Álbum musical destacado por la página web oficial de la Universidad Nacional de Educación Pública Estatal Española (UNED). Apartado dedicado a MIGUEL HERNÁNDEZ, "Poemas musicalizados y discografía". Incluído también en la obra literaria del escritor y colaborador de Radio Nacional de España Fernando González Lucini, "MIGUEL HERNÁNDEZ ...Y su palabra se hizo música".

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lunes, 20 de noviembre de 2023

Entre Olas y Leyendas: Explorando los Fascinantes Ritos y Supersticiones del Mar

 

Desde tiempos inmemoriales, el vasto océano ha ejercido un poderoso atractivo sobre la humanidad, desencadenando una mezcla de asombro y temor. En esta danza eterna entre el hombre y el mar, se han tejido intrincados hilos de ritos y supersticiones que han perdurado a través de las eras. Estas prácticas, impregnadas de mitología y tradición marinera, ofrecen una ventana fascinante a la psique humana y a la compleja relación entre los navegantes y las profundidades desconocidas.

Estos ritos y supersticiones forman un tapiz rico y complejo que se despliega en las aguas saladas del océano. Aunque muchos de ellos puedan parecer anacrónicos en la era moderna, siguen siendo parte integral del folclore marítimo, recordándonos la eterna danza entre el hombre y el mar, entre la ciencia y la superstición, entre la seguridad y el misterio.


Algunos ejemplos:

La Prohibición de la Palabra "Viento": En la vastidad del océano, los marineros evitan pronunciar la palabra "viento" en voz alta. Se cree que este acto puede provocar la ira de los dioses del mar, desatando tormentas y vientos adversos que desafiarán incluso al marinero más experimentado.

La Maldición de los Plátanos a Bordo: La superstición marina prohíbe llevar plátanos a bordo de un barco. Las razones son variadas, desde la rápida descomposición de esta fruta hasta la creencia de que los plátanos atraen mala suerte. En este mundo donde la superstición y la realidad se entrelazan, los marineros prefieren no desafiar el tabú de los plátanos en alta mar. Otra razón muy importante es porque son de color amarillo y dicho color no es muy querido en los barcos.

El Tabú de Zarpar en Viernes: Heredado de épocas antiguas, la creencia de que zarpar en viernes es un presagio de desgracia persiste. Este temor ancestral se origina en la era de los barcos de vela, cuando los marineros, cautivos de la incertidumbre del mar, veían en el viernes un día propicio para infortunios marítimos.

No todo es válido cuando se trata de emprender un viaje en alta mar. Además de la conocida expresión "Martes, ni te cases ni te embarques" (o su variante valenciana "Dimarts, ni embarcats ni casats"), hay varios días que se considera prudente evitar. Se incluyen los viernes, debido a su asociación con la crucifixión de Cristo; el primer lunes de abril, marcado por el trágico evento en el que Caín mató a Abel; el segundo lunes de agosto, relacionado con el castigo divino a Sodoma y Gomorra; y, por último, el 31 de diciembre, fecha en la que Judas se ahorcó. El Beso del Pescador: En ciertas comunidades pesqueras, la primera captura del día es más que un trofeo. Los pescadores besan el pez antes de devolverlo al agua, un ritual que simboliza gratitud hacia las criaturas del mar y una súplica silenciosa por una pesca abundante y próspera.

El Enigma del Color Verde: A bordo de un barco, el color verde es evitado meticulosamente. Se cree que este color despierta la envidia de los dioses marinos, lo que podría desencadenar desastres en el viaje. En este reino de sal y espuma, la elección del color se convierte en un acto de respeto y precaución.

Silbar, un Canto Prohibido: En la soledad del mar, el sonido del silbido puede ser más que una melodía; puede desencadenar tormentas. Los marineros evitan silbar a bordo, creyendo que este acto puede despertar a los espíritus del viento y provocar la furia de los elementos.

Nombres de Barcos: Ecos de Fortuna: La elección del nombre de un barco no es trivial. Los marineros buscan nombres auspiciosos que eviten atraer la ira de los dioses del mar. Cada nombre es un eco en el vasto océano, una llamada a la buena fortuna y a la seguridad en el viaje.

La elección del nombre para una embarcación reviste gran importancia. Se cree que es propenso a invocar malos presagios optar por nombres como "Huracán", "Rayo" o "Tempestad". A lo largo del tiempo, ciertos nombres han adquirido una reputación desfavorable, como es el caso de los nombres de reptiles en la Armada inglesa, vinculados a varios naufragios. Asimismo, cambiar el nombre de una embarcación ya bautizada se considera un gesto de mala fortuna.

