Hubo una época en la que abundaban en la ciudad los hombres dedicados a aumentar su
capital haciendo préstamos usurarios.
Generalmente, estos señores eran respetados por la mayoría
de los pacientes ciudadanos que los saludaban única y exclusivamente porque
eran ricos.
Practicaban de ordinario con gran escrupulosidad además de
la usura, las obligaciones de todo buen cristiano, asistiendo a misa todos los
domingos y algún que otro día, dándose golpes de pecho y santiguándose con agua
bendita.
El dinero recogido haciendo préstamos a un interés excesivo,
lo empleaban casi siempre en la compra de huertos de naranjos.
A uno de estos seres martirio de la sociedad, habían acudido
varias veces los buenos oriolanos en demanda de cantidades que remediarían aunque
fuera momentáneamente su situación angustiosa.
FUENTE:
JOSÉ MARÍA BALLESTEROS
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