Estando el rey Jaime I, llamado El Conquistador, en la ciudad de Teruel preparando su próxima conquista, cayó en una terrible enfermedad y los médicos de la corte se vieron incapacitados de tratar su mal.
Se buscó entonces el consejo de otros expertos, entre ellos varios de los judíos más sabios del reino de Aragón pero fue en vano ya que cada día que pasaba empeoraba su salud.
Uno de los súbditos del rey, recordando un remedio con el que habían conseguido curar a un pariente suyo, informó de una posible solución explicando a los demás en que consistía dicho remedio y los médicos lo aceptaron por su desesperación aunque lo consideraban un disparate, ya que lo que se propuso era tan simple poner a hervir en una cazuela agua, pan y ajos.
El agua y el pan corrían con abundancia por todo el reino pero el ajo era un producto que no era muy conocido por aquellos lares.
Se indagó sobre dónde podría obtenerse esa pieza tan maravillosa a la que se le atribuían poderes curativos y uno de ellos acertó al manifestar que era en tierras de Valencia, cerca del Mediterráneo, en donde esperaban los moros el ataque inminente.
Se preparó una expedición compuesta por seis audaces caballeros valerosos que no tenían miedo a perder sus vidas entrando en territorio enemigo.
La empresa casi resultó en fracaso ya que de los seis solo consiguió regresar uno y mal herido con cinco cabezas de ajos.
Las hábiles manos de una anciana experta preparó el brebaje conocido como sopa de ajos que fue engullida por el rey no sin disgusto por el sabor tan fuerte o el olor que despedía.
Pero ante los atónitos ojos de los incapaces sanadores, la salud del rey se recobró un muy pocos días
Fue tal el estado del mejoría que le produjo el brebaje que el rey pidió a continuación poder disfrutar de un banquete compuesto por chuletas de ciervo.
Después se retiró a descansar y al despertar llamó a sus consejeros que le informaron de todo lo ocurrido durante su convalecencia, de lo a punto que había estado de perder la vida y de lo caro que había salido el ir a buscar el remedio.
El rey dispuso entonces que se recompensara a las familias de los caballeros fallecidos y se entrevistó con el que había sido malherido otorgándoles ciertos dones además de una gratificante recompensa.
Y por ley se decretó que se cultivaran en todo el reino aquellos productos agrícolas que tan buenos resultados habían dado salvándole incluso de una muerte segura.
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