Álbum musical destacado por la página web oficial de la Universidad Nacional de Educación Pública Estatal Española (UNED). Apartado dedicado a MIGUEL HERNÁNDEZ, "Poemas musicalizados y discografía". Incluído también en la obra literaria del escritor y colaborador de Radio Nacional de España Fernando González Lucini, "MIGUEL HERNÁNDEZ ...Y su palabra se hizo música".

lunes, 20 de noviembre de 2017

La Oriolana que fue mandada llamar para curar el mal del Conde de Barcelona


Si una cosa podemos destacar de la baja edad media era que el papel de la mujer en la sociedad de aquella época era meramente decorativo.

Un mundo salvaje en donde los hombres eran los que dominaban las artes, las ciencias, el gobierno, las guerras.

La mujer era utilizada como instrumento para perpetuar la estirpe de los varones, las sagas familiares.

Por eso cuando una mujer casada seguramente por contrato, por decisión meramente económica y para satisfacer demandas que nada tiene que ver con el amor, si resulta que la mujer no daba la descendencia que se esperaba de ella se convertía en un estorbo para los parientes.

Por eso no es de extrañar que los conventos estuviesen abarrotados de mujeres desechadas que ya no servían a la causa.

Por tanto, esto es lo que se nos hace más extraño.

Porque vamos a hablar de una figura de la que apenas quedan datos, tan sólo unas menciones en viejos libros o documentos pertenecientes a esos tiempos.

Lo verdaderamente curioso es que a esa persona del sexo femenino se la denomine “médica” en un tiempo en que las ciencias sanatorias eran practicadas única y principalmente por varones.


Cuentan las crónicas antiguas que en los tiempos del rey Juan I que había ocupado la Corona de Aragón en 1387 tras la muerte de Pedro el Ceremonioso, el monarca se entraba atareado por sus diversas ocupaciones entre ellas la caza, pero también el estudio de las estrellas y la alquimia.

Cuando Pedro IV el Ceremonioso falleció, la Corona de Aragón estaba extenuada, las guerras habían vaciado las arcas del tesoro, y los rebrotes acompasados de la peste amenazaban a todo el mundo, incluso a la familia real. Ante tal desfavorable coyuntura, el infante Juan no parecía el hombre adecuado para cambiar el rumbo de la situación.

Era un lejano enero de 1387 cuando se enteró de la muerte de su padre, el futuro rey estaba convaleciente de una grave enfermedad, posiblemente epilepsia. La persistencia de la extraña dolencia alimentó las sospechas de que el nuevo rey hubiera sido embrujado. La reina Violante de Bar, esposa de Juan I, difundió entre sus embajadores que el rey había sido hechizado a través de construcciones y sortilegios de imágenes. Ante la extrema gravedad de la situación, Violante, mandó llamar a Barcelona a los mejores expertos en medicina entre los cuales había astrólogos, nigromantes y sabios venidos de París o Aviñón. Incluso en un momento de máxima desesperación, la reina Violante prometió no llevar más perlas ni joyas preciosas en las vestiduras si Juan I sobrevivía a los presuntos sortilegios. Superada por los hechos, la mencionada reina también estudió el libro de nigromancia Cigonina escrito por el Obispo de Barcelona Jaime Sitjó, en busca de un remedio.

Mientras, el rey también sacaba fuerzas de flaqueza para peregrinar al santuario de Monserrat y encomendarse a la Virgen.

Había dado orden a sus consejeros de que todos aquellos libros que trataran sobre los temas de su interés fueran localizados y llevados a su presencia.

Creyente de hechizos y sortilegios mágicos, mandó llamar a un prior y le solicitó que le construyese unos anillos que le pudieran servir para defenderse contra maleficios.

Juan I, a la desesperada, solicitó los servicios del famoso médico Ibrahim de Xátiva y finalmente de un personaje femenino misterioso que tenía muy buena fama por entonces de la ciudad de Oriola: ques metgessa e guarey algunes malaties fortunals. (Que es médica y proteger al rey de algunas enfermedades que no se sabe la causa).

