Me ha llenado de ternura y también, por qué no, de terror,
el inocente testimonio de esta niña que al igual que su amiga Elena, ha iniciado
una aventura por esos mundos misteriosos donde reinan el miedo y la oscuridad.
Es un sentimiento de cariño el que profeso por el relato
pues yo conocí a su bisabuela.
Aún tengo en mi mente una imagen de sus cara sonriente con el
pelo negro y su infinita paciencia ante la insubordinada actitud de su nieta “Loles”
cuando ponía la música tan alta que hacía que aquello pareciese una discoteca
en vez de un hogar.
Había pasado poco tiempo desde que aquella señora de sonrisa
eterna y agradable había fallecido.
Para mi madre, era su abuelita, para mí, mi bisabuela.
Ella tenía una casa por la zona del colegio Jesús María y en
ella quedaban los ecos de tiempos pasados que según dicen mis padres, fueron
mejores.
En esa casa anciana y descuidada por el paso del tiempo
empezaron a suceder cosas extrañas.
Primero fue una ocasión en la que me encontraba yo en su cuarto
jugando con mi hermano pequeño.
Algo, golpeó la pared con fuerza. Tanto que nos detuvimos en
seco.
Nos dirigimos al cuarto de baño que era la otra habitación
que había pegada a esa pared pero allí no vimos nada ni a nadie.
Mi abuelo que era muy bromista fue el que recibió todas nuestras
reprimendas, ya que creímos que había sido él.
Pero siempre lo negó todo. No entendía que le echáramos la
culpa.
Pocos días después, estábamos otra vez de paso en la casa de
mi bisabuela cuando la puerta de su habitación se cerró de golpe sola sin que
ninguna ventana hubiese provocado un paso de corriente de aire ya que estaban
todas cerradas.
Pero lo más curioso que vivimos en aquella casa fue que mi
padre que tuvo que ir por allí a hacer alguna gestión, cerró la puerta de
portazo, sin girar la llave para que el bulón diera tres vueltas.
El caso es que cuando mi abuela regresó de un viaje e
intentó abrirla, se topó con que la puerta tenía echadas las tres vueltas como
hacía su madre cuando vivía.
De todo esto, han pasado al menos cuatro años.
Pero cuando paso cerca de esa casa o estoy en su interior
siento la presencia de mi bisabuela, como si aún estuviera allí esperándome. Con
su sonrisa eterna y su pelo negro.
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