Me cuentan algunos ancianos que
durante la década de 1940 había en la calle de la Corredera una
mujer muy popular que ejercía de curandera.
Dicen que su especialidad era la
cura del dolor de riñones, reuma, artrosis y molestias generales en
los huesos.
Para sus curas utilizaba una
caña de gran flexibilidad que venía a ser tan larga como el palo de
una escoba cortada por la mitad.
La mujer, apoyaba la punta de
las dos medias cañas a la altura de la cintura de aquellos que
solicitaban sus servicios, una en cada costado quedando en paralelo
pues las otras dos puntas las colocaba sobre su propia cintura.
A continuación, recitaba una
serie de plegarias que sólo ella conocía y que nadie conseguía
escuchar ya que eran pronunciadas en voz muy baja.
Se le veía mover la mano varias
veces haciendo el gesto de santiguarse y ordenaba a todos los
asistentes que hicieran lo mismo.
Todos eran testigos de un
prodigio. Pues con sus propios ojos observaban como las medias cañas
se iban doblando hacia adentro al tiempo que se rezaba.
Si las dos partes se tocaban, la
curación milagrosa ya se había producido.
Si por el contrario, no lo
hacían, se instaba a la persona aquejada del mal que volviera el
próximo día para una nueva sesión.
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