En otoño de 1387 Juan I, El Cazador, sanó de su enfermedad.


Pero a nosotros nos queda la duda:

¿Quién fue aquella oriolana desconocida que fue llamada para curar los males, la enfermedad extraña que aquejaba el monarca de la Corona de Aragón?

¿Fue una bruja, una curandera? Lo dudo pues los vocablos catalanes o aragoneses para tales personajes para nada tienen que ver con la denominación “metgessa” (médica) que encontramos en los documentos que se refieren a ella.

¿Será posible que esta tierra de Armengolas, esta Orihuelica del Señor sea el lugar dónde las mujeres más fuerza cobran de todo el país? 


Poner a una mujer oriolana a la misma altura de un sanador de origen árabe, o de los mejores sanadores de la Corte Europea, es poner el listón muy alto. Y más si cabe, para intentar sanar al que fue El Conde de Barcelona.

FUENTES: 
Breve historia de la Corona de Aragón -  David González Ruiz
La Valencia del más allá - Rafael Solaz



Reflexión:

Lamentablemente, la información que se tiene sobre la "metgessa" de Oriola (Orihuela) es muy limitada y fragmentaria, ya que se trata de una figura histórica que apenas dejó huella en los registros de la época. Por lo que se sabe, esta mujer era una curandera o médica que gozaba de buena reputación en la ciudad de Oriola y sus alrededores durante la Baja Edad Media. Fue llamada por el rey Juan I de Aragón para tratar una enfermedad que le aquejaba, y aparentemente logró sanarlo, aunque no se sabe con certeza de qué padecimiento se trataba.

Algunos historiadores sugieren que la denominación "metgessa" podría haber sido utilizada de forma genérica para referirse a cualquier mujer que practicara la medicina, sin que necesariamente tuviera una formación formal en la materia. Otros argumentan que, aunque la medicina era un campo dominado por los hombres en aquella época, no era infrecuente que hubiera mujeres que ejercieran como curanderas o parteras en las comunidades rurales.

En resumen, la "metgessa" de Oriola es una figura interesante y enigmática de la historia de la medicina, pero desafortunadamente no se dispone de suficiente información para conocer con detalle su identidad, sus prácticas médicas o su legado.



Resumen:

Durante la Baja Edad Media, la mujer tenía un papel decorativo en una sociedad dominada por los hombres en todos los ámbitos, desde las artes hasta el gobierno y las guerras. En esta época, las mujeres se utilizaban como instrumentos para mantener la estirpe de los varones y las sagas familiares. Si una mujer casada no daba la descendencia esperada, se convertía en un estorbo para sus parientes y a menudo acababa en un convento.

En este contexto, resulta sorprendente encontrar menciones de una mujer que se la denomina "médica" en una época en la que la práctica de las ciencias sanitarias estaba reservada exclusivamente a los hombres. Aunque apenas quedan datos sobre ella, las crónicas antiguas relatan que esta misteriosa mujer de Orihuela, en la Corona de Aragón, fue llamada para curar la extraña enfermedad que aquejaba al rey Juan I en 1387.

A pesar de la gravedad de la situación, la reina Violante de Bar no dudó en buscar a los mejores expertos en medicina y nigromancia para salvar a su marido. Incluso ella misma estudió el libro de nigromancia Cigonina en busca de una cura. Pero finalmente fue esta mujer oriolana, cuyo nombre desconocemos, quien logró curar al rey y poner fin a la crisis.

Aunque se desconoce la identidad y el origen de esta "metgessa", es importante destacar que su denominación como "médica" indica que se la consideraba una profesional de la salud, y no una curandera o una bruja, como se podría pensar en una época en la que la medicina era un terreno exclusivo de los hombres.

Esta historia nos recuerda que, a pesar de las restricciones y los prejuicios de la época, las mujeres también han tenido un papel importante en la historia de la ciencia y la medicina, aunque sus contribuciones hayan sido a menudo ignoradas o silenciadas.



sábado, 11 de noviembre de 2017

Los ritos funerarios de los antiguos íberos oriolanos



En los tiempos en que los íberos poblaban las tierras de Orihuela (VI a.C.,“Ibérico Antiguo”) se celebraban una serie de ritos.


