En los tiempos en los que en Torrevieja abundaba el
contrabando, había un hombre que habiendo sido contrabandista, se sentía muy
desgraciado.
Habitaba en la antigua Pía de Oriente, en la parte sin
urbanizar que daba al campo, en una barraca en donde vivía solo.
Como los del pueblo eran muy religiosos, se habían propuesto
evangelizar a este hombre conocido como Pedro el Pirata del que se decía que
era ateo.
Cuentan algunos que un día unos chavales torturaban y maltrataban
a un chucho que fue a ir a resguardarse a la barraca de Pedro.
De su boca aparecían espumarajos y su ladrar se hacía
incesante. Nadie del pueblo lo quería o lo defendía ya que le tenían miedo y
las mujeres salían de sus cosas armadas con escobas para espantar al pobre
animal.
Pero como los caminos del señor son inciertos, quiso el
destino que el perro fuera a parar ante la puerta del Pirata.
Este, le dio de beber en una jofaina, lo acogió y desde
entonces jamás se separaron.
Los días que pasó curando al perro, consiguieron apaciguar
su corazón y este fue haciéndose más blando.
En una ocasión que mimaba y alimentaba al perro escuchó una
voz que le dijo:
- ¡Pedro!,
tú a él y él a ti. Por amor has sido salvado.
Y escuchó esto por tres veces.
Entonces Pedro respondió:
-
¡Señor!, Entonces
es verdad que existes. ¿Durante cuanto tiempo te he ignorado?
Con el tiempo, el perro murió y los sentimientos religiosos
lo impulsaron a enterrarlo en el patio de su casa.
Salió a buscar consuelo y entró en la casa de una anciana
que amablemente lo acogió y le dio desahogo.
Entonces descubrió el verdadero amor y se hizo cristiano.
A los pocos días de aquello, una vecina tuvo por desgracia a
perder a su niña víctima de la tuberculosis y Pedro acudió al duelo.
En ella contempló a una madre que no cesaba de llorar
recordando las últimas palabras de su hija que quería que la enterraran con el ataúd
lleno de flores pero al ser Torrevieja una zona en donde no había posibilidad
de que estas crecieran no había podido cumplir los últimos deseos de su niñita.
Entonces Pedro se apiadó de la mujer y llamó a los
asistentes para que lo acompañaran a su casa prometiéndoles las flores que
necesitaban.
Cuando estos llegaron al patio de la barraca se asombraron
pues en el lugar donde estaba enterrado el perro había cientos de flores que
fueron recogidas y llevadas para enterrar con ella a la niña.
No habían pasado ni unos meses cuando otro vecino del pueblo
enfermó y a los pocos días murió.
Sus familiares y amigos quisieron que se repitiera el gesto de
las flores pero dudaron de donde conseguirlas ya que para volviera a florecer
tendría que haber pasado otra primavera.
Hablaron con Pedro y este les dijo que él no podía hacer
nada hasta que transcurriera un año pero que si querían, que pasaran a su
jardín para ver si quedaba alguna.
Al entrar al patio se encontraron que este estaba otra vez
repleto de flores y otra vez en el lugar en donde yacía el perro.
Y fue entonces cuado pensaron que aquel animalito que
parecía enfermo y que todos ahuyentaban por miedo había sido finalmente un
regalo de Dios ya que no sólo había salvado el alma de Pedro el Pirata sino que
también obraba milagros en beneficio de todo el pueblo.
Así es recordado Pedro el Pirata, como el hombre malvado que
se hizo amigo de un perro, que le ablandó el corazón y se hizo bueno ayudando a
los del pueblo cuando se necesitaba.
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