Dicen los entendidos que los niños son capaces de exhibir una sensibilidad fuera de lo común, que durante los años de nuestra infancia, sobre todos los más pequeños, son capaces de hechos portentosos muy difíciles de comprender y explicar por la ciencia más ortodoxa.
Algunos de estos infantes han sido protagonistas de
anécdotas que pondrían los pelos de punta al más escéptico. Como la niña
aquella que según su familia en una entrevista cedida al programa de radio
MILENIO 3, sin apenas hablar y que haciendo gestos con su manita señalaba a un
lugar también con la mano en la cabeza como queriendo decir a su papi que el
hombre malo del sombrero estaba allí delante de ellos. (Los que sean amantes
del programa ya sabrán a que pasaje me refiero).
Pero centrándonos en las historias misteriosas ocurridas en
nuestra ciudad, les voy a contar una que les dejará totalmente desconcertados.
La protagonista es una niña pequeña, tan pequeña que todavía
no sabía caminar.
Lo mejor de todo es que este testimonio que me ha relatado
un buen amigo, es algo que se cuenta siempre en las reuniones familiares de la familia
de su mujer como algo para recordar toda la vida, y que sucedió en un lugar de
Orihuela al que yo le tengo mucho cariño.
El caso es que varias familias de raza gitana sin recursos
decidieron irse a vivir a la casa abandonada de los trabajadores del Horno de
Bustamante de San Antón.
Los días transcurrieron sin novedad hasta que uno de esos
apacibles días, los niños que estaban jugando en las puertas y en el interior
de una de las minas de mercurio, la más cercana a su improvisado hogar, observaron
compungidos que una de las niñas menores había desaparecido sin dejar rastro en
apenas unos segundos.
Como era una de las más pequeñas, casi un bebé todavía, se
pusieron a buscarla como locos llamándola por su nombre a viva voz y dando la alarma
a sus padres que con la velocidad de un rayo se sumaron a la incansable
búsqueda del bebé desaparecido.
¿Dónde se había metido la niña que sólo podía moverse de
aquí para allá arrastrando los pies y las manos por el suelo?
Mirando hacia el interior de la mina en donde habían estado
los niños jugando, todos decidieron que lo que podía haber ocurrido es que la
niña se hubiese internado en la oscuridad de la mina.
Así que unos se metieron hacia adentro para buscarla y otros
recorrieron por la parte de arriba de la montaña un camino distinto para ver si
podían alcanzarla en una de las otras bocas del monte que ni siquiera sabían si
podían estar comunicadas.
Pasados apenas 30 minutos, uno de los que se habían marchado
hacia una de las otras minas de mercurio de San Antón, dio un grito para que
todos le escucharan que había encontrado a la niña. En un lugar inaccesible
para un bebé y que estaba por lo menos a más de 200 metros de distancia
de la boca en donde se había perdido. Demasiado lejos para llegar en tan poco
tiempo sin caminar.
La única explicación lógica que barajaron era que la niña
gateando se había recorrido toda la mina a oscuras de punta a punta y que en
media hora había llegado a salir por la otra boca.
Pero todos sabemos que eso es
imposible. Que ni siquiera los más avanzados expertos que han ido a investigar
a las minas de mercurio han sido capaces de recorrerla entera y mucho menos una
niña que ni siquiera es capaz de caminar.
A veces, las cosas más cotidianas están vestidas de un halo
de misterio.
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