Estos emplazamientos estaban situados principalmente en la ladera de San Antón, Los Saladares y San Miguel.

Los íberos se preocuparon mucho por la continuación de la vida en el más allá, intentando perpetuar en sus tumbas la misma estructura social. Prueba de este interés ultraterrenal es que algunas de las mejores muestras de arquitectura y escultura íberas se dan en este campo, especialmente en la zona sur.

Una costumbre funeraria era la incineración de los cadáveres. Moda que duraría hasta bien entrada la romanización y cuyo sentido religioso viene a decir que se trataba de una forma de purificar el cuerpo a través del fuego.

Se ataviaba al difunto con sus mejores galas y con los objetos de más valor para el fallecido.

Si este era militar se le enterraba con su arma colocada en posición doblada con la intención de dar a entender que el arma moría con el difunto. Pero si había ejercido algún tipo de oficio, se le acompañaba de su herramienta más importante.

El cortejo fúnebre iba formado por mujeres que con llanto desconsolado escoltaban al resto de la comitiva algunas veces portando un recipiente donde iban recogiendo sus lágrimas para luego acompañar a las cenizas del muerto. Junto a ellas, algunos músicos tocaban sus instrumentos primitivos haciendo sonar las notas del dolor. A paso lento unos caballos y sus jinetes caminaban junto al grupo del que por encima de todo destacaban los familiares que portaban los restos.

La procesión se trasladaba desde la casa del muerto hasta la necrópolis.

Durante la cremación en la pira se realizaban libaciones, arrojándose a la hoguera perfumes y otras ofrendas.

Las cenizas se recogían conjuntamente con algunos huesos que se seleccionaban  de entre los restos y eran encerrados en el bustum (sepultura) dentro de un recipiente cerámico y rodeadas de otros objetos pertenecientes al ajuar del difunto  como ropajes y enseres.

Para completar el ceremonial, podían celebrarse banquetes o fuegos funerarios.

Tenemos casos especiales en los que la urna funeraria era sustituida por una escultura en piedra por ejemplo a la diosa de la fecundidad.

Se conservan algunos relieves que representan a una cabeza de quimera con los pelos erizados y dientes bien definidos que se asemejan a las actuales representaciones demoniacas. 




Los utensilios rituales utilizados eran una especie de pebeteros donde se quemaban sustancias aromáticas, jarros de bronce, vasos cerámicos o braseros pequeños.


En las creencias religiosas íberas se trataba al lince como al Caronte Griego, aquel que transportaba a los muertos. Conjuntamente con el buitre que se ocupaba de los muertos caídos en batalla.


Leyendas de la Aparecida: La Chica de la Curva


Era una noche oscura y nada presagiaba que fuera a ocurrir algo bueno.

Un coche se dirigía por una de las carreteras que llevan al pueblo de la Aparecida con una chica en su interior.

No se sabe si pon un despiste, o por otro motivo desconocido, el coche se salió en la curva estrellándose y dejando en la carretera las marcas de los neumáticos.

Cuando llegaron los servicios de urgencias se toparon con la realidad fatídica y terrible.

Su conductora había fallecido en la flor de la vida. Una hermosa joven que apenas había vivido sus primeros años de juventud.

Desde ese terrible día, son muchos los que cuentan que viajando a horas de madrugada al pasar por aquella misma carretera que fue escenario del trágico accidente, han podido contemplar con las luces de su coche a una persona que hace señas para que detengan el coche.

Por supuesto, nadie o casi nadie se han atrevido a detener su vehículo por temor a que aquello no sea una persona real de carne y hueso.

Y los pocos que se han atrevido a parar el coche, se han topado con un misterio que a día de hoy sigue torturándoles la cabeza.

Cuentan que esa muchacha de aspecto famélico y con el rostro blanquecino extiende su mano señalando hacia el pueblo y con muy pocas palabras se hace entender que ese es su destino.

