Habíase una vez un pastorcillo que era manco del brazo derecho.
Esto no le impedía que cada mañana acudiese con su rebaño de
ovejas y cabras a la ladera de la montaña en donde los animales conseguían
apaciguar su gana.
Un día, al volver al aprisco con intención de encerrar al
ganado, se encontró con una inesperada sorpresa. Un peregrino se protegía del
sol sentado a la sombra en un lateral del corral.
El hombre le dijo al muchacho que bajase al pueblo para que
avisase al cura con estas palabras.
-
Chico, acércate a
donde el cura y tráelo porque aquí lo espera San Roque.
El chico con la rapidez del rayo bajó al pueblo y díjole al
oído al cura lo que el otro le había mandado.
Pero como era habitual que por aquellos lares frecuentasen
todo tipo de peregrinos el cura que no lo creyó, se apartó del muchacho y
díjole bien claro:
-
Mejor, dile tú a
San Roque que se de prisa en bajar que aquí lo espero yo.
Volvió el chico al monte para dar la noticia al Santo.
Y este contrariado no tuvo más remedio que obrar el milagro.
Tocando el muñón del muchacho hizo que este brazo dejara de
ser inútil y de repente brotó ante la incredibilidad del pastorcillo el miembro
que faltaba.
-
Baja otra vez al
pueblo y enséñale tu brazo al descreído párroco para que siendo testigo del
prodigio acuda aquí con premura.
El chico, animado por el milagro que acababa de presenciar y
sentir en sus propais carnes acudió raudo y veloz como los conejos ante el
sacerdote y luciendo el brazo ante sus narices le dijo entre lágrimas y gozos:
-
Acuda rápido
padre que mire lo que me ha hecho. Que yo antes era manco y ahora tengo brazo
nuevo. Que ese hombre que arriba le espera no puede ser más que San Roque.
El cura que conocía al pastorcillo desde niño quedó
impresionado por el acontecimiento y con pies en polvorosa se dirigió a
advertir a las autoridades para que acudieran con él a entrevistarse con el
Santo.
Cuando llegaron al establo, todos quedaron decepcionados,
pues el hombre que obraba milagros ya no estaba presente.
Entonces alguien dio aviso de que miraran a la puerta del
establo y al hacerlo todos al unísono descubrieron la imagen del Santo estampada
en la misma portezuela.
Entonces los del pueblo, avergonzados por que no habían sido
dignos de escuchar directamente las palabras de la boca del santo decidieron
construir allí mismo una ermita dedicada a San Roque.
En el Altar Mayor colocaron la puerta con la imagen del
Santo que fue conservada hasta los tiempos en que la barbarie la borró del
mapa. (La de ahora es una restauración).
LEYENDAS CERCANAS
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