A lo largo de los tiempos, vastos ríos de tinta han fluido desde su tránsito el 27 de mayo de 1930.
¿Acaso fue el ilustre autor alicantino, el que eternizó nuestra amada urbe, un devoto de los misterios esotéricos, como aquellos que entrelazan la reencarnación?
Tal como algunos eruditos que han explorado su figura sostienen.
Si contemplamos sus últimas palabras, podríamos hallar una guía enigmática que señala hacia su convicción en la posibilidad de algo más allá de la vida.
- Me voy, quiero acabar. La muerte no tiene ninguna importancia. Es un tránsito… Y yo estoy bien preparado-
Hay enigmas objetivos que podrían respaldar la teoría de que Gabriel Miró se enredó en los hilos del esoterismo. Escudriñando su biblioteca, encontramos obras de Flammarion, "Dios en la naturaleza" (1873) y "Los mundos imaginarios" (1873), y de Allan Kardec, "Ciel et Enfer como Ou la justice divine selon l´espéritisme" (1865). Como si esto no fuera suficiente, su compañero y crítico, González Blanco, estaba enlazado con la revista Sophia, que resulta ser un órgano de la sociedad teosófica que prosperó de 1893 a 1912. En sus páginas se entrelazan varios artículos que exploran el teosofismo, un eco que pudo influenciar la pluma de Miró.
En 1855, germinó en Cádiz la primera sociedad espiritista de España. Uno de sus notables devotos en la España de aquel entonces, Rosso de Luna, pudo cruzarse en Madrid con el literato cuando éste forjaba su camino hacia el ámbito judicial.
Aunque no pasa de ser una suposición, no podemos soslayar la influencia que esta corriente ejerció sobre las obras de su primera era, como "Los amigos, los amantes y la muerte", donde reverberan referencias a la teoría de la transmigración de las almas o el eterno retorno.
Asimismo, destapamos claves enigmáticas en novelas como "La palma rota", "La novela de mi amigo" y "Las cerezas del cementerio".
Por ello, y para concluir, las postreras palabras del literato alicantino fueron:
- ¡Señor!, ¡Llévame!-
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