Sus cuerpos exhaustos y entre temblores eran prestos a sufrir las peores consecuencias.
Atrincherados en el Convento de la Merced , los frailes
esperaban el desenlace fatal.
El sonido que los caballos de sus enemigos producían contra
el suelo del camino de la calle se escuchó demasiado cercano.
-
Ya están aquí. –
Algunos de los frailes se santiguaron, otros armados con la
biblia en la mano se arrodillaron e imploraron a su Dios para que fuera clemente
con ellos.
-
¡Abrid las puertas al marqués!-
Una voz desagradable y en tono de ordenanza se hizo destacar
por entre los otros sonidos de armaduras y armas, el caminar de los soldados y
el relinchar de las bestias.
Las puertas cedieron y el convento se llenó de guerreros enemigos
que con furia repartían a diestro y siniestro golpes y patadas a unos frailes
que solo tenían para defenderse sus hábitos y su palabra.
Varios soldados se introdujeron en la sacristía y se
colocaron los corporales sagrados como si se tratase de pañuelos.
Un valeroso comendador de la casa regular llamado Nicasio
Olivares se enfrentó al ladrón.
-
¿Hijos míos, por qué hacéis esto? ¿No veis que esos
trapos que lleváis al cuello son los corporales? Por favor, respetad a la Iglesia y sus costumbres.
Los soldados al escuchar estas palabras lo derribaron al
suelo y empezaron a pisotearlo.
La sombra del capitán montado en su caballo apareció de
repente.
Era la entrada triunfal del marqués de los Vélez, aquel que
sería recordado como el hombre que no respetaba ni a las iglesias.
Junto a él un gran número de soldados armados.
Uno de estos soldados, llamado Martín Fernández de Tuesta se
acercó a un desgraciado e increpándolo trató de arrebatarle sus ropajes.
De nuevo, otro de los frailes, ofuscado por la mezquindad
del murciano, llamado Pedro Gómez, salió en defensa de su compañero.
El ladrón amenazó al mercedario, pero este no pareció
inmutarse.
Fernández buscó el apoyo del Marqués y este acudió para
increpar al fraile diciéndole que no se metiera en donde no lo llamaban. Entonces
el fraile herido de rabia aprovechando un descuido se hizo con la ropa que
había quedado en el suelo y la arrojó a una sepultura abierta que era utilizada
para enterrar a algunos de los religiosos del monasterio para que el objeto de
la disputa quedase fuera del alcance de la soldadesca.
El Marqués, ante tal osadía, entró en cólera, y echando mano
a su lanza, intentó golpear al fraile que pudo evitar a tiempo la lanzada.
Pero la rabia se apoderó del fraile e inmediatamente se
abalanzó pica en mano contra el noble.
Pero ¿qué podía hacer un pobre fraile contra la experiencia
en combate de un soldado?
Vélez esquivó la acometida y se dispuso a dar cuenta de él.
Gómez, dándose cuenta de su error, sólo tuvo un segundo para
reaccionar y gracias a ello, salió por una portezuela que daba al claustro y
consiguió escapar de la ira del de los Vélez.
Escondido pudo oír con claridad las órdenes que el marqués impartió
a sus soldados de dar cuenta de todo lo que hubiese en la Iglesia y el convento de
San Juan que estaba a pocos pasos de allí.
-
Saquead bien ahora porque otro día se hará lo mismo a
vosotros...
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