Aquellos que han recorrido los Camins Negres de CaminArt, seguramente habrán pasado por la calle Angosta del Almudín en Valencia, conocida en tiempos pasados como la calle de las Brujas. Incluso es posible que muchos de ustedes hayan leído "La Valencia del más allá. Brujería, hechicería, adivinaciones, rituales" de Rafael Solaz. Estos ejemplos son solo algunos de los que demuestran que Valencia fue, podría decirse, una ciudad de brujas.
A lo largo de la historia, y no solo en nuestra tierra, las brujas han estado presentes. Eran mujeres que poseían el conocimiento ancestral para curar enfermedades físicas y espirituales. Por el hecho de poseer estos poderes intrínsecos, se vinculaba su sabiduría al demonio. Sin embargo, es importante destacar que en la tradición popular valenciana existen brujas buenas y malas.
Las brujas buenas, también conocidas como hadas o hechiceras, son expertas en la sabiduría de las plantas y ofrecen ayuda a los viajeros. Las encontrarás en cuentos como "La flor del lirio azul" o "Los tres consejos". Por otro lado, los cuentos valencianos están repletos de brujas malvadas, como en "El amor de las tres naranjas" o "El rey Astoret".
Estas leyendas y cuentos nos transportan a un mundo mágico y lleno de misterio, donde las brujas valencianas ejercían su influencia tanto para el bien como para el mal. Nos recuerdan la dualidad de la naturaleza humana y cómo el conocimiento ancestral puede ser utilizado de diferentes formas.
Así, la historia de Valencia como ciudad de brujas se entrelaza con la tradición y la cultura popular, sumergiéndonos en un pasado en el que las creencias en la magia y el poder sobrenatural formaban parte de la vida cotidiana. Aunque estas leyendas pertenecen al pasado, aún perduran en la memoria colectiva, recordándonos la rica diversidad de mitos y leyendas que dan forma a nuestra identidad cultural.
La influencia de las brujas en Valencia va más allá de los cuentos y las leyendas. Durante épocas pasadas, las acusaciones de brujería eran tomadas muy en serio, y las brujas eran perseguidas y castigadas. La Inquisición tuvo un papel fundamental en la represión de estas supuestas practicantes de la magia.
En Valencia, no existen registros históricos de casos de brujería que hayan dejado una marca imborrable en la memoria colectiva. El caso de brujería más famoso a nivel nacional es el proceso de las Brujas de Zugarramurdi en la localidad del Pirineo navarro, que tuvo lugar en el siglo XVII, involucró a varias mujeres acusadas de brujería y participación en aquelarres. Estas acusaciones llevaron a juicios, torturas y ejecuciones, dejando un legado oscuro en la historia de la ciudad.
A pesar de las persecuciones y estigmatización, la figura de la bruja ha persistido en la tradición y en la imaginación popular valenciana. Incluso en la actualidad, hay festividades y celebraciones que honran la figura de las brujas, como la conocida "Nit de les Bruixes" (Noche de las Brujas) en Alcoy.
La leyenda y la realidad se entrelazan en el universo de las brujas valencianas, evocando tanto el temor como el respeto hacia estas mujeres con conocimientos mágicos. Aunque su verdadera existencia sigue siendo un enigma, su influencia perdura en la cultura y el folclore, recordándonos la rica diversidad de creencias y tradiciones que dan forma a la identidad valenciana.
Así, la leyenda de las brujas valencianas nos transporta a un pasado oscuro y enigmático, donde la magia y el misticismo se entrelazan con la historia y la realidad. Nos invita a reflexionar sobre la persecución de aquellos considerados diferentes y a valorar la sabiduría ancestral que las brujas representan en la tradición popular.
En definitiva, en la antigua Valencia, la magia y la hechicería fluían por las calles, y se rumoreaba que en algún rincón oculto, brujas y mujeres practicantes de la magia se reunían en secreto. Una de esas calles era conocida como la calle de las Brujas, hoy en día llamada calle Angosta del Almudín. Esta estrecha y lúgubre vía albergaba historias de aquelarres de brujas y de la magia del amor, prácticas que eran perseguidas por la Inquisición en los siglos XVI y XVII.
Una de las historias documentadas es la de Esperança Badía, una mujer desafortunada en el amor. Huérfana a los 9 años, se casó a los 13 y fue abandonada por su marido después de quedar embarazada. Enamorada de Andreu Berenguer, recurrió a las hechiceras en busca de ayuda en el amor. Sin embargo, el hechizo no funcionó y Esperança decidió unirse a las brujas en su aquelarre, convirtiéndose en una de las hechiceras más activas.
Pero esta práctica no pasó desapercibida. Una amiga y clienta de Esperança, Esperança Coll, la denunció por sus servicios de magia amorosa. Esta denuncia desencadenó una serie de arrestos y denuncias por celos y rivalidad amorosa. Finalmente, el caso llegó a la Santa Inquisición en 1655, donde se procesaron cerca de 40 personas, 31 de ellas mujeres acusadas de prácticas amorosas y otros delitos relacionados con la magia.
Las brujas del aquelarre fueron sometidas a torturas y castigos, como azotes y destierro de Valencia. Algunas de ellas, como Esperança Badía, fueron condenadas al destierro durante cinco años.
La calle de las Brujas, actualmente llamada calle Angosta del Almudín, ha dejado atrás su oscuridad y estrechez. En el pasado, estaba cerrada por puertas de reja, solo accesible para sus habitantes y el sereno nocturno, encargado de iluminar las calles y abrir los portales durante la noche. Aunque no podemos confirmar que esta fuera la calle exacta donde las brujas realizaban sus prácticas, la historia de Esperança y otros casos documentados nos revelan la presencia y persecución de la magia y la brujería en la antigua Valencia.
La leyenda de la calle de las Brujas nos sumerge en un pasado donde las mujeres buscaban el poder de la magia para obtener el amor y otros deseos. A pesar de la persecución y los castigos impuestos por la Inquisición, la magia y la hechicería siguen siendo parte de la rica tradición y folclore valenciano, recordándonos que en la oscuridad de las callejuelas, la magia y los secretos aún pueden perdurar.
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