Una costumbre muy ligada a la elección del nombre es la del bautizo del barco rompiendo una botella de champagne contra el casco en la botadura del barco. Dicha costumbre tiene su origen en la época en la que se derramaba vino en la cubierta como ofrenda a los dioses, a la espera de que éstos protegieran el navío en todas sus rutas. El Sigilo de Ciertos Seres Marinos: En la conversación marina, hay criaturas que se mencionan en susurros o se evitan por completo. Los tiburones, por ejemplo, a menudo son omitidos de las charlas a bordo, ya que mencionarlos podría invocar malos presagios y desencadenar una serie de eventos desafortunados.

El Rol de las Mujeres en el Mar: En tiempos pasados, la presencia de mujeres a bordo era considerada una afrenta a los dioses del mar. Se creía que su participación podía desencadenar la ira de las deidades acuáticas y atraer desgracias. Aunque hoy en día esta creencia ha perdido fuerza, las sombras de antiguas supersticiones aún se proyectan en algunas comunidades marítimas.

Las campanas no se limpian: La creencia de que las campanas de abordo no se deben limpiar proviene de una tradición marítima arraigada en la superstición y la cultura naval. Según esta superstición, las campanas de abordo de un barco son consideradas portadoras de buena suerte, y limpiarlas podría atraer mala fortuna y desgracias al barco y su tripulación.

Con el tiempo, las campanas de abordo desarrollan una pátina natural debido a la exposición al agua salada, al aire marino y a otros elementos. Esta pátina se considera un signo de antigüedad y experiencia en el mar, y algunos creen que tiene propiedades místicas que atraen la buena suerte.

En algunas regiones, el simple acto de limpiar una campana de abordo podría interpretarse como una falta de respeto hacia la historia y las costumbres marítimas. Mantener la pátina original se percibe como un acto de preservación de la esencia y la tradición de la navegación.

Para otros, es cuestión de simple equilibrio, sea real o percibido, se asocia con la armonía y la seguridad en el mar. Limpiar la campana podría romper este equilibrio y, según la superstición, traer consecuencias negativas.

Objetos prohibidos en un barco: Se considera un presagio desfavorable llevar un paraguas a bordo de un barco, ya que se interpreta como una invitación a condiciones climáticas adversas. Asimismo, se evita la presencia de flores en cubierta, ya que tradicionalmente se asocian con ceremonias fúnebres. Además, el transporte de un difunto, o incluso solo de un ataúd, se percibe como un acto que atrae la mala suerte. Por esta razón, era común que aquellos que fallecían en el mar fueran arrojados al océano, envueltos en una mortaja que contenía una bola de cañón, con la creencia de que este acto impediría que el fantasma del difunto persiguiera al barco.

Lo que está en el agua se queda en el agua: A pesar de la terrible experiencia que debe ser caer al agua en mitad del océano, históricamente también se consideraba un presagio desfavorable el acto de rescatar a alguien que estuviera ahogándose. En estos casos, el temor a intervenir en los asuntos de los dioses del mar era lo que disuadía de salvar la vida de aquel que luchaba por sobrevivir.

Cuando resonaba la temida exclamación "¡Hombre al agua!", era común dejar al náufrago a su suerte en el mar. Se creía que rescatar a alguien que se estaba ahogando podía acarrear mala suerte, ya que significaba intervenir en los asuntos de los dioses, del propio mar o del destino. Por otro lado, resulta notable señalar que existía una creencia extendida de que los cuerpos de los ahogados se sumergían directamente en el fondo del océano. A los 9 días, emergían brevemente a la superficie para luego volver a sumergirse permanentemente en las profundidades. La visión de un cuerpo de ahogado flotando (durante ese breve periodo) se consideraba un símbolo de mal presagio.

Las monedas de plata: Finalmente, como medida de protección para la embarcación y su tripulación, se ha arraigado la práctica de incorporar monedas de plata en la construcción de los barcos. En el caso de los buques de guerra, se suelen colocar en la quilla, mientras que, en el caso de las fragatas, encuentran su lugar en la base del mástil principal. Esta tradición podría haber surgido como un pago preventivo a Caronte, el barquero del inframundo según la mitología griega.

Talismanes: La creencia en que ciertos objetos podían otorgar protección o atraer mala suerte a una nave era común en la tradición marítima. El clásico aro de plata que se colgaba en la oreja no era simplemente un adorno aleatorio, ya que se creía que tenía el poder de alejar las tormentas. De manera similar, se sostenía que esconder monedas de plata en el barco durante su construcción podía brindar protección, y era costumbre colocar estas monedas debajo del palo mayor.

