Hay lugares que merecen ser descubiertos.
Paisajes que parecen sacados de una película y que aun estando delante de nuestras narices no somos capaces de apreciar en toda su plenitud.
Todavía recuerdo la primera vez que supe de ese sitio, de eso hace apenas un año.
Navegaba por la red como suelo hacer habitualmente en busca de novedades, de poder contemplar imágenes sensacionales que despertaran mi interés
Y durante un día concreto fue cuando me fijé en una fotografía que Antonio Mazón Albarracín había colgado en su página de Facebook.
Era una imagen en blanco y negro con cierta antigüedad.
En ella se mostraba una especie de arco de piedra natural y posadas sobre él, dos personas miraban a la cámara con unos ojos profundos y cargados de dulzura.
Esta imagen se me quedó grabada en la retina y pocos días después acudí en busca de ella para descargarla a mi disco duro.
¿Qué lugar era este de Orihuela del que yo nunca había tenido noticias y que me atraía tanto como una luz a la polilla?
Me sentí encandilado, hechizado por las sombras, por los surcos de aquella majestuosa peña, por la inocencia con que las dos personas se mantenían sentadas sobre aquel ingenio de roca tan atractivo y tan sugerente.
Los días fueron pasando y casi había olvidado esa imagen que seguramente quedó oculta en mi subconsciente.
Una mañana, de esas que se va uno de paseo por la sierra junto al Seminario, me llamó la atención un habitáculo rodeado por unos postes de madera que parecían indicar que ahí había algo importante que enseñar.
Animado como iba con deseos de aventura y de descubrir cosas nuevas con las que hacer crecer mí ya hinchado ego de oriolano satisfecho por la belleza de mi ciudad, me acerqué sin dudarlo hacia aquellos palos de madera con cuidado de no resbalar y caer.
Al caminar hacia aquella parte desconocida de la sierra, descubrí para mi asombro que por fin había dado con el famoso arco de piedra que tanto sueño me había quitado.
Por supuesto, no fue lo mismo, la sensación de verlo allí mismo vivo, a todo color que la fotografía artística en blanco y negro y con las personas sentadas encima que yo recordaba del Facebook de la página de Oriola vista desde el Puente de Rusia.
El caso es que me sentí muy alegre porque uno de los enigmas de Orihuela que me atolondraban un poco por fin había sido descubierto.
Me dediqué a contemplarlo con tranquilidad, disfrutando palmo a palmo de aquella lujosa vista que me seguía llamando.
Los ecos del pasado resonaron en mis oídos y mis ojos se llenaron de lágrimas al sentir una emoción indescriptible que me atrapó para que recorriera un camino del que yo nunca antes había oído hablar. Creo que lo llaman el camino del iniciado.
Me fui acercado lentamente, subí por encima de la dura piedra y busqué y busqué una pared por donde bajar hacia el sitio más profundo de aquella colosal belleza natural.
Me agarré a la roca y con cuidado inicié el descenso.
Era un paraje completamente desconocido para mí y sabía que mi delicada vista era un riesgo demasiado elevado que podía causarme más de un disgusto.
Aun así, había algo que me llamaba con tal fuerza que me sentí guiado.
Mirando alrededor de aquel sitio descubrí agujeros, cuevas y oquedades en la roca que me inspiraban también más curiosidad.
Poco a poco fue bajando, observado todo lo que había alrededor.
Hasta que por fin llegué a situarme justo debajo del arco y señores lo que sentí en ese momento, de verdad, lo que sentí, no puede describirse con palabras.
Me vi a mi mismo en comunión con la naturaleza y sobre todo con los antiguos que habían disfrutado de ese lugar muchos siglos antes que yo.
Era tan hermoso, tan perfecto, tan delicioso y delicado el momento, que fue como si me sintiera arropado de una luz inmensa, de un cantar angelical, de un halo de dicha y ventura que ustedes creerán que me volví loco.
Tuve que sentarme para no caerme por el aluvión de sensaciones maravillosas e increíbles que me abrumaron provocándome un incontrolable vértigo y que por lástima ahora solo son el suspiro de un recuerdo.
Era el lugar más bello de Orihuela y Orihuela, según dicen las crónicas clásicas era uno de los lugares más hermosos de la tierra.
Así que respiré el aire fresco de la sierra, sentí el calor de los rayos del sol penetrando en mi cuerpo, olí el aroma típico de esa parte del monte que adormecía mis sentidos con olores puros que mezclaban diversas especies de animales y plantas, árboles y arbustos.
Fue como sentir toda la universalidad en un único punto, la magia de lo divino y lo humano concentrado en un trozo de roca que con un simple ademán de agacharme una pizca podía tocar con las puntas de mis dedos y con las palmas de mis manos.
Me olvidé de los problemas, de las desgracias del planeta, de todo aquello que nos ofende o nos molesta.
Solo éramos yo, la madre tierra, la diosa primigenia de todos los tiempos, el viento que me acicalaba el rostro, los efluvios que me rodeaban y me penetraban por todos los poros y mi Orihuelica del Señor.
Eso fue lo que sentí en aquel lapso de tiempo que imagino sería breve pero que me pareció una eternidad.
Por supuesto, cuando desperté de aquella ilusión, quise que los demás oriolanos pudieran participar también de aquellas sensaciones, de aquellos momentos maravillosos que hicieron que por un instante fuera la persona más feliz de la tierra.
Por eso cuando me marché pocas horas después a mi casa, salí de allí con un propósito, de diseñar una nueva ruta turística de a pie con la que maravillar al resto de mis conciudadanos, de hacerles revivir aunque solo fuera unos segundos aquel instante prodigioso que a mí me ha dejado marcado para siempre.
En la primera Ruta Paraíso que hicimos, llegamos hasta allí con la impaciencia de los concurrentes novatos que están deseando descubrir el punto exacto.
Maravillados los participantes de la vista, algunos de ellos se hicieron como locos una interminable racha de fotografías.
Sin parar, una y otra vez.
Algunos de los asistentes, dijeron en voz alta, bien claro para que los demás lo oyéramos que quedaba pendiente para otro día, bajo otras circunstancias y sin compañía del resto del grupo, debían de volver a aquel lugar y ponerse bajo el arco para poder disfrutar en su máximo esplendor las consecuencias de aquella misteriosa llamada que sentíamos todos.
Espero que nadie haga la locura de venir a comprobar lo que aquí les cuento sin estar preparados.
Les advierto que es una zona peligrosa, que hay que llevar mucho cuidado en el descenso pero con un poco de paciencia y algo de vista y habilidad es muy fácil llegar al punto correcto en donde podremos sentirnos fusionados con el mismísimo universo, con el mundo entero. Ser partícipes de la luz.
A ser posible, háganlo sin compañía, pues no quiero que nada estropee ese momento divino que parece tan real, tan deslumbrante. Pero recuerden siempre, haber dejado un aviso con antelación a algún pariente por si algo les sucediera.
Nada más, solo me queda despedirme de ustedes e invitarles a descubrir, a comulgar con El Arco de la Amorosa de Orihuela.
Buen provecho y que lo disfruten.
No hay comentarios:
Publicar un comentario