En una calle de mi ciudad natal y cuyo nombre por prudencia
me dejo en el tintero, había una casa que permanecía cerrada ya mucho tiempo
porque según el decir de algunas gentes estaba endemoniada.
Y es probable que algunos la recuerden porque el solar
existe todavía, aunque hoy ya no le visiten los duendes Los diablos, seres
oscuros divertidos y trasnochadores,
tampoco van; parece ser que huyeron de allí y para siempre, al mágico reflejo
de la luz de la civilización.
Cuéntase que en edad remota se cometieron en ella muchos
crímenes, en su interior murieron en terrible noche centenares de moros y
cristianos.
Los cadáveres ya putrificados desaparecieron, y solo la
sangre de los guerreros se conserva coagulada y que en forma de cucuruchos el
lector pueda verla colocados en una espuerta, espuerta y cucuruchos que parecen
ser encantados tomando la fea y horrible forma de higos chumbos.
Parecerá extraño lo que voy diciendo, pero el que lo ponga
en duda, que venga a mí y le enseñaré los higos; ahí están, diaria y
eternamente los pone de manifiesto algún duende que tomó carta de vecindad en
Orihuela, y que tienen aquellos el mismo color de la sangre.
Y volviendo a mi relato diré, que nada mata tanto como una
superstición siendo cosa muy frecuente que esto suceda, en los pueblos de corto
vecindario como lo es el mío.
Aquel edificio solitario y casi derruido era la eterna
preocupación de pasadas generaciones.
Tenía en lo exterior una rejilla tapiada y a la cual los
muchachos traviesos le arrojaban piedras, huyendo a todo correr de aquel sitio
con sobradas razones peligroso; y si alguno más atrevido, temblando se acercaba
a él a mirar por las hendiduras de sus puertas, o por los agujeros de las
paredes resquebrajadas, aparecía a su vista un jardín cubierto de ortigas
(encantadas por supuesto,) lo mismo que las matas y piedras que completaban el
ornato de aquella malhadada mansión de culebras y lagartos, insectos y
sabandijas, roedores y abejorros.
Un día tuve la humorada de entrar allí, y no lo haré más.
No había nadie en derredor mío y sin embargo oí que
hablaban.
Aquellas voces salían de las piedras encantadas…
LAMENTABLEMENTE NO SE CONSERVA EL RESTO DEL ARTÍCULO
PUBLICADO EN EL DIARIO “EL DÍA” nº 47 del 25 de Enero de 1887.
No tengo ni idea de si el artículo está redactado en tono
irónico, o se trata de algo oscuro que permanecía en boca de los oriolanos de
la época.
Lo pongo en el blog como dato curioso.
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