Era bien temprano del día 2 de enero de 1985 cuando José
Soto Vegara que acudía a su trabajo habitual de portero del Seminario de
Orihuela detectó algo que se salía de lo normal.
Mirando a la cima del monte donde habitualmente se sustentaba
la Cruz de la Muela descubrió para su
horror que había desaparecido.
De inmediato dio aviso a la policía.
Con motivo de investigar lo ocurrido se desplazaron al lugar
de los acontecimientos dos policías municipales, el delineante del ayuntamiento
Francisco Ramón Mira y un equipo móvil de Radio Orihuela.
Al principio se barajó la posibilidad de que la cruz hubiese
caído por causas naturales pero una consulta al Servicio Nacional de Meteorología
de Murcia en la que se destacó que el viento viajó esa noche a 22 Km ./h descartó esta
hipótesis.
Al llegar a la cumbre se comprobó sin ningún género de dudas
de que se trataba de un acto vandálico ya que se encontraron los restos del
objeto con que se había realizado el crimen.
Alguien se habíá atrevido a derribarla haciendo un corte a
una altura de metro y medio de la base con unas hojas de sierra y la había
hecho caer unos 7 u ocho metros hacia la ladera sur.
El acto debió haberlos mantenido ocupados durante al menos 4
horas ya que en el lugar del delito se hallaron restos de comida y lo más
misterioso, unas extrañas inscripciones que se encontraban todavía con la
pintura fresca.
Las inscripciones formaban una especie de cruz.
Al lado este: “sapo”, al oeste: “ola”, al sur: “Pili”
acompañado de un corazón. Y finalmente al norte: “mano”.
¿Qué había sido aquello? ¿Una promesa de amor?, ¿un
encantamiento? ¿Un despiadado acto de gamberrismo?
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