Sin embargo, el objeto más vinculado con la protección de la embarcación eran los distintivos mascarones de proa. En sus orígenes, estas figuras tenían connotaciones religiosas y se situaban en el interior del barco. Con el tiempo, estas representaciones se trasladaron a la proa del casco y a menudo adoptaron formas de animales o figuras femeninas, ya que se creía que las formas femeninas tenían el poder de aplacar a los dioses. En caso de que el barco naufragara y, por ende, el mascarón hubiera "fallado" en su deber protector, se llevaba a cabo el simbólico acto de cortarle la cabeza, dejándolo totalmente inutilizado.

Incluso los animales no escapaban a las supersticiones marítimas. Se desconfiaba de subir a bordo a animales con pelo, mientras que aquellos con plumas eran considerados portadores de buena suerte. Sin embargo, los gatos eran una excepción; eran bienvenidos a bordo debido a su reputación de traer buena suerte y a su destreza para mantener a raya a los roedores que pudieran merodear por cubierta.

El seguimiento de un tiburón por la popa de un barco se interpretaba como un presagio de muerte, mientras que su aleta era vista como un talismán de protección.

Una de las supersticiones más arraigadas sostenía que hacerle daño o matar a un albatros (una de las aves más grandes que surcan los océanos) podía acarrear consecuencias graves. Esta creencia se basaba en la antigua idea de que las almas de los marineros fallecidos eran guiadas al más allá por estas majestuosas aves.

Otras supersticiones: Hay un amplio abanico de creencias y supersticiones marítimas que varían de un lugar a otro, influidas por la cultura y las tradiciones locales. Dada la limitación de espacio y tiempo, exploraremos algunas supersticiones adicionales, aparte de las mencionadas anteriormente:

Prohibición de bolsas o maletas negras: El color negro se asociaba con la muerte, por lo que las bolsas o maletas de este color estaban prohibidas.

Evitar tirar piedras al mar: Arrojar piedras al océano se consideraba una ofensa y se creía que podía acarrear graves consecuencias.

Mirar hacia atrás al abandonar el puerto: Los viejos marineros aconsejaban no mirar hacia atrás al salir del puerto, argumentando que era necesario partir con convicción y confianza para enfrentar lo que el mar les deparara.

Trozo de madera con muescas en la quilla: Guardar un trozo de madera con muescas en la quilla del barco se creía que podía aumentar la velocidad de la embarcación.

Subir al barco con el pie izquierdo: Se pensaba que aquel que subiera al barco con el pie izquierdo experimentaría infortunios durante la travesía.

Pérdida de fregona o cubo por la borda: Perder una fregona o un cubo por la borda se consideraba un presagio de mala suerte.

Corte de pelo o uñas en el mar: Cortarse el pelo o las uñas durante la travesía se creía que traería mala suerte.

Prohibición de mencionar la palabra "ahogado": Estaba terminantemente prohibido decir la palabra "ahogado" mientras se navegaba, ya que se creía que invocaría desgracias.


viernes, 27 de enero de 2017

Concurso de Relatos de Terror: 2. "Solo" de Víctor Navarro


Aquí me encuentro sólo, alejado de la civilización, escuchando el rumor de las aguas y asustado porque sé que en cualquier momento va a venir a buscarme.

Como única defensa sólo tengo este gancho y la madera podrida de la balsa cruje bajo el peso de mis pies. No creo que vaya a durar mucho más.

Mis pensamientos son para mis seres queridos.
¿Cómo he acabado yo en esta situación?

Allá a lo lejos veo algo moverse sobre el interminable agua del océano. Varios bultos aparecen ante mi vista.

Creo reconocer varios tablones de madera y algo más, parece una bolsa.
¡Tengo que hacerme con ellos! ¡Es cuestión de vida o muerte!

Me siento tan sólo, tan hundido.

Lanzo el gancho y eureka, consigo alcanzarlos, podré utilizar esto para crear algo que me ayude a sobrevivir,.

Pero el miedo ancestral más profundo que me invade desde que era un niño, desde que de pequeño acompañé a mi hermano para ver la película tan laureada de Spielberg...

He conseguido unos tablones extra y con ellos y un poco de imaginación voy a intentar asegurar la zona. Antes de que me vuelva a atacar ese hijo de puta.

Con un poco de maña y algo de suerte he conseguido atar los tablones con trozos de algas y algunas hojas que parecen tener mucha resistencia, mucha más de la que en mi cuerpo queda.

Me asolan los recuerdos de cuando todo era perfecto, todo era vivir alejado del peligro y de las aventuras. ¡Cuanto me arrepiento!