El último caso, una familia de tres integrantes que regresaba de una boda, detuvo el coche para subir a la joven en el asiento de atrás.

El niño se encontraba durmiendo así que por suerte nunca se enteró de lo que allí sucedió.

El matrimonio intentó mantener una conversación con la muchacha pero aquella permaneció unos instantes en completo silencio.

La pareja ya empezaba a notarse contrariada y un poco molesta ante la actitud de la chica pero en un momento dado, la joven hizo detener el vehículo.

Sus últimas palabras fueron: “En esta curva me maté yo”.

Relata a la pareja que al escuchar aquellas siniestras palabras no dieron crédito a la broma de la que creían estar siendo víctimas.

Al mirar hacia a atrás para pedir explicaciones a la joven autoestopista se dieron cuenta de que el asiento de atrás estaba completamente vacío a excepción de su pequeño.

¿Dónde fue a parar la chica?

¿Cómo salió del vehículo sin abrir ninguna de las puertas?

¿Es realmente el espíritu de la Leyenda Urbana la que vaga por estos lares?

No se sabe a ciencia cierto, lo que sí conocemos es la lista de lugares de España en donde casos similares han ocurrido que registró el programa de radio MILENIO 3 de la Cadena SER.

En esa lista aparece la curva de la Aparecida como punto clave.



FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)





jueves, 9 de noviembre de 2017

Leyendas de Bigastro: La Leyenda del Pueblo del Saco


¿Quién no recuerda de pequeñito cuando nuestras madres intentaban darnos de comer y nosotros mostrábamos una actitud obstinada y reticente y nos poníamos de morros?

Nuestras madres no tenían más remedio que amenazarnos y nos decían que si no éramos buenos y nos comíamos toda la comida, vendría el hombre del saco y nos llevaría?

Este término del “Saco” viene acompañando a los vecinos de Bigastro desde tiempos que ya no se recuerdan.

Pero a diferencia de la auténtica historia del hombre del saco, basado en los sucesos acontecidos en el pueblo de Gádor en la provincia de Almería en 1910 promovidos por un curandero conocido como Leona y que acabó con la vida de un niño de la que se extrajo su fluido vital para intentar curar los males de un tuberculoso, en nuestra localidad vecina no tiene un origen tan dramático.

Resulta que después de la guerra española, la gente se vio obligada ante la necesidad, a robar el sustento más básico para no perecer. El alimento.

Quiso la causalidad o bien, la fatalidad para aquellos que eran capturados con las manos en la masa, que todos ellos fueran vecinos de Bigastro. Parece ser que los demás chorizos tenían mejor facultades para salir a la carrera y que no fueran sorprendidos.

Así, poco a poco, fue extendiéndose la mala fama de que todos los de Bigastro eran unos ladrones y como siempre que eran detenidos tenían el botín de sus incursiones en el interior de sacos, corrió como la pólvora el rumor.

Así de este modo, el pueblo pasó a conocerse por toda España como el Pueblo del Saco.


FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)

miércoles, 8 de noviembre de 2017

Leyendas de Dolores: La Leyenda de los Santos


Nadie parece querer recordar que no hace mucho tiempo los seres humanos, esos que eran nuestros vecinos, nuestros propios hermanos y familiares, dejaron que la neblina de la barbarie les cegara y se dejaran llevar por un ambiente anti eclesiástico que se propagó por toda España como la pólvora en los días que precedieron a la contienda que enfrentó y dividió a nuestro país en dos partes.

Los milicianos la tomaron con las iglesias y con todo el patrimonio que había en su interior y en las fachadas y el daño artístico que provocaron no puede medirse o tasarse con una cantidad de dinero porque algunas de las obras que destruyeron no tienen precio.

Por eso, fruto de aquellos días salvajes, nos han llegado cientos de historias, unas en forma de leyendas, otras con visos de realidad vestidas con un fino manto de misticismo de la que voy a destacar una.

Cuentan del pueblo de Dolores, que en una de estas ocasiones, un grupo de milicianos estaban sacando a la fuerza y contra la voluntad del pueblo las figuras de los santos que se guardaban en su iglesia.

