D. Antonio Rovira Riquelme no había conseguido superar la muerte de su esposa.
Desde aquel fatídico día, se sumió en una depresión que lo mantuvo
aislado y alejado del resto del mundo.
Así pasaba los días en su casa cercana al Barrio de los
Ruices de la Matanza.
El 12 de Noviembre de 1914, sus vecinos se sintieron
preocupados porque llevaban demasiado tiempo sir verlo merodeando por el lugar.
Preocupados por él, ya que se trataba de una persona muy
mayor, tenía 68 años, algunos de ellos se acercaron a su puerta y tocaron pero
no hallaron respuesta.
Pensando que a lo mejor estaba enfermo y postrado en cama o
en algo mucho peor, se pusieron de acuerdo en fisgonear a través de la
cerradura para comprobar si podían de alguna manera obtener algo más de
información.
A través del agujero creyeron ver un cuerpo tendido en el
suelo.
Se avisó al pedáneo y con su permiso se abrió el domicilio y
se acercaron al cuerpo.
Los vecinos se quedaron mudos al ver un cadáver bañado en su
propia sangre y que tenía la cabeza casi seccionada del tronco.
Se dio parte al juzgado a través del Juez D. Luis Laserna,
al oficicial habilitado D. José Moreno y al médico forense D. Julián Botella
con objeto de levantar el cadáver y comenzar a instruir las oportunas
diligencias para intentar descubrir a los autores de tan horrible crimen.
Al parecer, el asesinado había vendido hacía muy poco tiempo
unas tierras y había obtenido una compensación de 800 pesetas. Y seguramente este habría sido el móvil del crimen.
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