Rutina… Todos los días el mismo
ritual de vuelta a casa. Como un acto enfermizo siempre rodeaba la
farola del Casino Orcelitano para descubrir si se había dejado
alguna esquela sin leer.
Día tras día, semana tras semana, no
fallaba nunca. A veces eran conocidos, los menos, casi siempre
nombres de gente que le eran desconocidos.
Aquel día no era distinto, salvo por
que la última esquela era la suya. Incrédulo la arrancó de la
farola y mirando a todos lados nervioso gritaba no puede ser, no
puede ser…
Y de repente, una bocanada de aire frio
hizo que despertara violentamente, rodeado de sudores en la suave
penumbra de la madrugada de una noche de luna llena.
Y en la mano, estaba arrugada aquella
misma esquela que había visto en sus sueños. Y entre las sombras de
la suave penumbra se desvaneció para siempre.
Víctor M. Ortega Cuartero
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