Un miliciano se quedó mirando de frente la talla de San Juan y con rebeldía le escupió estas palabras:

- ¿Tú que señalas?

Y justo después le rompió el brazo que había permanecido hasta ese día en posición semi horizontal con un dedo extendido.

Pocos días después se supo que aquel hombre se había marchado a combatir a la guerra y que en ella había perdido justamente el mismo brazo que le había roto a la figura.

Aquel mismo día de la barbarie, otro miliciano que se fijó en la talla de nuestro Señor Jesucristo observó que las piernas le sobresalían y de igual modo que a San Juan le habían roto el brazo, a Cristo le rompieron las piernas.

Pues bien, se sabe que este hombre regresó herido del frente en una camilla y sin piernas.

Los actos vandálicos de aquel día no se habían terminado, ya que uno de los milicianos que jugaba con una pistola se enfrentó a la talla de la Virgen y retó a los demás a que tuviesen el valor de dispararle a la frente.

Como nadie quiso hacerlo, él mismo apuntó hacia la figura y dejó que el arma descargara una bala que impactó sobre la zona de los ojos.

Y poco después sabemos por él mismo que regresó arrepentido y pidiendo perdón por haber dañado la figura de la Virgen que tanto adoraba y amaba el pueblo y que por ello se le había castigado y privado del don más preciado que podamos tener las personas, la capacidad de ver.



FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)



lunes, 6 de noviembre de 2017

Leyendas de Callosa: La Leyenda del Olivo de las Almas


Leyenda o no, es un hecho relatado que está inspirado en los testimonios de muchas personas que tuvieron la suerte de poder contemplar el fenómeno. Esto ocurrió hasta llegar al 1957 donde el árbol fue arrancado por viejo.

Se dice que en Callosa del Segura un campesino amable y trabajador plantó en su finca un olivar que ocupaba aproximadamente doscientas tahúllas.

En todas ellas, los árboles crecieron fuertes y hermosos, todos, excepto uno que se encontraba plantado cerca del cornijal de la arroba de la acequia.

El dueño de la finca, al ver que aquello no echaba raíces y que le resultaba una molestia más que algo productivo quiso arrancarlo.

Su mujer le dijo entonces que no hiciera tal cosa, que finalmente ese árbol daría sus frutos y que de ellos se extraería el aceite que daría vida a la llama de las almas.

El esposo con una pizca de incomprensión pero por cariño por su mujer, le hizo caso finalmente y dejó al árbol en paz que enraizara creciera a su ritmo.

Al poco tiempo, se produjo el milagro. Las palabras de la mujer habían caído sobre la tierra como bálsamo bendito y como si de una predicción se tratase, el árbol consiguió enraizar y comenzó a crecer.

Cuando llegó el tiempo de recoger la cosecha, el agricultor se quedó maravillado porque comprobó que de aquel olivo salían tres veces más fruto que del resto.

El hombre, en agradecimiento ante aquel milagroso hecho, decidió que todo el aceite que produjera aquel árbol consagrado y cuidado por las “almas benditas” fuese destinado para alumbrar las lámparas que se encendían en el pueblo dedicadas a dichas almas.


FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)

La Leyenda de Los Desamparados: El Condenado


Por boca de una anciana me llegan los ecos de una antigua leyenda en Los Desamparados.

Dicen que por las estrechas calles del pueblo, en una época no muy lejana, el espíritu de un hombre vagaba deambulando de un lugar a otro encadenado.

Su alma fue castigada por un crimen fortuito que había cometido tras un pequeño y lamentable malentendido.

Su muerte sucedió tan rápido que no le dio tiempo para ni siquiera sentir arrepentimiento de lo que había sucedido.

Por las noches oscuras, los vecinos escuchaban aterrorizados las voces fantasmales de un alma atormentada que gritaba incesantemente pidiendo auxilio y perdón por sus pecados.

Con un lamento quejicoso y un llanto desconsolado repetía una y otra vez que por favor rezaran por él.

El rozamiento de las cadenas contra el suelo y los lamentos duraban toda la noche y sólo al amanecer volvía la quietud y el silencio.

