Álbum musical destacado por la página web oficial de la Universidad Nacional de Educación Pública Estatal Española (UNED). Apartado dedicado a MIGUEL HERNÁNDEZ, "Poemas musicalizados y discografía". Incluído también en la obra literaria del escritor y colaborador de Radio Nacional de España Fernando González Lucini, "MIGUEL HERNÁNDEZ ...Y su palabra se hizo música".

viernes, 9 de marzo de 2012

FICCIÓN: Hecho Sobrenatural en el Cementerio de Orihuela




Esto es un testimonio de una persona de mi ciudad de Orihuela de la que no puedo decir su nombre.

Ya que se trata de una figura pública que no quiere que se la relacione con historias de duendes y fantasmas como suele decir él.

Es un relato tan extraño que hasta él mismo duda de si realmente lo vivió personalmente o no es más que una mala jugada de su memoria que quiere asignarle recuerdos de cosas que jamás han sucedido.

Bien, lo que dice mi anónimo personaje es lo siguiente:





Era un día de Santos, de esos que los vivos solemos dedicar al cabo del año para visitar a los que ya no están con nosotros.

Yo esperaba a mi mujer dentro del coche y con el motor en marcha.

No recuerdo la hora pero sí que era temprano. Soy una persona madrugadora que me gusta dejar todas las cosas importantes de mi vida hechas lo antes posible.

Mi mujer depositó las flores en la parte de atrás del coche para que no sufrieran ningún desperfecto.

Nada más cerrarse la puerta nos dirigimos hacia el cementerio de Orihuela.

Este es un viaje que no me agrada de forma alguna.

Desde muy jovencito le tengo pánico a los cementerios.

Mientras conducía, mi mujer no paraba de comentarme cosas.

Primero pondríamos las flores sobre la tumba de mi madre que era la persona a la que más quería y luego sobre la que se encuentra a su lado que es la de mi padre.

Yo soy ya una persona mayor y lamentablemente no me quedan muchos familiares.

En vez de eso me queda la alegría de ver como mis hijos han crecido y tienen sus propias familias.




Soy abuelo de 4 preciosos nietos. 3 Chicos y 1 chica.

Algunos de mis nietos ya tienen incluso novia.

Bueno, no quiero extenderme sobre mi persona, lo único que importa ahora es el relato que os estaba contando.

Así que sigo.

Cuando llegamos a la puerta del camposanto, dejamos el coche aparcado y nos metimos hacia el interior.

Había algunas personas más que como nosotros habían llegado a primera hora.

Por el rabillo del ojo, vi algo que enseguida me llamó la atención.

En un pequeño rincón alejado de la Mano de Dios, había lo que parecía una mesa de madera vieja.

Un muchacho que vestía con ropa muy gastada y con aspecto de necesitar un lavado estaba situado frente a la mesa.


Desde mi posición no podía verle la cara con claridad.

Sobre la mesa creía ver libros o más bien diría que eran cómics.

En seguida me llamó la atención el que un niño se encontrara en el cementerio vendiendo su mercancía.

O por lo menos resultaba un tanto curioso.

Seguí con mi tarea dejando escapar de vez en cuando una mirada furtiva hacia el lugar en donde había localizado a tal muchacho.

Pero como me encontraba concentrado en llegar hasta el lugar en donde los restos de mis seres queridos buscaban descanso, no quise darle más importancia.

A nuestro alrededor, otras familias realizaban cometidos similares a los nuestros.

Algunos rezaban y otros se limitaban a colocar las flores junto a las tumbas.

Mi mujer me dijo algo en voz baja y al acercarme más a ella para pedirle que me repitiera lo que había dicho, me tropecé otra vez con la vista de aquel extraño muchacho que cada vez me daba más mala espina.




No pude controlar mi impulso.

Ya que algo dentro de mí me obligó a dirigirme hacia aquel lugar.

Mi mujer se quedó a media palabra.

Y yo con paso decidido y firme me dirigí hacia allí.

Al llegar a la altura de la mesa de madera miré al muchacho más de cerca y algo en él me produjo un escalofrío.

Me costó un poco poder articular las palabras de la pregunta que me atreví a formularle.

Sin embargo, el muchacho quedó mudo.

No se molestó en contestarme.

Su mirada estaba como vacía.

En esa situación tan violenta en la que me vi, me entretuve mirando lo que me había parecido revistas o libros.

Y realmente descubrí que se trataba de cómics.

Pero aquello no eran cómics de esta época.

Todos los nombres que leía eran de personajes de ficción que cuando yo era pequeño había pododo disfrutar.

El Aguilucho, el Guerrero del Antifaz, Roberto Alcázar y Pedrín…

Aquello me pareció mucho más raro todavía.

Y aún así, en plena situación, había algo en el muchacho que me resultaba familiar y no sabría decir el qué.

El niño movió una de sus pequeñas manos y cogió uno de los Tebeos que se caían a pedazos de viejos y me lo puso ante las narices.







Yo le tendí la mano y cogí lo que aquel se dignó a ofrecerme.

En ese mismo momento, una voz a mi lado me sacó de aquella situación tan embarazosa.

Al mirar hacia la derecha vi que se trataba de mi esposa que había venido a buscarme.

Me recriminó que no la hubiese escuchado antes y me preguntó sobre lo que hacía yo sólo en aquel lugar apartado y haciendo gestos en el aire como si estuviese hablando con alguien.

Yo le hablé del muchacho y cuando me volví para enseñarle a lo que me refería me llevé un susto de espanto al constatar que allí no había nadie.

Mi mujer me preguntó si me sentía bien. Que allí no había habido nadie en todo el rato que llevábamos en el cementerio.

Me sentí de lo más confuso y ya iba a darle la razón cuando sentí que en mi mano derecha llevaba agarrado algo.

Entonces tuve una pequeña revelación.

Aquel era el cómic que mi hermano de pequeño me había escondido y que nunca había podido recuperar.

Era el mismo número y la marca oscura que había en la esquina derecha en forma de letra “F” seguía intacta allí como si los años no hubiesen trascurrido en la publicación.

Y aquel niño…

Eran los ojos de mi hermano el que había fallecido pocos años después.

Sentí de golpe ganas de llorar, de darme la vuelta y salir corriendo.

Y eso es lo que pasó.

Con el tiempo he aprendido a pensar que este hecho no fue más que una ilusión.

Si no fuera por el cómic que conservo todavía y que a los pocos días del suceso hice que me lo plastificaran.





No soy una persona que crea en fantasmas ni cosas semejantes pero esto hecho me cambió la vida.





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2 comentarios:

  1. Me gustaría hablar contigo, ¿Podrias dejarme un email de contacto?

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