Se dice que en Callosa del Segura un campesino amable y trabajador plantó en su finca un olivar que ocupaba aproximadamente doscientas tahúllas.
En todas ellas, los árboles crecieron fuertes y hermosos, todos, excepto uno que se encontraba plantado cerca del cornijal de la arroba de la acequia.
El dueño de la finca, al ver que aquello no echaba raíces y que le resultaba una molestia más que algo productivo quiso arrancarlo.
Su mujer le dijo entonces que no hiciera tal cosa, que finalmente ese árbol daría sus frutos y que de ellos se extraería el aceite que daría vida a la llama de las almas.
El esposo con una pizca de incomprensión pero por cariño por su mujer, le hizo caso finalmente y dejó al árbol en paz que enraizara creciera a su ritmo.
Al poco tiempo, se produjo el milagro. Las palabras de la mujer habían caído sobre la tierra como bálsamo bendito y como si de una predicción se tratase, el árbol consiguió enraizar y comenzó a crecer.
Cuando llegó el tiempo de recoger la cosecha, el agricultor se quedó maravillado porque comprobó que de aquel olivo salían tres veces más fruto que del resto.
El hombre, en agradecimiento ante aquel milagroso hecho, decidió que todo el aceite que produjera aquel árbol consagrado y cuidado por las “almas benditas” fuese destinado para alumbrar las lámparas que se encendían en el pueblo dedicadas a dichas almas.
FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)
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