Además de haber hecho que un visitante extranjero hubiera
exclamado nada más verla que este era el Paraíso Perdido que su compatriota
Milton mencionara en sus famosas poesías sobre el cielo y el infierno, es
posible encontrarse con viejas historias oscuras llenas de misterio que algunos
de los que antaño fueron sus pobladores no han podido olvidar por la impresión
que les causó en su momento.
Este es el testimonio que una persona afirma que le ocurrió
a su madre en una vieja casa de la
Huerta oriolana hace ya bastantes años.
No hacía mucho tiempo que había fallecido un familiar al que
todos querían mucho.
Una noche, mientras permanecían en la cocina del hogar, la
madre de esta chica se dio cuenta de algo que en seguida llamó su atención.
La distribución de la vajilla que había apenas unos minutos
antes sobre la mesa había cambiado misteriosamente de forma.
La mujer volvió a colocar las cosas como a ella le gustaba y
lo tomó como un pequeño descuido.
Al día siguiente volvió a ocurrir exactamente lo mismo.
Algunos de los platos se habían deslizado hacia el borde de
la mesa y permanecían en pie sin caerse retando de una manera notable las leyes
de la física pues era más grande la parte del plato que permanecía en equilibrio
fuera de la mesa que el resto del plato.
La mujer, por supuesto, volvió a tomar el incidente como algo
puntual y aislado y como pura casualidad.
Pero es que los días se sucedían y cada vez el fenómeno se
repetía.
Lo habló con el resto de integrantes de la casa y entre
todos trataron de convencerse de que nada anómalo ocurría allí.
Pero el fenómeno se repetía y volvía a repetirse.
El asunto ya empezó a convertirse en un quebradero de
cabeza pues por aquellos tiempos la
gente era mucho más supersticiosa que en estos días de la actualidad y
achacaron el extraño fenómeno de naturaleza imposible a las invisibles manos
del fantasma del familiar fallecido.
Hasta que llegó un día en el que la criada montada en su
bicicleta se cruzó con algo que parecía una sombra oscura.que se detuvo ante
ella y que hace que casi cayera del sillín del susto.
Ante la pregunta de qué cosa era o parecía ser, la criada
creyó escuchar una débíl voz que venía del más allá que pareció decirle que
nadie le había ofrecido una misa por su alma.
Así que se lo contó a su señora y ambas tomaron el asunto
como la explicación de los hechos ocurridos días antes en la cocina de la casa.
Se hicieron los preparativos para realizar una misa en honor
al familiar fallecido.
Y llegado ese día, ya en el interior de la Iglesia la misa comenzó.
A los pocos minutos la criada exclamó a su señora que mirara
hacia uno de los bancos vacíos del lugar sagrado pues en él veía como una
sombra oscura acababa de posarse.
- Señorita, es ahí, ahí está la sombra. -
La señora miró al lugar que la otra le señalaba pero era
incapaz de ver nada anómalo.
Tan sólo la servidora veía apenas unos pocos metros
separadas de ellas a lo que parecía ser la misma sombra con la que el otro día
se topase mientras montaba en la bicicleta.
Conforme la misa se iba celebrando, la figura que sólo ella
veía se fue evaporando y parece que el alma del familiar fallecido quedó en paz
pues nunca más volvió a suceder nada anómalo en la casa por lo menos que se relacionara
directamente con este relato.
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