VERSIÓN ACTUAL:
Habíase madrugado Perico para ir a visitar a su padre que
trabajaba en la taberna de Orihuela.
Al entrar, escuchó un barullo que hizo que se le escapara
una sonrisa pues se le antojó similar al ruido que las abejas hacen en la
colmena.
Un coro de hombres se reunían alrededor de otro más robusto
y fornido que parecía escupir por su boca un montón de palabras que en seguida
atrajeron su atención.
Quedó escuchando y se sorprendió a si mismo al sentir sus
piernas temblorosas pues lo que allí se contaba era más bien una historia de
terror, una leyenda antigua que sólo unos pocos sabían y que los demás habían
querido olvidar para no dar pie a nuevos temores en la ciudad.
Inmediatamente reconoció a Martínez, un cazador de la
comarca, que además de por sus cacerías era bien conocido por sus historias.
El hombre señalaba hacia la cuesta del castillo y estas eran
sus palabras:
No se sabe si por hechicería o por maldición, hay una presencia
cerca del castillo que tiene atemorizados a los del pueblo desde tiempos
antiguos.
Pues un demonio se disfraza por esos contornos con plumas de
ave y forma de corneja.
Así vuela de rama en rama posándose al acecho de cualquier
incauto que sobre alguna de sus tramas pueda caer y así cobrarse su alma.
Para ello cuenta con una voz angelical, un canto dulce y
precioso que embelesa al que la escucha y se deja así arrastrar para su
perdición.
Conozco la historia de un cabrero que acudió a su llamada y
nunca más se ha vuelto a saber de él.
Si alguna vez camináis por esos lares y os encontráis con
algo que llame vuestra atención hasta el punto de que sin daros cuenta os
arrastre hasta las ruinas del castillo, no lo dudéis y salid corriendo, pues el
hechizo ya ha hecho mella en vosotros y quizás sólo tengáis esa oportunidad
para escapar.
La tensión se plasmaba en el ambiente y Perico quedó muy
influenciado por aquella historia. Mientras su cabeza daba vueltas a una cosa,
no se dio cuenta de las palabras de Tono, el valiente del pueblo que con mucha
chulería le decía a Martínez lo siguiente:
- Todo eso no son
más que embustes y cuentos para asustar a los niños y a las viejas.
- Mañana mismo voy
a ir allí arriba y te voy a demostrar que nada hay por el camino que justifique
tus fantasías.
Desoyendo la advertencia del tabernero, Tono salió por la
puerta decidido a demostrar a los demás clientes de la taberna su hombría y su
tozudez.
Mientras, Perico que recientemente había conocido a una moza
y que para no ser objeto de miradas curiosas e indiscretas la había citado en
la madrugada del día siguiente en lo alto de las ruinas del castillo decidió
impresionado por la historia y afectado del mal del miedo posponer un poco su
subida a las ruinas para con la mayor cantidad de luz posible no sufrir ningún
susto que le dejase en desventaja sobre su amada.
Las primeras luces del día llegaron con el cántico de los
gallos y Tono el machote se armó con su pistola y encaminó la subida por la
cuesta del Castillo.
La empinada no se demoró demasiado y al llegar junto a las
primeras ruinas ya vio con un poco de latir en su corazón un bulto que
aguardaba en la parte más alta.
Tono enseguida comprendió lo que aquello era.
La corneja, capaz de cualquier transformación como había
dicho el cazador, se había transformado en bella muchacha para engañar sus
sentidos y que así cayera con antelación ante los encantamientos y conjuros del
morador del lugar para arrebatarle el alma.
Se paró y escondido tras las ruinas se dispuso a cargar su
arma mientras una dulce y encantadora voz, como había sugerido el cazador, lo
llamaba al encuentro con ella.
- ¿Por qué te
escondes mi amor? Aquí llevo esperándote desde el alba. Con mi corazón en un
puño por no haberte visto aparecer. No tardes y acude ya ante mis brazos.
Tono, ignorando aquellas palabras, salió de su escondite y
tratando de evitar su nerviosismo para no errar en el tiro, apuntó y una deflagración
sonó en lo alto de la montaña.
El bulto cayó al suelo ante sus narices mientras el arma aún
humeaba.
Mientras Tono iniciaba el ascenso hacia el lugar en donde
estaba tendida la muerta creyó escuchar un ruido por uno de sus lados.
De repente, un rostro conocido se mostró ante él. Era
Perico, el hijo del tabernero que subía por uno de los atajos del monte.
- Mira Perico, sube
y se testigo de cómo me despaché de la hechicera y como libré a Orihuela del encantamiento
de los demonios.
