Corría el año 1240 por el mes de Noviembre/Diciembre.
Un mudéjar de Cox había salido a coger olivas a un huerto
cercano a la aldea.
Concentrado en uno de los árboles echaba a manos llenas las
olivas sobre su espuerta. Cuando cambió de árbol se dio cuenta de que sin
querer, el recipiente se hallaba volcado y todo su contenido esparcido por el
suelo.
Afanoso y contrariado se urgió a recoger el contenido
vertido para completar cuanto antes su tarea.
Otra vez lleno el receptáculo volvió sus ojos hacia el árbol
siguiente y con el primer puñado de aceitunas en la mano descubrió para su
asombro que la espuerta se hallaba de nuevo volcada.
- ¿Qué prodigio es
este que yo lleno mi bolsa y alguien invisible la vuelca?
Decidió proseguir con su trabajo pero sin quitar el ojo al
depósito. Primero volvió a recoger las olivas esparcidas del suelo y allí no
ocurrió nada pero cuando fue a coger del árbol vio que un niño era el culpable
pues se acercó a donde los frutos y de un golpe los tiraba, mas corriendo
volvía al olivo y se posaba en el regazo de una hermosa mujer que estaba en lo
alto de la copa.
Del susto una piedra del suelo cogió y con gran acierto a la
cabeza se la tiró golpeando esta en una parte de la frente de la señora que ni se inmutó ni emitió queja alguna.
Así que se levantó y corrió pies en polvorosa hasta llegar
al pueblo cercano de Cox donde le aconsejaron que acudiera a su jefe Abén
Udiel.
Una vez que se encontraba ante este relató todo lo sucedido.
Ambos acudieron al lugar del prodigio y encontraron que niño
y señora permanecían en el mismo lugar.
Uno del pueblo que les acompañaba les advirtió que aquella
mujer era la madre de Cristo el Resucitado y los mudéjares asombrados por el
milagro decidieron convertirse al cristianismo.
Y así lo testimonian las crónicas que nos relatan que cuando
Alfonso el Sabio batalló para la conquista de Orihuela, un mudéjar, de nombre
Udiel, fue el que más empeño puso contra sus propios hermanos por lo que se
hizo merecedor de manos de Su majestad Alfonso de la gobernación de la comarca
de Cox y de todos los terrenos anejos a esta.
Terminada la contienda, el renacido cristiano, la primera
empresa en la que se empeñó fue en la construcción, en el lugar del milagro, de
una ermita dedicada a la Madre
de Dios bajo la titulación de Nuestra Señora de las Virtudes.
Lugar que se convirtió en centro de peregrinación tanto de
cristianos como de moros que acudían allí al sentirse atraídos por el portento y
ante la imagen de la Señora
se convertían sin que nadie lo pudiese explicar.
La leyenda continúa con una trama bien urdida de los vecinos
de Cox asentados en el pueblo de al lado, Callosa del Segura, que tramaron el
rapto de la imagen de la
Virgen.
Ofuscados los callosinos en la disputa por el culto a la
dama mariana abordaron un día la ermita y se hicieron con la imagen que en
seguida dirigieron hacia su población.
Pero conforme se iban alejando de la ermita, la imagen era
más y más pesada. Llegando un punto en el que era imposible trasladarla.
Así que decidieron volver sobre sus pasos y dejarla donde
estaba.
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