En las primeras horas de la mañana del lunes 13 de Enero de 1930,
dos pequeños jovenzuelos J. Fenoll de 11 años y M. Molina de 12 años de edad
quisieron conocer el mundo.
Cargaron ambos con su costal sobre sus pequeños hombros y
con un bastón cada uno, para ayudarse en su caminar, iniciaron lo que iba a ser
la aventura de sus vidas.
En los bolsillos sumaban entre los dos sesenta céntimos y
dentro del morral guardaban celosamente el alimento que debía de saciar su
hambre en forma de panecillos.
Más al fondo de la bolsa, un mapa con el que escudriñar el
horizonte cuando se sintiesen perdidos.
Parece ser que querían llegar hasta Argentina, en donde
hablaban su mismo idioma.
Bien cansados estaban los dos niños de las alegrías y
tristezas de su ciudad cuando decidieron dar un cambio de aire a sus vidas.
Los futuros hombres se aburrían enormemente en el ambiente
tranquilo y tibio del hogar, estaban sin duda cansados de ir a la escuela todos
los días a la misma hora, y jugar a las mimas travesuras en idéntica plaza;
querían renovar el paisaje, contemplar otras puestas de sol, que dirían los
poetas, volver a la normalidad del dinamismo de que nunca gozaron; e impulsados
por estos deseos, se lanzan a la ventura, carretera adelante y sin otras armas
que un bastón, unos céntimos y un corazón que navega a la deriva en el mar de
las ilusiones.
De Orihuela salieron partidas que los buscaban por todos los
rincones desde el momento en que sus familiares empezaron a echarlos en falta.
Ninguno había venido a comer a su casa y sus madres
preocupadas habíanse visitado la una a la otra para interrogarse sobre los
pequeños.
Se toparon en el camino y nada más verse a lo lejos por las
caras que me llevaban supieron lo que ocurría.
Entonces todo fue revuelto y caos por las calles de
Orihuela.
Los vecinos y curiosos se sumaron a la búsqueda de los dos
desaparecidos y se llamó a las autoridades que malamente pudieron consolar a
las dos mujeres y a sus maridos.
Las partidas marcharon por el camino que llevaba a Murcia, a
Almoradí, al Castillo, y por último, la que debía de tener la fortuna de
encontrarlos, partió para Alicante.
Los animosos muchachos, que querían ampliar el marco de su
ambiente, no contaban con el deseo legítimo de sus padres de retenerlos junto a
sí y puesto en acción este otro deseo, fueron detenidos al anochecer a la
entrada de Crevillente, lugar hasta donde habían llegado andando.
Los llevaron de vuelta a Orihuela y entre un mar de lágrimas
se abrazaron a sus padres ante la multitud que tanto había sufrido.
MORALEJA:
Nadie puede censurar
el deseo de mejoramiento noblemente sentido; pero lo que debe impedirse a toda
costa son los engañosos sentimientos y los mal trazados planes que nos puedan
hacer iniciar una empresa sin conocer ciertamente el resultado; porque la
verdad, emprender una ventura que debe terminar en Buenos Aires y quedarse en
Crevillente, es bien desconsolador.
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