Me precia decir que soy de los pocos oriolanos que se han
preocupado en esto de mantener y conservar aquellos viejos libros que cuentan
nuestras leyendas.
Tocado con un ansia por poseer todo lo relacionado con “Nuestras Leyendas” me hice a la mar profunda que es la red de redes en busca de todos
los libros que existieran que tocasen dicho tema.
Y por fin conseguí hacerme con 3 libros de los únicos 6 libros que
existen en el mundo que dan cuenta de las hazañas que dieron pie a tan
memorables recuerdos.
Uno de ellos, editado por el diario La Verdad y la Caja de Ahorros Provincial de Alicante en 1981 reza la siguiente leyenda entre sus numerosas páginas:
Era aquel un tiempo muy difícil, con la trágica sombra de la
guerra siempre amenazante; guerra contínua contra los moros y, de vez en
cuando, contra otros reinos cristianos. El caudillo moro Abu-Beker reinaba en
Murcia, tras haberse emancipado de la
Corona de Granada, y pasaba por una situación apurada. Jaime
I de Aragón amenazaba con entrar a saco en sus territorios. No pudiendo por
razones obvias pedir ayuda a su antiguo soberano, el rey de Granada, decidió
probar suerte con Fernando III de Castilla. Por entonces, las relaciones entre
los que más tarde serían consuegros no eran muy armoniosas.Así que la idea le
pareció excelente a Fernando III El Santo, y mandó a la capital murciana al
infante Alfonso, su hijo, para llegar a un acuerdo. Y se llegó; en realidad era
cuestión de precio. Sin discutir demasiado firmaron un tratado por el que el
rey moro se obligaba a dar al de Castilla la mitad de sus rentas. Hasta aquí la
cosa podía pasar, pero había otras cláusulas que no vio con buenos ojos lo que
ahora se llama la base, la base mora. Porque para asegurarse que no habría
arrepentimiento, Don Alfonso exigió que las ciudades quedaran bajo vigilancia
castellana.
Y si esto no gustó a los moros, en cambio a los mozárabes
les pareció perfecto; especialmente a los del Arrabal oriolano, que encima
decidieron celebrarlo con fiestas. Nada podía haber irritado más al alcaide
moro del Castillo de Orihuela, que sin pensarlo demasiado decidió poner coto a
tales manifestaciones, pasando a cuchillo a los manifestantes. Drástica parecía
la medida, pero en aquellas fechas nadie iba con tiquismiquis. Había que hacer
un escarmiento para que sirviera a de lección a otros pueblos del reino. El
momento elegido fue la noche del 17 de Julio de 1242.
Pero… no contaba el bárbaro alcaide con la Amengola. Era esta una robusta
moza cristiana que había amamantado al hijo del alcaide, razón por la cual este
le tenía en gran estima. Y esta circunstancia lo perdió, hasta el extremo de
que su cuerpo colgaría la noche de autos de la más alta almena del Castillo,
porque, lógicamente, la
Armengola prefería a sus convecinos cristianos. Pero no
precipitemos los hechos.
Los ecos de aquella cruelísima batalla aún resuenan en las
páginas escritas por los cronistas del hecho, quienes, por cierto, no todos
coinciden en atribuir la gesta a la Armengola.
Sin embargo, esta se hizo merecedora del llamado “sermón de la Armengola ”. Leído en la Iglesia parroquial el
aniversario del hecho: el 17 de julio.
José F. Mulet Pedros
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