Sé que estás cerca, pues te presiento.
Sigues acechándome ahí, en alguna parte, esperando a que mis fuerzas se debiliten por completo.

Pero no creas que voy a dejar la partida como perdida.

Tu eres mi cazador y yo tu presa pero me he propuesto invertir los papeles.

Quiero que seas tú el que me tema a mí.

Apenas me queda alimento y mi cuerpo desnutrido está cada vez más débil.
Sigo oteando el horizonte para escudriñar en busca de algo del naufragio que pudiera llegar a pasar por la zona y debo estar atento para hacerme con ello.

No sé cuanto tiempo más voy a estar aquí, pero necesito refugiarme del sol, sus rayos asesinos queman mi piel como si fueran papel.

Tengo el cuerpo entumecido y mis ojos llenos de sal lloran sin cesar.

Por allí viene, ahora me ha dejado observarlo.
Una aleta ha salido a la superficie y viene a una velocidad endiablada.

Estaré preparado para el asalto final. Quiero que esto sea cosa de los dos.

Sólo tu y yo, el hombre, la criatura elegida por Dios para dominar al resto de las razas contra la bestia, el gran tiburón blanco.

Esta vez he tenido suerte pues ha pasado de largo. Pero no me quedaré de brazos cruzados. Me has dado un tiempo extra para que pueda preparar mejor mis herramientas de combate.

Cojo lo que tengo más a mano y creo con mis propias manos algo que parece sacado de una película de indios, es como una lanza.

Uno de los trozos metálicos de alguna de las partes del barco me va a servir como arma principal.

Tan ensimismado estoy con mi nuevo juguetito que no me doy cuenta de que algo o simplemente el agua marina está corroyendo las ligaduras de mi improvisada balsa.

Un par de tablones se separan de esta. El susto es enorme.

Dejo caer la lanza y me dispongo a lanzar el gancho para recuperar los tablones antes de que sea tarde.

Y en esa faena que me obliga a estar ocupado descuido mi seguridad y un animal salvaje, un tiburón terrible se acerca por el otro lado y me embiste.

Caigo al agua.

¡Todo está perdido!

Con un esfuerzo infrahumano consigo darme la vuelta e intento sujetar algo que me sirva de defensa.

El escualo se dirige a mi a toda velocidad.

Por lo menos no me ha hecho sangrar, pues esa sí sería mi perdición al atraer a más bestias por el olor de la muerte.

¿Quién me iba a decir a mí, que aquí, tan cerca de mi casa, iba a perder la vida?

¡En las Playas de Orihuela, contra un tiburón blanco!

El verano pasado ya lo dijeron en televisión, un gran tiburón había arrancado la pierna de un bañista en las costas alicantinas.

Y ahora me toca a mí.

¿Creen ustedes en Dios?

Pues yo iba a decir que no, pero he tenido que cambiar de opinión, y ahora pienso todo lo contrario.

Ahora creo en él. Porque intuyo que quiere que sobreviva y por eso ha dejado justo delante de mí, la única oportunidad para resistir al ataque que es inminente.

Es la lanza, flotando solitaria ante mis narices.

La agarro como puedo y solo tengo un segundo, una milésima que parece pasar a cámara lenta.

Le doy la vuelta y siento que mis brazos quieren ceder cuando siento de lleno el impacto.

Mientras mantengo la lanza en posición vertical apuntando contra esa mole he sido testigo de unos dientes enormes, he olisqueado un aroma nauseabundo que sale de esas boca negra y profunda que me quiere engullir.

¡Gracias Dios mío!

He herido de muerte al tiburón y se marcha con la lanza atravesándole la boca. Un reguero de sangre le sigue allá por donde pasa.

La cosa se complica, el líquido rojizo de la vida será mi perdición al atraer a otras alimañas. 

No creo que sobreviva mucho más tiempo.

Tengo que intentar llegar otra vez hasta mi refugio.

Pero la balsa se encuentra muy lejos, imposible que con las fuerzas que me quedan pueda alcanzarla.

De repente, me parece escuchar un cántico celestial, no recuerdo bien si fue la bocina de un gran barco o la dulce campana de una embarcación de recreo.

El caso, es que unas manos estiran de mi hacia arriba y me ponen a salvo.

Estoy en la cubierta de algo, imagino que de una lancha pero aún no he tenido tiempo de mirarla a fondo y de darle las gracias a mis salvadores aunque hay algo en cubierta que me parece muy extraño.

Cuando me doy la vuelta, mi amago de sonrisa se ha convertido en una mueca de horror.

No sé qué son esos seres.

No sé de donde han venido.

Pero parecen haber salido del mismísimo infierno.


Víctor Navarro