ante la imposibilidad de saber si la niña había sido bautizada o no, le brindó el mencionado sacramento otorgándole dicho nombre y apellidos.

Nunca fue reclamada por nadie y por tanto nunca se supo ni su origen ni descendencia.

Algunos creen que se trataba de la hija de alguno de los mandos británicos que apoyaron la causa de los Austrias que seguramente habrían perecido en el fragor de la batalla.

O posiblemente, la descendiente de algún comerciante que tratando de proteger su vida y las de los suyos habría buscando refugio entre los muros de la fortaleza.

O quizás una viajera del tiempo que acabó cayendo en una época a la que no pertenecía.

El caso es que la niña no solo sobrevivió a la batalla ya que fue de las pocas supervivientes que logró salir ilesa de la conocida como enfermedad del Piojo Verde que causó miles de víctimas.

A partir del acta de bautismo se le pierde la pista. Tan solo nos queda en el registro el nombre de una mujer que se hizo cargo de ella.

Más allá, el silencio del olvido.


Basado en un texto de JOSÉ VILASECA

domingo, 5 de agosto de 2018

La tumba del alcaide del Castillo de Orihuela


Tras las investigaciones del mayor experto en el castillo de Orihuela, Juan Ignacio Caballero, se ha conseguido identificar la tumba del que fue alcaide del mismo Don Jofré Gilabert de Cruilles.

"Su cuerpo fue enterrado en la iglesia del convento de San Francisco de Gerona, en un hermoso sarcófago expuestos hoy en día, después de varias traducciones, museo de la ciudad. La escultura presenta detalles arcaicos del período gótico temprano, típico de la escultura funeraria catalana: los ojos cerrados, con los párpados separados por una línea simple y exagerada globosa. Almirante fallecido, vestido con su insignia, una cota de malla que sólo deja descubierto el óvalo de la cara anterior de la barbilla, se representa tumbado con la cabeza apoyada sobre una almohada, con los brazos cruzados sobre el abdomen. Un gran escudo con los brazos de la familia cubre parcialmente las piernas desde la cintura hacia abajo, dejando los pies cubiertos con zapatos de punta alargados que descansan sobre un león descubierto. En el frente de la inscripción tumba flanqueada por dos pares de escudos heráldicos insertados en arcos trilobulados gótico dice el sacrificio de la noble comandante en defensa del cristianismo."