Perico reconoció a lo lejos el cuerpo sin vida de su amada y
con la rabia que eso le causó sacó su puñal y de un movimiento rápido y seco
que sorprendió a Tono se lo clavó en todo el corazón.
-
Tú me quitaste a mi amada, ten de mi el fin de tus
días.
Y mientras Tono caía al suelo herido de muerte por la
puñalada, el joven acudió tan rápido como pudo al lugar en donde su amor yacía
inerte.
Pero sólo pudo llorar desconsolado ante el cuerpo de su
amada.
Si por un momento, sólo un momento no hubiese dudado por
el temor, ahora ella estaría con vida.
Es paradoja:
La mentira, lleva a la muerte.
Y si el amor por un instante,
recibe un atisbo de cobardía.
seguro llegará el último día,
y la desdicha golpeará fuerte.
VÍCTOR M. NAVARRO 2016
Entre el barullo de la taberna, especie de mosconeo como
rum-rum de enjambre, Periquillo, solo tenía oídos para escuchar la voz de Martínez
el cazador, gran embaucador que trataba de hacer pasar como artículos de fe sus
enredos y las fantasías de su imaginación.
Narraba el cazador, y el muchachuelo, con tanto así de boca
abierta y los ojos en blanco, sumergiéndose en el éxtasis de sus
representaciones imaginativas, estaba pendiente de su boca, que decía
maravillas.
La de aquel día era tal que atemorizara a los hombres más
bizarros ¿cuánto no amedrentaría a los rústicos aldeanos de corazón infantil?
Decía así:
Allá en las quiebras,
donde se ve aquel castillo en ruinas, ha aparecido la corneja de la muerte
¡mala bestia! Cosa de hechicería.
Viene hasta el bosque,
escóndese entre las ramas, vuela de árbol en árbol y parece hecha de
esmeraldas; canta, y música de los ángeles es la suya.
Otras veces parece
palomica lisiada que ha caído en los caminos: cuando queréis cogerla aletea y
os lleva tras ella.
Una vez tomó forma de cervatillo
y se hizo perseguir por un cabrero.
Siempre toma forma de
algo apetecible y el que lo ansía corre y corre hasta el castillo… El que al
castillo llega nunca vuelve, porque en el castillo, tiene la corneja por
permisión del Malo, poder sobre todos.
Tono, el marinero echose a reír…
Periquillo echose a temblar.
Veréis por qué.
-
Agüeros y
embustes, decía Tono, leyendas para asustar chicos y viejas.
-
Jurote, decía Martínez,
que es verdad.
- Pues yo te prometo, dijo el otro, que si es
verdad pronto he de verlo, mañana iré al castillo; así se disfrace de ángel la Corneja , No le valdrán
conmigo sus encantos, matárela como si fuese un mosquito.
-
Dios te libre del
malo.
-
Lo dicho,
matárela.
-
Guárdate,
recomendó el tabernero- contra el misterio no se juega.
-
Matárela –
repitió Tono.
Y Martínez a punto de salir cuando ya la reunión se disolvía
dijo:
-
Presto habremos
de rezar por tu ánima.
Periquillo, no dudaba, creía en la corneja y sudaba como un
azogado.
Quería el mozo a una lugareña del contorno y había
concertado con ella verse libre de testigos, junto a las ruinas –en mal hora lo
pensó.
¿No había de temblar, al saber como su ignorancia,
encaminaba a la muerte a su bien amada?
Capítulo II
Al otro día, festivo por más señas, tomó Tono la ruta del
castillo, preparando, a pesar de su escepticismo contra cualquier evento,
acariciando nervioso la culata de su pistola.
Cerca ya del solitario montón de ruinas necesitó de todo su
corazón bien templado para no volver
grupas.
De entre las piedras surgió un bulto informe que vino a
recibirle; la corneja maldita que vino a recibirle de aldeana…
Escondiose al acecho… y ella con voz humana y melodiosa
gritaba:
-
No te escondas mi
amor, ya te he visto.
Y corría hacia él…
Conteniendo su nerviosidad para no marrar el tiro, disparó y
cayó tendida la hechicera…
Por un atajo llegaba alguien.
Lo conoció a lo lejos.
-
Corre periquillo,
llega valiente que ya deshice el encanto…
Y juntos llegaron ante la muerta y al volver la cara al
cielo, Periquillo que conoció sin vida a su adorada, rápido sepultó el cuchillo
en la espalda de Tono.
Y a otro día rezaban por su alma.
LUIS EZCURRA 1916
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