Tras la ruta
del miedo con el grupo, no podía dormir.
Habían
muchas cosas que no me cuadraban después de contar mi experiencia en el hotel.
Decidí vivir
de nuevo esa noche y quiero compartir contigo lo que descubrí.
Comienzo
desde el principio:
Llegamos al
Camping Frontera.
Es medio día y tras inscribirnos y montar la tienda, vamos a
comer al Restaurante de la Seu d'urgell de siempre.
Tras la comida paseamos hasta que se
hace de noche y volvemos al camping.
Ya en la
tienda, vemos que empiezan los truenos y relámpagos detrás de la montaña, pero
todavía están lejos.
En pocos
minutos empieza a llover, se va acercando rápidamente y sin darnos cuenta
estamos en el centro mismo de la tormenta.
La lluvia torrencial, la descarga
eléctrica, el estruendo de los truenos, el sonido del viento que va derribando
los árboles que encuentra a su paso, nos obliga a refugiarnos en los aseos y
lavaderos.
Pero se trata de un edificio pequeño, sin
capacidad para albergar la cantidad de personas que llegaba a su interior.
Recuerdo que estoy sola en el coche aparcado en el camino frente a ese refugio
improvisado.
Los que están allí me gritan que salga del coche y vaya con ellos,
aunque yo no oigo lo que dicen, solo lo supongo por sus gestos.
Soy incapaz de
reaccionar y no me muevo del asiento, estoy petrificada.
No recuerdo
cuanto tiempo duró la tormenta, ni que pasó después del mi último párrafo.
La
siguiente imagen que me viene a la memoria es de mi misma que ya estoy en la tienda comprobando los desperfectos. Todo lo
que hay en su interior está cubierto de agua. Imposible pasar la noche en este
lugar.
Sacamos la
maleta, que al ser de un material rígido, ha evitado que se moje lo que hay en
su interior y nos dirigimos otra vez a la Seu d'urgell buscando un sitio donde
poder pasar la noche.
Llegamos a
la puerta del Hotel...
Y bajo a preguntar si tienen habitaciones, no sin antes
darme cuenta
que en el cristal de la puerta hay un cartel de prohibido perros y yo llevo uno.
La recepción
está a oscuras.
Solo detrás del mostrador, una lucecita, a malas penas alumbra la
cara de una señora mayor.
Me acerco y le pregunto si tiene habitaciones.
Ella
responde que no, que está todo lleno por la tormenta. (No entiendo por qué
insisto).
Le explico
que no tenemos donde pasar la noche y que nos serviría cualquier alojamiento.
Mirándome a
la cara me dice que tiene una habitación, pero no me la puede ofrecer.
Lo repite
varias veces.
Le digo que
seguro nos sirve, solo es para unas horas, pero que
hay otro problema: tengo un
perro y he visto en la puerta que no se admiten perros.
Ella
insiste: esa habitación no la puedo ofrecer, pero, yo le dejo la llave, usted sube y la ve
y si la quiere yo se la doy.
- De acuerdo. -Le respondo, ella me alarga la mano con una llave y me dice que es la última
planta (no recuerdo el número de habitación).
Entro en el
ascensor, es diminuto.
Llego a la última planta y se abre la puerta a un pasillo
donde las luces de emergencia permiten ver lo suficiente para andar por él.
Todo está en
silencio, hay habitaciones a ambos lados.
Ando unos metros hacia la derecha y
otra vez a la derecha,
Empieza a parecerme muy largo el pasillo.
Cuando tan
solo faltan tres habitaciones para llegar, oigo una pelea de dos hombres, mucho
ruido, gritos, cosas que caen al suelo y un líquido que empieza a salir por
debajo de la puerta y yo esquivo para no pisar.
Una vez en
la puerta de la habitación, la abro y la reviso, es grande, está limpia y
correcta, tiene una ventana al entrar a la derecha. (No entiendo porque no la
puede ofrecer, pero nosotros ya tenemos donde dormir esa noche).
Bajo en el
pequeño ascensor en busca de la señora y una vez ante ella le confirmo que me quedo con la
habitación, pero el perro también sube.
Me pregunta si ladrará y le digo que
no, y me permite el perro.
Salgo feliz
y le digo a mi marido que baje, nos quedamos.
Él pregunta: - ¿la perra también?
Sí, -le
contesto.
Sacamos los D.N.I.
Ella los ve, los devuelve, pagamos y con la llave
en la mano, subimos a la habitación.
Casi no
cabemos en el ascensor dos personas y una maleta.
Una vez en
el pasillo, no se oye nada, solo silencio; el líquido no está,
Estoy tan
alterada por todo lo vivido ese día que no soy capaz de razonar.
Si ha
habido una pelea, ¿porque
nadie salió a ver qué pasaba, ni llamó a recepción? Ya que los gritos fueron muy evidentes y escandalosos.
Me pregunto también: ¿Por qué no está mojado el pasillo, y ¿Cómo dos personas que se
pelean pueden quedarse en la misma habitación?
Todas estas preguntas me las
hago hoy.
Una vez en
la puerta, abro y entramos.
Abrimos la ventana y...
Pegada a ella hay una
escalera de caracol.
Es de hierro y va desde el bajo al tejado, ocupando el
hueco donde dan dos ventanas por planta una frente a otra y que casi nos
podríamos saludar.
No me gusta,
por ella podría entrar alguien a la habitación, pero no hay otra cosa.
Con el
pijama puesto, mi marido comenta: ¿sabes dónde estamos?
¡Claro, en la habitación de un
hotel!
- Sí. -contesta, -pero en este hotel asesinaron hace unas semanas a dos personas de color.
- ¿Y no
te podías callar hasta mañana, lo tenías que decir esta noche?
Desde de ese
momento decido que la perra duerme a mi lado, estoy segura que me avisará si
algo ocurre.
No tengo
idea de la hora que era cuando la perra se pone inquieta y me despierta,
Entreabro
los ojos solo lo justo para ver qué pasa y a los pies de la cama veo tres figuras.
Una
mujer en el centro, (que juraría era la de recepción) y un hombre de color a cada lado.
Pienso que si tengo que morir, no quiero saber cómo y cierro de nuevo los ojos.
Me despiertan por la mañana, ya es hora de irnos.
No me ducho,
veo sangre en la bañera (que mi marido no ve) se ducha y recogemos nuestras cosas.
Bajamos a recepción.
No hay nadie, dejamos la llave encima del mostrador y nos
marchamos.
Esta
aventura la conté muchas veces, pero no es hasta hoy que soy consciente de lo
que realmente
viví.
No hay comentarios:
Publicar un comentario