Eran
las cinco de la madrugada cuando Manuel y Santiago, arqueólogos
reputados, llamaron a las puertas del colegio Santo Domingo. Al
parecer se había encontrado algo de valor histórico dentro de sus
murallas y para no molestar durante el horario lectivo se decidió
quedar antes de la hora de inicio de las clases.
La
lluvia caía con intensidad aquella noche. Rara vez llovía en
aquellas tierras, pero como se decía por allí cuando
llueve, hay que salir en barca. Las
gotas empapaban las ropas de los arqueólogos, a pesar de que cada
uno portaba paraguas para protegerse.
Pasados
unos minutos la puerta se abrió y las dos personas entraron en el
interior del recinto.
-Ya
podrían haber instalado algún portero automático o algo por el
estilo- dijo Manuel rabioso mientras se sacudía la ropa para tratar
de quitar las gotas que no habían sido absorbidas por la ropa
todavía. Su compañero imitó la acción.
-Perdone
por la tardanza pero es una de las pocas veces que he tenido que
venir a estas horas al colegio- se excusó el portero- mi nombre es
Rubén-
-Muy
bien Rubén, muéstranos aquello por lo que el director de todo esto
nos ha llamado con tanta urgencia- dijo Santiago mientras señalaba
con el dedo índice al techo de la estancia haciendo referencia a
toda la construcción.
Rubén
los condujo hasta la sacristía que se situaba junto a la iglesia del
colegio en donde solía estar el cura antes de celebrar la misa. Allí
un rudimentario armario de madera de pino y una mesita con una silla,
que habían visto mejores días, eran lo único que amueblaban la
habitación de suelo de mármol blanco. En una esquina de esta varias
losas estaban rotas. El portero las señaló.
-Allí
está lo que tienen que ver- dijo.
Los
arqueólogos se aproximaron y empezaron a apartar las losas, que
habían sido colocadas burdamente sobre un tablón de madera para
ocultar lo que había debajo.
-¿Y
cómo se han percatado de este hallazgo?- preguntó Manuel para
romper el silencio mientras realizaba su trabajo.
-Durante
la tarde de ayer el señor director iba a oficiar la misa y
preparando sus cosas resbaló y pudo evitar el golpe al agarrarse a
la mesita, lamentablemente la figurilla de bronce de la Virgen de la
Esperanza que había sobre ella calló sobre una de las losas de ahí
he hizo un agujero. El director dio orden de cerrar el acceso a esta
habitación, aunque ya estaba “restringido bajo unos pocos“-
explicó el portero mientras hacia el gesto de comillas con ambas
manos al pronunciar las últimas palabras.
-Bueno,
pues veamos qué tenemos aquí- dijo interesado Manuel mientras
apartaba junto con su compañero el tablero.
Ambos
se quedaron atónitos al comprobar lo que había al quitar el trozo
de madera. Una escalera de roca olvidada, a juzgar por el polvo
acumulado en sus peldaños, se adentraban bajo el colegio y,
siguiendo el sentido en el que descendían la escalera, concretamente
bajo la iglesia.
En
silencio, los arqueólogos buscaron unas linternas en sus mochilas y
descendieron lentamente y con prudencia, ya se torcieron varias veces
los tobillos al entrar con frenesí y emoción en excavaciones en las
que se encontraron restos de civilizaciones pasadas.
Unos
treinta escalones en una sola tirada pudo contar Santiago. Unos
cinco metros y medio de descenso pensó.
El olor a humedad impregnaba aquel lugar. Las linternas apenas podían
iluminar más allá de un par de metros.
Manuel
alzó la mano izquierda y se sorprendió cuando comprobó que el
techo estaba a poco menos de dos metros de distancia respecto al
suelo, lo que producía junto con la oscuridad una sensación
claustrofóbica. Rápidamente tiro su mochila al suelo y buscó un
foco que guardaba para este tipo de ocasiones.
-¡Rubén
necesitamos una alargadera aquí abajo!- gritó.
El
portero bajó lentamente con una, su larga experiencia en su trabajo
le hizo dejar varias herramientas que pudieran necesitar. Entre ellas
la que en esos momentos solicitaban.
El
foco iluminó gran parte de la estancia. Los tres individuos se
quedaron atónitos una habitación de diez por diez metros excavada
en la tierra se ocultaba bajo los cimientos del colegio Santo
Domingo. El suelo era de roca viva y estaba encharcado, señal de que
el nivel freático solía inundarlo con frecuencia. Las paredes eran
completamente lisas y de pizarra grisácea.
-¿Y
esto qué se supone que es? ¿El lavabo de la iglesia?- preguntó en
tono sarcástico Rubén.
-Creo
que tu respuesta esta aquí- respondió Manuel acercándose a la
pared que quedaba a la derecha de la escalera.
Cuando
el arqueólogo llegó hasta ella la tocó para comprobar realmente lo
que veían sus ojos. Habían mensajes gravados burdamente en un
lenguaje muy antiguo, en la pizarra. Muy distintos a los que solían
encontrar en civilizaciones egipcias que estaban totalmente en
horizontal y ordenados. Aquí parecía como si el que hubiera escrito
uno de los mensajes lo hubiera hecho donde quiso y sin ningún tipo
de cuidado. De hecho, la caligrafía se iba deformando conforme iban
acabando las frases. Como si el autor fuera olvidando cómo se
escribe.
-Aquí
está. Aquí yace- lee
el arqueólogo mientras desliza la mano bajo las palabras conforme
las pronuncia-
El
profeta que nos guió aquí descansa.
Más
allá del cielo serás recordado.
Serás
encerrado en muerte, y en muerte volverás a nosotros, para guiarnos.
Somos
tu rebaño, y te esperamos.
Hasta
la eternidad.
-¡Manuel
mira esto!- exclama Santiago mientras señala el centro de la pared
que hay al fondo de la estancia.
Su
compañero deja de leer los mensajes y se dirige hacia allí. Lo que
contempla le sorprende con creces.
Una
runa circular sobresale en el centro de la pared con una letra
similar a una V tallada en la misma. Y sobre esta pieza emergen
decenas de frases. Como si la runa fuera el centro de una espiral y
quisiera tragarse las palabras, ya que conforme las letras se
aproximan a la enigmática pieza, su escritura es más pequeña y
burda.
Manuel
instintivamente cogió la runa y esta se despegó de la pared sin ni
siquiera haber tirado de ella. Como si el simple contacto hubiera
provocado tal acto.
De
repente un grito de algo desconocido retumba en la estancia y las
luces del foco y de las linternas estallan dejando a los tres
individuos a oscuras.
Lo
último que escucharon los arqueólogos fue las rápidas pisadas de
Rubén subiendo la escalera…
Frank Ayala Peñarrubia
Qué intriga!! Hay una continuación o segunda parte? Muy buen relato!
ResponderEliminarEs el prólogo de un libro que está escribiendo.
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