Son pocos los oriolanos que pueden presumir de haber sido testigos de hechos sobrenaturales como el que les voy a describir y que cuenta la tradición.
Aunque no es precisamente eso de presumir lo que más le preocupaba al misterioso personaje de nuestra historia.
Un niño nacido en estas tierras, orihuelica del señor, fue tocado con el soplo de la virtud y la bondad.
Con tan sólo 9 años hacía todo lo posible por esconderse de sus hermanos para que no descubrieran que dormía a los pies de la cama en una estera y se entregaba a la vida austera.
Su vida parecía regida por la disciplina y la penitencia constante.
Así nos cuentan las crónicas, que con tan sólo 12 años, recibió una visita inesperada.
La Virgen hizo acto de aparición ante él y cogiéndolo de la mano lo bendijo diciéndole que mantendría un vínculo eterno con él.
Su vida fue un constante suplicio regido por la mortificación de su cuerpo.
Para no dejarse llevar por las tentaciones y sentirse más próximo a Dios, mezclaba hiel con pimienta molida y se la bebía para que el amargor de la bebida le recordara siempre su propósito.
Vestía un sayo de mallas que pesaban media arroba y siempre tenía a mano silicios de púas de hierro.
Y de hierro también era la cadena que se colocaba sobre su cuerpo en la cintura tan apretada que en una ocasión hubo que cortarle la carne para poder quitársela.
Cuando llegaba la noche se mortificaba con la penitencia del sufrimiento.
Así llegó el 8 de septiembre de 1606 fecha importante en su vida pues se convirtió en novicio franciscano.
En 1650 se encontraba orando a solas en la capilla de la comunión cuando Jesús se le apareció, se pasó la mano por su costado sangrante y con los dedos recogió tres gotas que hizo pasar por los labios de fray Juan al mismo tiempo que le dijo:
“Fuego vine a traer a la tierra: ¿y qué otra cosa he de querer, sino que se prenda y arda?”
Dejado el mensaje, el Señor desapareció y el fraile cayó al suelo desmayado.
Durante 15 días, permaneció el franciscano con un calor tan intenso en su interior que en pleno invierno se quitaba la ropa y se exponía a la intemperie para sofocar el abrasante calor.
Durante el resto del año volvió a ser bendecido con una aparición de la Virgen acompañada del Niño Jesús junto a un pino
En esta ocasión hubo un testigo ya que el fraile que guardaba la puerta del convento los vio.
El milagro se corrió como la pólvora y el pino fue convertido en cientos de reliquias que los curiosos que acudieron se llevaron para sí.
En recuerdo, se construyó una ermita en este lugar.
La última visita que recibió de Jesús, la Virgen, san José, san Joaquín y santa Ana fue para recibir la noticia de que su fallecimiento estaba muy próximo.
En su habitación se extendió un aroma agradable y se escuchó un cántico celestial que lo acompañó hasta su último aliento.
Murió el 29 de abril de 1650.
Fue enterrado en el Monasterio de la Abuela Santa Ana de Jumilla.
Animo a los lectores a visitar este Monasterio en donde se conserva la figura del Cristo Crucificado de la Reja. Y en donde podrán admirar uno de los relicarios más importantes de Europa.
Las crónicas cuentan que en una ocasión el brazo derecho del Cristo se desclavó de la cruz y se movió para bendecir por tres veces a los franciscanos que se encontraban presentes, entre ellos Fray Juan Mancebón, dejando gotas de sangre sobre el suelo.
Un monasterio situado en un entorno natural muy hermoso y que ha sido protagonista de cientos de misterios y milagros sobrecogedores.
Así nos cuentan las crónicas, que con tan sólo 12 años, recibió una visita inesperada.
La Virgen hizo acto de aparición ante él y cogiéndolo de la mano lo bendijo diciéndole que mantendría un vínculo eterno con él.
Su vida fue un constante suplicio regido por la mortificación de su cuerpo.
Para no dejarse llevar por las tentaciones y sentirse más próximo a Dios, mezclaba hiel con pimienta molida y se la bebía para que el amargor de la bebida le recordara siempre su propósito.
Vestía un sayo de mallas que pesaban media arroba y siempre tenía a mano silicios de púas de hierro.
Y de hierro también era la cadena que se colocaba sobre su cuerpo en la cintura tan apretada que en una ocasión hubo que cortarle la carne para poder quitársela.
Cuando llegaba la noche se mortificaba con la penitencia del sufrimiento.
Así llegó el 8 de septiembre de 1606 fecha importante en su vida pues se convirtió en novicio franciscano.
En 1650 se encontraba orando a solas en la capilla de la comunión cuando Jesús se le apareció, se pasó la mano por su costado sangrante y con los dedos recogió tres gotas que hizo pasar por los labios de fray Juan al mismo tiempo que le dijo:
“Fuego vine a traer a la tierra: ¿y qué otra cosa he de querer, sino que se prenda y arda?”
Dejado el mensaje, el Señor desapareció y el fraile cayó al suelo desmayado.
Durante 15 días, permaneció el franciscano con un calor tan intenso en su interior que en pleno invierno se quitaba la ropa y se exponía a la intemperie para sofocar el abrasante calor.
Durante el resto del año volvió a ser bendecido con una aparición de la Virgen acompañada del Niño Jesús junto a un pino
En esta ocasión hubo un testigo ya que el fraile que guardaba la puerta del convento los vio.
El milagro se corrió como la pólvora y el pino fue convertido en cientos de reliquias que los curiosos que acudieron se llevaron para sí.
En recuerdo, se construyó una ermita en este lugar.
La última visita que recibió de Jesús, la Virgen, san José, san Joaquín y santa Ana fue para recibir la noticia de que su fallecimiento estaba muy próximo.
En su habitación se extendió un aroma agradable y se escuchó un cántico celestial que lo acompañó hasta su último aliento.
Murió el 29 de abril de 1650.
Fue enterrado en el Monasterio de la Abuela Santa Ana de Jumilla.
Animo a los lectores a visitar este Monasterio en donde se conserva la figura del Cristo Crucificado de la Reja. Y en donde podrán admirar uno de los relicarios más importantes de Europa.
Las crónicas cuentan que en una ocasión el brazo derecho del Cristo se desclavó de la cruz y se movió para bendecir por tres veces a los franciscanos que se encontraban presentes, entre ellos Fray Juan Mancebón, dejando gotas de sangre sobre el suelo.
Un monasterio situado en un entorno natural muy hermoso y que ha sido protagonista de cientos de misterios y milagros sobrecogedores.
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