Su macabro trayecto le llevaba del pueblo al cementerio y de este otra vez al pueblo.

Seguramente porque un alma caritativa y buena se apiadó de la suya, ofreciéndole una oración, la maldición se rompió y desde hace más de ciento cincuenta años ya no ha vuelto a escucharse en la noche el ruido molesto y los gritos proferidos por aquel maldito que con su lento caminar y su viaje hacia ninguna parte trataba de exculpar sus pecados.



El pueblo permanece en paz en la actualidad. Pero no sabemos cuánto durará.

FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)


domingo, 5 de noviembre de 2017

Leyendas de Orihuela: La Leyenda del cerdo de San Antón


A falta de unos pocos días de la típica Feria de San Antón de Orihuela, uno de los protagonistas de dicha fiesta, el cerdo, se movía libremente por las calles en donde las familias de vecinos lo cuidaban y alimentaban antes de que llegara el día de la celebración en donde el animalico era sorteado.

Era costumbre en aquellos tiempos dejar al marranico que disfrutase de sus últimos momentos de libertad antes de que pasara a manos de algún agraciado que hubiese apuntado su nombre en los pliegos de papel que permanecían colocados sobre las mesas que estaban dispuestas para recoger la limosna que entregaban los interesados en participar en la rifa.

El animal que había sido expuesto con anterioridad en el mercado de los martes o algún domingo en alguna que otra calle céntrica de nuestra ciudad había atraído las miradas curiosas y algunas perversas de ciertos personajes que entre las sombras tramaban su fechoría.

Así, un día cualquiera, el aroma de los romeros y tomillos del monte de San Antón acompañaba las vibrantes y melodiosas notas de una guitarra.

En este idílico ambiente se produjo un hecho extraordinario.

Una serie de personajes de muy malas intenciones aprovecharon un descuido para sustraer al animalico y llevárselo lejos, al monte para matarlo.

Como si de un ángel guardián se tratase, una estrella brillante y poderosa apareció en el cielo emitiendo un gran resplandor.

Los criminales, asustados apretaron el paso sin comprender lo que estaba sucediendo. Ya que allá por dónde iban, aquella misteriosa luz les seguía.

Llegados a un lugar que consideraron seguro finalizaron su macabra obra dando muerte al cerdo y salieron por pies de allí.

Poco después, los vecinos enterados del asunto, corrieron al rescate del animal sustraído y se dirigieron a la sierra para constatar que ya no se podía hacer nada por el animalico.

Su conversación se centró en la aparición de aquella misteriosa estrella que algunos decían haber visto sin que nadie encontrara una explicación.

Un susto más sufrieron cuando encontraron una piedra en la montaña con una enorme mancha negra en forma de estrella y muy cerca de esta, otra piedra con una mancha similar pero con forma de cochino.

A su lado, las pruebas de la barbarie, la sangre del cerdo que aún goteaba caliente.

Cuentan algunos ancianos que todavía puede localizarse este lugar en la sierra de San Antón, las dos piedras con tan curiosas manchas que aparecieron de la nada en aquella no olvidada velada de San Antón en la que nunca pudieron consumar la rifa del cochino
.

FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)

sábado, 4 de noviembre de 2017

Leyendas de Orihuela: La Leyenda de las Cadenas


En la Plaza de las Salesas, en tiempos más tempranos, vivía un hombre acaudalado al que apodaban Juan “el Moro” o “el Mozo” según la versión.

Cuentan los más ancianos que aprendieron de sus abuelos y estos de sus bisabuelos que cuando este sujeto vino a vivir a tierras oriolanas trajo consigo a una niña cuyo nombre se pierde en el tiempo pero a la cual no dejaba de agasajar y mimar por el grande cariño que le tenía.

Como no podía ser de otra manera, los años fueron pasando para esta dichosa familia y aquella que había llegado como niña ya se mostraba a las gentes como una hermosa mujer cuya fama de preciosa se extendió por toda la comarca hasta el punto de que los pretendientes a su mano venían desde lugares inhóspitos y alejados.

