A veces la vida te sorprende con lecciones que no esperas. Hace apenas unos días me reuní con una familia con la que apenas tenía relación y que, sinceramente, no creía que me fueran a aportar nada. Sin embargo, casi sin darnos cuenta, surgió el compromiso de vernos y finalmente quedamos para compartir una comida.
Yo, aferrado a mis creencias y manías, me resistía mentalmente a abrirme a la posibilidad de relacionarme con personas que, de alguna manera, consideraba intelectualmente inferiores. Pero al día siguiente, tal como habíamos acordado, llegaron en su coche y nos siguieron hasta el lugar donde íbamos a comer en grupo.
Tras unos momentos de caos organizativo para hacernos con los platos y bebidas, nos sentamos en una mesa al fondo del comedor. A mi derecha se ubicó la hija del matrimonio, una mujer con ciertas limitaciones cognitivas; frente a mí, la madre; y a mi izquierda, el padre.
Jamás imaginé hacia dónde nos llevaría aquella conversación. La hija, que había sido seguidora de mi canal de Facebook, llevaba tiempo desaparecida de la red social. Yo atribuía su ausencia a mis constantes publicaciones sobre temas como la farsemia y teorías conspirativas, y la consideraba una persona “dormida”, incapaz de pensamiento crítico por su condición.
Pero tengo que admitir que los juzgué mal. Pecé de soberbia. Aquella familia me dio una lección inolvidable. Eran encantadores, curiosos, respetuosos y abiertos a todo lo que yo compartía. La hija, en particular, era una auténtica locomotora de preguntas, con ganas de saber, de entender, de participar. Me sorprendió profundamente su capacidad de razonamiento, mucho más despierta de lo que yo había supuesto.
Me impactó especialmente una reflexión suya:
“Cuando vi que las vacunas covid se ponían en polideportivos y carpas, me di cuenta de que algo no era normal.”
Una frase sencilla, pero cargada de lógica y sentido crítico. Aunque a veces se expresaba con dificultad y su forma de hablar recordaba la de una niña, su lucidez me dejó sin palabras.
El padre también fue un interlocutor excepcional. Me preguntaba sobre temas que le quitaban el sueño: los viajes espaciales, los extraterrestres, los espíritus, las vacunas… siempre desde el respeto y la curiosidad. Me dejaba hablar sin interrupciones, y si su hija se adelantaba, él la corregía con cariño para que pudiera continuar.
La madre, aunque más silenciosa, acompañaba con una presencia serena. Pero fue el padre y la hija quienes me hicieron pasar una tarde maravillosa, en la que pude expresarme con total libertad, sin censuras ni juicios.
Esa fue la gran lección de aquel día: no juzgar por la primera impresión. A veces te rodeas de personas con títulos y prestigio que no te dejan hablar, que se ofenden, que te corrigen. Y otras veces, como en este caso, te encuentras con una familia humilde, unida, llena de amor y respeto, que te escucha, te valora y te sorprende.
Jamás habría imaginado que aquella chica, con sus limitaciones, me dejaría tan fuera de lugar con sus argumentos. Y sin embargo, lo hizo. Y me alegro de haber estado allí para aprenderlo.
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