En marzo de 1633 llegó a Orihuela uno de sus tesoros más fantásticos como regalo del confesor de Felipe IV al Colegio Santo Domingo.
Considerado por los expertos como el mejor de los lienzos religiosos realizados por el pintor sevillano en su juventud.
Es un cuadro que plasma la angustia que lo atenazaba al haber sido testigo de la muerte de una de sus niñas.
Más o menos, esta es la historia conocida que nos susurra el cuadro:
El noble italiano Tomás de Aquino siente desde muy joven su vocación religiosa e ingresa en la orden de Santo Domingo. Su familia intenta por todos los medios cambiar esta decisión y, aprovechando un viaje que debe realizar el fraile, sus hermanos lo secuestran encerrándole en un castillo. Durante algún tiempo tratan de convencerlo para que abandone su vocación y al fin utilizan la estratagema de que una mujer le tentara. El joven la rechaza y con un tizón, del fuego de la chimenea, la hace huir y traza una cruz en la pared postrándose para rezar. En ese momento aparecen dos ángeles para confortarle y ceñirle el cíngulo de la castidad. La escena queda perfectamente plasmada en el lienzo y sólo de forma extemporánea aparece la mujer huyendo.
Interpretación artística:
El cuadro tiene una composición en aspa marcada por
las dos diagonales que lo cruzan de un ángulo a otro.
Una estaría formada por el ala de un ángel y la túnica
de su compañero, otra por la capa del fraile y la
campana de la chimenea; ambas diagonales confluyen
en la cabeza del Santo que constituye el elemento de
mayor misticismo de la obra. La perspectiva,
perfectamente trazada con sólo unas líneas, se acentúa
por la alternancia de planos de luz y penumbra tan
típica en las obras maestras de Velázquez que logran
la tercera dimensión. Los objetos en primer plano y
las figuras del Santo y de los ángeles están
iluminados, en una zona intermedia la luz es ténue y
la puerta abierta de la estancia provoca al fondo el
tercer plano lumínico.
Observese la disposición de las cuatro figuras que
aparecen en el cuadro: todas están en la mitad del
lienzo, en la diagonal trazada desde el ángulo superior
izquierdo al inferior derecho; sin embargo el equilibrio
es perfecto. También es importante resaltar la nitidez
que se observa en el primer elemento de esta diagonal
el banquillo con el tintero y el progresivo
difuminado que se observa al final en la figura de la
mujer, que tanto recuerda a la que aparece en Las
Hilanderas, al fondo, en el segundo grupo. Por último
podemos fijarnos en uno de los célebres
"arrepentimientos" de Velázquez, que se observa, de
forma clara y manifiesta, en la túnica del ángel de la
izquierda, que en principio cubría el suelo y luego la
modifica de forma que cae recta, sin preocuparse
demasiado por tapar la anteriormente pintada.
Contemplando el lienzo, parece que la escena esté
sucediendo en ese momento. No es extraño que de la
obra diga D. José Gudiol, en su ya citado libro: "En
su evolución futura logrará el pintor obras más vivas
de color, más importantes por el tema y la
composición, o más logradas por el virtuosismo de
ciertos efectos técnicos que rozan lo irrealizable; pero,
en rigor, no puede decirse que alcanzara a superar la
belleza emanada de estas figuras del lienzo de Santo
Tomás de Aquino".
Más información:
FUENTES: Javier Sánchez Portas.
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