Juan el Moro no quiso saber nunca jamás nada de tales pretensiones ya que según sus propias palabras su linda hija ya estaba comprometida con un próspero comerciante argelino.

Por ello debía de cuidar de ella con feroz celo hasta el día en que fuera entregada a su prometido.

Pero quiso el amor hacer acto de presencia en forma de un joven de nombre Andrés que era hijo de Pedro el Espartero.

Un muchacho que compartía con ella edad y aficiones y sin que la chica se percatara dejó que su mente se turbara por el fervor del enamoramiento.

Así que los días pasaban entre cálidos deseos de conocer a aquella muchacha que le arruinaba el sueño ya que deseaba abrazarla, besarla.

Cada vez que podía, se acercaba entre las sombras a la puerta a observar a su amada, noche tras noche, hasta alcanzar la madrugada. Y esto hizo mella en ella que fue dando paso de la curiosidad al cariño, de este al amor y finalmente al deseo.

Un día, la joven decidió que ya era hora de conocer a aquel que la observaba siempre escondido pero con la mirada cándida y dulce. Bajó disimuladamente y como quien no quiere la cosa, se hizo la distraída y consiguieron mantener una conversación.

Aquella fue la chispa que lo inició todo.

Desde aquel día, los encuentros en la Plaza de las Cadenas se sucedían cada vez con más frecuencia y la pasión que ambos sentían mutuamente iba creciendo sin control.

Y como es moneda de cambio en nuestra polémica ciudadela, la envidia, los celos, e incluso, las ganas de fastidiar al prójimo, hicieron su aparición a través de una anciana con aspecto de bruja que vivía por las cercanías de la Plaza de las Cadenas.

Dicha anciana malévola y sin corazón, fue a advertir al padre de la muchacha que quedó impresionado por tales noticias.

Así que entre ambos urdieron un plan.

El tutor de la muchacha se escondería en lugar seguro al acecho de que el pretendiente de su hija apareciese y en cuanto se observase algún comportamiento no deseado se produciría una reacción ante tal afrenta.

Una mañana, Juan permanecía oculto esperando ser testigo de la visita casual de su “enemigo”.

El joven apareció con una enorme sonrisa y la muchacha se arrojó a sus brazos.

El padre entró en cólera y sacó su espada.

Cuando todo pasó, el hombre se dio cuenta de la tragedia ya que con su propia arma había asesinado a los dos enamorados.

Un gran charco de sangre manchaba el suelo mientras él permanecía en pie aturdido por lo que acababa de hacer.

La pena fue más grande que su regocijo y acabó sacando uno de sus puñales y se lo clavó para acabar también con su propia vida.

Lo último que recuerdan las sabias gentes de Orihuela es que de la noche a la mañana apareció un caballero vestido de negro al que nadie conocía pero cuyas intenciones fueron en seguida supuestas. Había venido a llevarse consigo a la bruja, la verdadera culpable de aquel trágico asunto.

Poco tiempo después, en el día de Nuestra Patrona la Virgen de Monserrate, un barullo descomunal y ensordecedor atrajo las miradas de las gentes que vivían en la calle de La Feria.

El escándalo fue tal que los vecinos que se encontraban en la Catedral, salieron para saciar su curiosidad y pudieron contemplar un hecho que aún hoy día se recuerda.

Un gato negro enorme perseguía a una anciana con tal ferocidad y violencia que la acorraló en el recinto de las cadenas de la catedral que estaba considerado desde tiempos inmemoriales como lugar sagrado para los oriolanos.

El colérico animal se movía de un lado para otro sin querer penetrar en el recinto santificado.

Entonces, se detuvo en seco, se transfiguró en un ser humano de carne y hueso pero de aspecto extraño que recordaba a uno de esos seres malditos que viven en las entrañas de la tierra. Empezó a girar sobre sí mismo y como si un torbellino fuese, arrancó las cadenas con su fuerza y se llevó a la vieja con él y nunca más se supo de ella.


FUENTE: Cuadernos de etnografía (José Ojeda Nieto)