En una finca conocida con el nombre de Marabú, muy cerca de
Torrevieja, existía por aquel entonces un hermoso olivar dentro del cual había
una olivera que destacaba de todas los demás pues se decía que bajo sus
ramas y pegado al tronco se podía contemplar por las noches un fuego
incomprensible.
La gente asustada esperaba los rayos de sol de la mañana para
indagar lo que allí sucedía.
Pero uno de la zona que se sentía más valiente se acercó una
noche para contemplar de cerca el fenómeno.
Al encontrase cerca del árbol escuchó una voz que le pidió
que por favor se construyese allí mismo una ermita.
Se volvió y descubrió con sorpresa a su lado la figura de un
hombre que estaba en posición de orar.
Le preguntó a quién debían de dedicar dicho edificio.
Y la voz respondió que a San Bruno pues de él era la voz que
estaba escuchando.
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