Las naranjas oriolanas, famosas por ser consideradas las mejores del mundo desde hace siglos, esconden un secreto que ha sido apreciado por generaciones. Además de su dulzura y alto contenido en vitamina C, han sido utilizadas de diversas formas a lo largo de la historia.
En mi memoria, aún resuenan las imágenes de las cuerdas de tender la ropa en Jacarilla, donde mi abuela solía colocar cientos de cortezas de naranja para venderlas luego al verbenero mayor de las fiestas del pueblo. Estas cortezas eran utilizadas por el verbenero en la elaboración de la pólvora, aunque el proceso exacto permanece en el misterio.
Sin embargo, también se ha registrado otra utilidad en documentos requisados a la vieja Inquisición Católica que atemorizó a los españoles durante varios siglos. Se menciona un ritual oscuro donde un brujo empleaba naranjas de Orihuela. El proceso consistía en partir las naranjas y atravesarlas con un clavo antes de ponerlas al fuego. Para asegurar que el maleficio surtiera efecto, se les añadía aceite, jabón y cal.
Una vez preparados, recitaban una oración maldita dirigida a entidades como San Pedro, San Pablo, Satanás y Belcebú, para que el corazón de la persona a la que iba dirigido el maleficio se ablandara y siguiera las órdenes impuestas a través de los deseos del brujo.
“Yo te conjuro por San Pedro y por San Pablo, por Satanás y por Belcebú, para que así como se ablanda esta naranja al fuego, se ablande el corazón de… y siga las órdenes que desde aquí imparto trasmitidas a través de mis deseos”.
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