Los enfermos y moribundos eran trasladados a una alquería situada a las afueras de Orihuela conocida como la Casa Blanca. Las puertas de la ciudad permanecerían cerradas para ellos para siempre.
Se les despojaba de sus ropas y enseres personales por mucho valor que tuvieran y eran lanzadas al interior de las llamas de enormes hogueras que bramaban con colores anaranjados entre crujidos y llantos. Lumbres que adornaban el cielo con sus vapores oscuros que por ningún medio debían de llegar a la ciudad por el posible contagio de los seres sanos.
Una vez pasada la epidemia, la casa recibía atención de albañiles y artesanos que picaban y blanqueaban sus paredes y remodelaban el suelo para que no quedara ni rastro del mal que había contagiado a los allí desahuciados.
Así permaneció en pie esta casa desde el siglo XVI hasta nuestros días en donde curiosos y amantes del misterio hacen sus incursiones nocturnas con el fin de captar con sus aparatos los ecos del pasado que den testimonio del sufrimiento que asoló aquel lugar terrible durante cinco siglos plagados de epidemias, muertes y suplicios.
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