Cuenta la tradición oral que Loaces llegó a enfermar de lepra en un estado tan grave y acusado que todos los que le rodeaban huían de él despavoridos, inclusive sus familiares, amigos y la servidumbre ante el temor de que pudieran contagiarse de tan horrible mal.
A todos aquellos a los que les pedía su ayuda, lo rechazaban
y corrían alejándose de él por el asco que les producía.
Los dominicos de Orihuela se apiadaron de él y lo acogieron
en su convento.
Le proporcionaron todo tipo de atenciones y cuidados con tal
esmero y cariño que a los pocos meses se dice que sanó por completo.
Desde aquel día, se comentó que las aguas con las que habían
lavado su cuerpo cada día estaban bendecidas por las manos de Dios y que por
tanto desde entonces sería considerado el pozo del huerto de donde las habían extraído
como milagroso.
"El Obispo Leproso".
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