Hubo un tiempo en que se creía que los animales que se mezclaban
con el ganado recorriendo montes o que jugueteaban por los campos no
encontraban por su camino el agua con la que saciar su sed en determinados días
en los que el calor era insoportable.
Entonces, estos animales encendían sus ánimos y rabiaban con
fiereza hasta el punto de que mordían a los pastores o a las reses del ganado
transmitiéndoles así la rabia.
Tal y como fuere en los pasados siglos XVI, XVII y XVIII, la
rabia era una enfermedad de la que no se tenían datos científicos suficientes y
los oriolanos no tenían más remedio que acudir con sus oraciones a los santos y
vírgenes o a unas figuras que gozaban de un gran reconocimiento en la sociedad
de aquella época conocidos como los saludadores.
Así tenemos nombres que sonaron con fuerza por aquellos tiempos como: Joseph Ramos, Juan Borreguero, Pedro de Luna y el hijo de Gonzalo
Ballester.
Sin medicinas o tratamientos médicos específicos para
tratar estos males como la peste, la rabia, etc., los oriolanos confiaban la
salud de sus parientes a las supuestas sabias manos de estos hombres que a veces
con la saliva y otras con la imposición de sus manos, conseguían en algunos
casos lo imposible, curar al enfermo.
Por ello gozaban de una gran estima en la sociedad y en las
autoridades de la época.
Tenemos documentos que hablan de sus prodigios como por
ejemplo los alivios en la salud obtenidos en la casa de Dr. Joseph Roca de Togores
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