Érase un personaje cabezón de nombre Enrique que se aferraba con uñas y dientes a las tradiciones y costumbres. Cabezón como él solo al que no había forma humana de convencimiento.
Tan costumbrero era que en su casa seguían utilizando velas y candiles para alumbrarse.
Enemigo declarado al milagro de la electricidad y a todas las formas de iluminación producidas por la combustión de materias primas diferentes a todo lo que el conocía.
Los vecinos llevaban tiempo manejando lámparas de gas pero él parecía que las ignoraba. Algunos incluso se habían atrevido a probar de buen grado aquello que llamaban electricidad y que acababa de llegar a Orihuela.
Pero él tenía siempre entre dientes esta frase:
-¡Déjenme que la luz me da dolores de cabeza!
Y eso es lo que repetía cada vez que alguien le echaba en cara el que en su casa aún hiciera ostentación de sistemas de alumbrado pertenecientes a siglos pasados.
Pero como el destino es muy caprichoso, jugó sus cartas.
Como cada vez que podía, dicho hombre se dirigía al Casino de Orihuela y allí se sentaba con los amigotes para charlar y pasar un buen rato.
Un día, en el verano de 1904, estaba situado junto al velador central del Casino cuando de repente, uno de los focos eléctricos que estaban sobre él se desprendió y fue a pararle con tan mala fortuna a la cabeza produciéndole dos heridas de consideración.
Mientras los que estaban alrededor asistían con temor a tan grotesca escena de ver a Enrique tirado en el suelo y sangrando por dos orificios este se debatía contra el dolor y repetía una y otra vez:
- ¡Veis como la luz me da dolores de cabeza!
Fuente: DIARIO ORCELITANO 6 de JULIO de 1904
* Este relato está basado en un hecho real ocurrido en el Casino en 1904. Me he tomado la libertad de concederme una pequeña licencia literaria y lo he adornado un poco. Tanto el personaje como el accidente son reales.
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