Álbum musical destacado por la página web oficial de la Universidad Nacional de Educación Pública Estatal Española (UNED). Apartado dedicado a MIGUEL HERNÁNDEZ, "Poemas musicalizados y discografía". Incluído también en la obra literaria del escritor y colaborador de Radio Nacional de España Fernando González Lucini, "MIGUEL HERNÁNDEZ ...Y su palabra se hizo música".

domingo, 31 de julio de 2016

Un caso real


Era el turno de las limpiadoras.

Ana caminaba por los pasillos del Centro de Salud empujando el carrito de los utensilios de limpieza mientras charlaba con Jesusa.

Ambas parecían compartir una animada conversación que trataba sobre sus respectivos maridos.

La conversación cambió de tono al recordar Jesusa un tema que le había afectado profundamente. La muerte de un pariente cercano le había provocado durante unos días una seria afección.

Cuando terminó de contarlo, Ana le puso la mano sobre el hombro y Jesusa rompió a llorar.

     - Vamos, llora, que te va a sentar bien.

Jesusa limpió sus lágrimas al llegar al punto donde debían de separarse para hacer sus faenas.

     - Gracias. Me siento mucho mejor.

Cada una se dirigió a su puesto.

Ana caminaba por el largo pasillo. Algo la sacó de sus pensamientos.

Una doctora que venía en dirección contraria cruzó una mirada con ella. Al instante supo de su dolor, de su sufrimiento.

Ana era una de esas personas que notaban ese tipo de cosas. Desde pequeña sabía cuando su madre lo estaba pasando mal. Por eso siempre había sido tratada con indiferencia por sus compañeros en todos los centros educativos por los que había pasado.

Su madre que no podía estarse quieta mucho tiempo en el mismo lugar no le había dado la oportunidad de estudiar de una manera normal. Siempre cambiando de colegio.

Al final se había acostumbrado y en cuando pudo abandonó los estudios y se centró en ayudar a su madre en los trabajos que le iban saliendo.

Bastó mirarla a los ojos para saber que en su interior guardaba un pesar muy grande. Detrás de toda aquella belleza, de esa piel clara inmaculada, cabellera rubia larga y cuerpo escultural. La doctora Patricia giró en la esquina y se introdujo en una habitación.

Ana llegó finalmente al lugar donde se dirigía y empezó sus labores olvidando el encuentro.

Las semanas habían pasado volando para Ana. Pero no para Patricia que tenía a su madre muy enferma, en estado terminal y que esperaba el fatal desenlace de un momento a otro.

Patricia era Psicóloga. Una de las mejores del Centro de Salud. Pero no estaba pasando por sus mejores momentos.

Habían diagnosticado un cáncer terminal a su anciana madre y la tenía en casa dándole los últimos cuidados. Con la ayuda de una enfermera que pagaba de su bolsillo.

Recordaba a su madre retorciéndose de dolor en la cama. La enfermera practicándole curas coniínuas e intentando consolarla.

Tenía una mirada ausente. Deseaba por un lado que su madre perdiera la batalla y dejase de sufrir. Que acabara la agonía. Por otro lado sabía que la iba a echar de menos si se iba de este mundo.

En su interior una vocecita le estaba susurrando algo.

Un susurro que iba penetrando por sus entrañas y que hizo que se estremeciera.

Le llegó el recuerdo de una cara.

Una cara que había visto hacía poco tiempo y que no sabía donde.

Pero sentía la necesidad de buscar a esa persona. Como si eso sirviera de algo.

Caminaba por los pasillos del Hospital abstraida en sus cavilaciones cuando vio pasar al doblar por un cruce de pasillos una bata de limpiadora.

Entonces recordó el rostro que la traía de cabeza.

Claro, era aquella celadora que se había cruzado en el pasillo hacía unos días.

Se puso como una loca a buscarla.

Después de mucho rato intentando localizarla la encontró en un baño.

Al principio no supo que hacer. Pero se armó de valor y abrió la boca para decirle algunas cosas.

No hizo falta. Ana se había dado cuenta y ya la había cogido de la mano.

La doctora sintió al instante una sensación de alivio maravillosa. Era como si aquella chica canalizara todo su sufrimiento.

Ella no creía en esas cosas. Pero notaba en su interior que aquella persona que le sujetaba la mano podía ayudarla.

Patricia confió en ella y le contó su problema.

Ambas quedaron para verse en casa de Patricia a una hora en la que estarían libres.

Llegado el momento, el timbre de la puerta sonó y la enfermera fue a abrir la puerta mientras Patricia ayudaba a su madre a incorporarse.

Hechas las pertinentes presentaciones, Ana se acercó a la anciana que no paraba de gemir de dolor y puso sus manos sobre la cabeza de la enferma.

Los gemidos cesaron al instante y un río de lágrimas corrió por el rostro de la madre que lloraba de emoción al sentir que todo el sufrimiento se había detenido.

El corazón de Patricia se encogió ante lo que estaba presenciando.

Ni todas las medicinas que tomaba la anciana juntas habrían sido capaces de provocar tal efecto.

La mujer se relajó y quedo sumida en un dulce sueño que hacía mucho tiempo no había disfrutado.

Patricia agradeció a Ana toda su ayuda y quedaron en verse durante unos días más.

La celadora visitó regularmente a la anciana hasta el mismo día de su muerte.

Al final, un ser humano con un don especial a través de sus manos había sido capaz de dar el consuelo que ni la ciencia ni los medicamentos habían logrado.

* Los nombres han sido sustituidos por otros ficticios para preservar el anonimato de los actores.

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