Estando en Orihuela nos, los hijos de Dios, en la mañana del
1706, a
eso de las 10, fuimos testigos de tal oscurecimiento del sol que temimos todos
por nuestras vidas.
Siendo 12 de mayo, en plena primavera, pedimos a las autoridades
que hiciesen que en La
Catedral del Salvador se encendiesen antorchas y que
permanecieran alumbrando mientras duraba tal calamidad.
Preguntamos entonces a nuestros mayores y todos aseguraron
que jamás habían sido espectadores de prodigio mayor.
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