Y fue la tradición la que irremediablemente le atribuye a
San Vicente Ferrer la influencia final que desembocó en la colocación de la Cruz de la Muela en el monte San Miguel.
(Si nos dejamos guiar por la documentación que nos prueba que en ciudades como
Salamanca o Arlés fueron instauradas similares cruces por mediación del Santo).
Con un fin primordial que no era otro que la de proteger a
los bien amados ciudadanos de Orihuela de aquellas cosas que se antojaron
malditas como la mala suerte de una miserable cosecha, la sequía o el mismísimo
pecado que algunos oriolanos se atrevían a practicar en lo que hasta hace poco
era conocida como la mancebería pero que en tiempos lejanos fue el hogar de las
mujeres de malas costumbres. (El Burdel que se encontraba justo al final de la calle pegado a una de las 3 puertas que daban al arrabal de San Agustín)
Dichos pecadores para no ser descubiertos por sus vecinos se
desviaban por el callejón del Rodeo. (Que por algo digo yo le pusieron tan
característico nombre).
Y resulta que la práctica del Santo le dio el resultado que él quería porque a buen seguro una extraña e inesperada marea de rectitud, moralidad y un fervor religioso extra se extendió por Orihuela pues tenemos las pruebas que los cronistas dejaron en constancia (Según ordenanzas municipales de la época) de que en esta tierra de repente dejó de blasfemarse, cesaron las disputas entre familias y se cerraron burdeles o se gritó en las calles contra los que practicaban el juego.
Por lo menos hasta hace bien poco, pues ya entrados en el siglo XX (en los años del Franquismo) dos conocidos burdeles, el de La Carbonera y el de La Lucía situado este en la calle de las Flores competían entre si para conseguir las visitas nocturnas de los más atrevidos.
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